En esta imagen vemos al Patriarca Fouad Twal rezando después de dejar al niño Jesús en el pesebre. He querido transcribir las preciosas palabras que dijo en la noche santa porque hablan mucho de la necesidad que tenemos de paz. Aunque he querido resumir las palabras de la homilía, no he podido conseguirlo. Es una homilía que vale la pena leer entera y meditarla.
¡Bienvenido sea este Niño Divino! ¡Bienvenido el mensaje de Navidad, la alegría de Navidad y a los regalos de Navidad que devuelven la sonrisa sobre las caras de los pequeños y de los adultos! Este nuevo Niño es el fruto del Amor del Padre Eterno por el género humano, Amor que quiere para nosotros más de lo que queremos nosotros para nosotros mismos: la paz, que hemos perdido y que nos hemos resignado de haber perdido; la mutua Caridad que ya no existe, al punto de haber desaparecido también de nuestro vocabulario; el respeto y la dignidad que a menudo han sido escarnecidas demasiado por los malos tratos, los insultos y la sangre. ¡Sí!, ¡Bienvenido sea este Niño que nos recuerda la infancia, la dulzura y la ternura, en un mundo que ama la dureza, que desprecia la debilidad y el miedo, y se place en el odio y la irreverencia!
En esta Noche, el silencio de la Gruta será más fuerte que el sonar de los cañones y de las ametralladoras. El silencio de la Gruta dará vida a aquellos cuyas las lágrimas han ahogado la voz y que se han amparado en el silencio y la impotencia. Sobre la Estrella que señala el lugar del Nacimiento de Jesús, a algunos metros de aquí, la historia ha escrito su palabra: “Aquí ha nacido Cristo”. ¡Sí!, Aquí en Belén Cristo ha nacido, Aquí los Ángeles han cantado: “¡Gloria a Dios en los Cielos!” y nos han anunciado: “¡Hoy os ha nacido un Salvador!” ¡Tal es la causa de nuestra gran alegría! Pues, como los pastores, nosotros venimos a visitar el lugar del Nacimiento. El Emmanuel está con nosotros… Él ha plantado su tienda entre nosotros… Y nosotros, le debemos donación, obediencia y adoración. El Nacimiento de Jesús ha suscitado una nueva vida para los Pastores y los Magos, a quienes Él ha abierto el corazón e iluminado la ruta y la conciencia: “Y aquí tenéis la señal que os es dada: encontraréis a un recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre” (Lc 2, 12). Visitando Belén y el pesebre y adorando al Niño, los pastores se han convertido en los prototipos de aquéllos que velan y esperan el regreso de su Señor. Con la conversión de los pastores ha empezado el proceso de la fe en Dios hecho carne; viniendo a adorar al Niño, Ellos han trazado también el camino de los peregrinos hacia este Lugar Santo. Dios ha hecho de Belén su casa y el lugar de su encuentro con los hombres. Belén, ciudad de la paz, del amor divino y de la reconciliación. Aquel que ha podido curar a los enfermos y resucitar a los muertos es también capaz de reunir a los pueblos en la paz y la seguridad. Aquel que ha enseñado el amor, la justicia y la igualdad, es capaz de hacer de la pobre Gruta una escuela de reconciliación, dónde los dirigentes y los responsables de los destinos de los pueblos son instruidos sobre el sentido del bien, de la justicia y de la estabilidad. La paz es un derecho para todos los hombres; también es la solución a todos los conflictos y a todas las disputas. La guerra no produce la paz, y las prisiones no garantizan la estabilidad. Los más altos muros no aseguran la seguridad. Ni el agresor ni el agredido gozan de paz. La paz es un don de Dios y sólo Dios dona esta paz: “Mi paz os doy” –nos dice Jesús- “y no al modo como el mundo que Yo os la doy” (Jn 14,27). ¡Ay Niño de Belén, larga es nuestra espera, y estamos cansados de nuestra situación, e incluso cansados de nosotros mismos! Buscamos de todo, menos a Ti, nos apegamos a todo, menos a Ti, Escuchamos todo menos Tu voz.... estamos aturdidos por los hermosos discursos y promesas. Las lágrimas de las viudas y de los niños se mezclan con el ruido de los cañones y las ametralladoras, nos parten el corazón y rompen el silencio de la Gruta y del Pesebre… ¡Tenemos tanta necesidad de calma, de silencio! Tenemos una gran necesidad de paz, es cierto, pero sobre todo necesitamos de infancia y de inocencia. ¡Tú, el Pobre, a pesar de tu pequeñez, debilidad y pobreza, eres el único capaz de darnos lo que nos falta! ¡Oh Niño de Belén, ven para que la fiesta sea más fiesta! ¡Bienvenido seas Tú!, que nos enseñas que el amor es un martirio continuo, y que el martirio del amor, de la paz y de la justicia no morirá jamás; ¡Bienvenido seas Tú! que nos recuerdas que la riqueza está en el don y en la reconciliación, que la grandeza reside en la humildad y la dulzura; ¡Bienvenido seas Tú! que nos recuerdas por tu Nacimiento y tu Muerte que el amor sólo construye, y que su fuerza es más potente que todo porque se hace comida para los hambrientos, vestido para los que están desnudos y mano tendida a todos los hombres que cura y reconcilia, lejos de las divisiones, de las cercados y del odio. En esta Noche bendita, lanzamos a las naciones, a los individuos y a las familias un llamamiento al perdón. Y que Dios, que perdona nuestros pecados, nos de el ánimo, la fuerza y el amor de perdonar a los que nos han ofendido. ¡La Paz sea sobre Belén y sobre todos los habitantes de Tierra Santa! ¡La Paz esté sobre todos los peregrinos y visitantes!¡La Paz esté sobre todos aquellos que buscan la paz!