Miércoles, 30 de Abril. Llegada y primer día en Jerusalén.
"Llegamos a Tel Aviv por la tarde, esperanzados de ver Jerusalén con las últimas luces del día.
Nada más hospedarnos decidimos visitar el Muro de las Lamentaciones. Entramos a la vieja ciudad por la Puerta de Herodes sin saber muy bien qué dirección tomar, así que pronto nos sentimos inmersos y perdidos en un laberinto de callejuelas que nos engulle hasta lo más profundo del barrio musulmán. La sensación es de que todas las miradas de los que por allí se sientan, deambulan entre inmundicias a las puertas de comercios cerrados, se agrupan ya entrada la noche para ver la televisión… todas esas miradas parecen seguirnos. Nos vemos obligados a pedir ayuda, y así vagamos en la dificultad de hacernos comprender, sorprendidos de pronto por la certeza de estar en la misma Vía Dolorosa, fascinados por lo verosímil, por el encuentro casual de un pasadizo que sin lugar a dudas nos conducirá hasta el Muro.
Llegados a la plaza, decenas de figuras la cruzan con aire espectral mientras se aproximan a la pared milenaria, se postran ante ella, balancean su cuerpo hasta golpear con la frente las enormes piedras colocadas por el rey Herodes, en ocasiones convulsionan sus miembros como marionetas fuera de si. Es difícil comprender tal estado de posesión, tal exaltación. Sus vestimentas, sus signos de identidad, su mirada atávica, crean el temor hacia lo irracional, la desconfianza que sucede a lo incomprensible. Puñados de papeles masillan las grietas de la pared dejando constancia de un deseo, una voluntad que clama justicia incontestable.
Desde el extremo del Muro reservado para hombres se accede al túnel de los Asmoneos, reliquia del pasado y expresión misma del fanatismo hebreo, donde los fieles se entregan sin pudor a su éxtasis espiritual, solitarios o en grupo alrededor de un rabino que cuchichea y balancea sus salmos. Un murmullo entrecortado parece desprenderse de los rincones aislados, los anaqueles repletos de libros de la Torá o de la misma pared milenaria que soporta lo que un día fue la explanada del Templo de Salomón.
La noche avanza y un día más acaba para esta antigua y devota ciudad".
"Llegamos a Tel Aviv por la tarde, esperanzados de ver Jerusalén con las últimas luces del día.
Nada más hospedarnos decidimos visitar el Muro de las Lamentaciones. Entramos a la vieja ciudad por la Puerta de Herodes sin saber muy bien qué dirección tomar, así que pronto nos sentimos inmersos y perdidos en un laberinto de callejuelas que nos engulle hasta lo más profundo del barrio musulmán. La sensación es de que todas las miradas de los que por allí se sientan, deambulan entre inmundicias a las puertas de comercios cerrados, se agrupan ya entrada la noche para ver la televisión… todas esas miradas parecen seguirnos. Nos vemos obligados a pedir ayuda, y así vagamos en la dificultad de hacernos comprender, sorprendidos de pronto por la certeza de estar en la misma Vía Dolorosa, fascinados por lo verosímil, por el encuentro casual de un pasadizo que sin lugar a dudas nos conducirá hasta el Muro.
Llegados a la plaza, decenas de figuras la cruzan con aire espectral mientras se aproximan a la pared milenaria, se postran ante ella, balancean su cuerpo hasta golpear con la frente las enormes piedras colocadas por el rey Herodes, en ocasiones convulsionan sus miembros como marionetas fuera de si. Es difícil comprender tal estado de posesión, tal exaltación. Sus vestimentas, sus signos de identidad, su mirada atávica, crean el temor hacia lo irracional, la desconfianza que sucede a lo incomprensible. Puñados de papeles masillan las grietas de la pared dejando constancia de un deseo, una voluntad que clama justicia incontestable.
Desde el extremo del Muro reservado para hombres se accede al túnel de los Asmoneos, reliquia del pasado y expresión misma del fanatismo hebreo, donde los fieles se entregan sin pudor a su éxtasis espiritual, solitarios o en grupo alrededor de un rabino que cuchichea y balancea sus salmos. Un murmullo entrecortado parece desprenderse de los rincones aislados, los anaqueles repletos de libros de la Torá o de la misma pared milenaria que soporta lo que un día fue la explanada del Templo de Salomón.
La noche avanza y un día más acaba para esta antigua y devota ciudad".
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