De modo particular, aquel coro resuena a través de los siglos en el himno del Gloria, que muy pronto la Iglesia incorporó a la liturgia. «A las palabras de los ángeles, desde el siglo II, se añadieron algunas aclamaciones: "Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias"; y más tarde otras invocaciones: "Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre, tú que quitas el pecado del mundo...", hasta formular un armonioso himno de alabanza que se cantó por primera vez en la misa de Navidad y luego en todos los días de fiesta. Insertado al inicio de la celebración eucarística, el Gloria quiere subrayar la continuidad que existe entre el nacimiento y la muerte de Cristo, entre la Navidad y la Pascua, aspectos inseparables del único y mismo misterio de salvación» (Benedicto XVI, Audiencia general, 27-XII-2006).
Al recitar o cantar el Gloria durante la Santa Misa -en los días y tiempos prescritos por la liturgia-, toca a cada uno tener presentes estos misterios, en los que contemplamos a Jesús hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre, revelarnos el amor que nos tiene, redimirnos, restablecernos en nuestra vocación de hijos de Dios (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 516-518). Si nos unimos sinceramente al himno angélico no solo de palabra sino con la vida entera, alimentaremos el deseo de imitar a Cristo, de cumplir también nosotros la voluntad de Dios y de darle gloria.
J. Gil. www.josemariaescriva.info
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