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Una puerta sin hojas de veinte codos de ancho y cuarenta de alto conducía a un vestíbulo de once codos de ancho. Según la Mishná esta entrada estaba flanqueada por dos pilares de forma cuadrada formado cada uno por diez cubos que medían cuatro codos de lado. Sobre estos dos pilares descansaba una especie de cornisa formada por cinco vigas de roble, separadas una de otra por piedras cuadradas colocadas en línea con los pilares. Era una reproducción de los arcos triunfales entonces tan comunes en Oriente.
Sobre el inmenso enrejado o verja se extendía una viña de oro, cuyos racimos, según Josefo, eran de la altura de un hombre. Añade que se extendía veinticinco codos de norte a sur y que su altura era de setenta codos sobre el suelo. Tácito (Ann., V, v) también habla de esta viña. Por encima de ella Herodes colocó una colosal águila dorada, el águila romana, lo que disgustó mucho a los judíos (Ant. Jud., XVII, VI, 2-4). El hekal y el debir mantenían sus antiguas dimensiones en longitud y anchura, pero su altura fue aumentada a sesenta codos.
Una puerta de diez codos de ancho y veinte de alto daba acceso al Santo. Las hojas de la puerta eran de madera labrada cubierta con láminas de oro, y la puerta fue además embellecida con una magnífica cortina de lino de tinte babilonio. La cámara ricamente decorada contenía el altar de los perfumes ante la entrada al debir, al norte de la mesa de la proposición y al sur del candelabro de los siete brazos. No estaba tan bien iluminada o aireada como la de Salomón. Solos los sacerdotes entraban en este patio para ofrecer incienso cada noche y cada mañana, para arreglar las lámparas, y para cambiar el sábado los panes de la proposición. Fue junto al altar del incienso donde se apareció el ángel a Zacarías (Lucas, 1, 11).

La afirmación de los rabinos sobre este punto está sujeta a sospecha. No podían ignorar que según los Evangelios (Mateo, 27, 51; Marcos, 15, 38; Lucas, 23, 45), cuando Cristo murió en la cruz el velo del templo se rasgó de arriba abajo. El debir estaba vacío. Sólo el sumo sacerdote entraba en él una vez al año.
Encima del debir y del hekal había un piso de cuarenta codos de alto, de forma que todo el edificio era de la misma altura que el pórtico. A los lados norte, sur y oeste había un edifico dividido en tres pisos, cada uno de veinte codos de alto. El piso bajo y el primer piso tenían trece habitaciones de seis codos de ancho cada una y el piso superior doce. Una puerta se abría al norte desde el vestíbulo a una escalera de caracol de tres codos de diámetro situada en la esquina que formaba el muro de la casa y el saliente del pórtico. Los dos muros que formaban la caja de la escalera eran de cinco codos de espesor. En la esquina frente al sur había una caja similar que estaba pensada para facilitar la salida del agua. La anchura total de la casa, incluyendo las habitaciones laterales, era de cincuenta y cuatro codos y junto al pórtico de setenta codos, y su longitud total, incluyendo el pórtico, era de ciento seis codos, concediendo seis codos de espesor para los muros. La base era diez codos más ancha que las dimensiones dadas arriba.
Veintidós codos al este de la casa estaba el altar de los holocaustos, construido de piedra sin labrar. Los rabinos hablan de un altar de tres pisos, de diez codos de alto y treinta y dos codos a lo largo de los lados de la base y veinticuatro en el centro (Maimónides, "Beth Haberasch", II, 16). Las cifras de Josefo, cincuenta codos a los lados por quince de alto, son obviamente incorrectas. Al norte del altar cuatro filas de argollas estaban fijas al suelo y se usaban cuando se sacrificaba a los animales. A continuación venían ocho mesas de mármol para cortar y lavar la carne de las víctimas, y por encima había ocho columnas con garfios para colgar y desollar a los animales (Middoth III, 5-V, II; Talmud, Shek, VI, 4). Se admitía a los laicos en este patios sólo cuando ofrecían un sacrificio, pues tenían que colocar sus manos en la cabeza de las víctimas. Los cuatro lados del patio estaban rodeados por un parapeto de piedras de un pie y medio de alto.
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