
El centro de cada jornada fue siempre la Santa Misa. Parecía que, en el segundo día de peregrinación, después de aquel revivir de nuestra alma en Nazareth en la misma gruta donde la Virgen Santísima fue visitada por el Ángel no iba ser posible sentir algo mejor. Allí celebramos la primera Misa. Pero solo era el preámbulo de un acercamiento cada vez mayor al corazón de la Virgen, a la Palabra de Dios y a la predicación de Nuestro Señor Jesucristo. Visitamos la ciudad, convertida hoy en una de las más populosas del país; por la tarde nos dirigimos al Monte Carmelo en lo alto de la ciudad de Haifa, una de las ciudades más extensas y con un tráfico tremendo, y que por otra parte la vimos con ojos de tristeza pues nos costó más de dos horas atravesarla, cosa que nos impidió hacer más cosas en esa jornada.
El tercer día de peregrinación fue una delicia, fuimos primero a Cafarnaún, estuvimos en la casa de Pedro, paseamos por la sinagoga, y rezamos un ratito en la iglesia de construcción moderna que allí se ha erigido. En la paz de la sinagoga de Cafarnaum, te parecía sentir la tertulia y la polémica de los hombres de entonces, que se sabían de memoria la Sagrada Escritura, y que por ello plateaban abiertamente sus dudas, y cómo Jesús aclaraba los textos, haciéndolos más entendibles. Seguimos hacia el Monte de las Bienaventuranzas con la Santa Misa, al aire libre teniendo al fondo el Lago, allí donde Jesucristo hizo tantos milagros, lugar que al verlo se entiende que fuera a predicar Jesús en más de una ocasión. Seguidamente en el Mensa Christi disfrutamos del Lago con el agua hasta las rodillas recogiendo conchas y caracolillos como auténticos mariscadores; y sin dilación seguimos la ruta hasta el paseo en barca, en medio de aquel mar tranquilo, sin ruidos de ninguna clase. Te llevaba la imaginación al surcar de aquellas mismas aguas junto a Jesús, pensando que lo hiciera de la misma manera, pues aquel paisaje no ha variado en nada, solo el transcurso de los años. Vimos con nuestros ojos la otra riba…. los montes del Golán…

El cuarto día nos iba a crecer en emociones pues se trataba de subir al mismo lugar donde Jesús mostró su divinidad en lo alto del monte Tabor, allí se puede contemplar todo el Valle de Armagedón, el valle que daba paso a todas las caravanas, un valle lleno de riqueza natural, donde se producen tres recolecciones anuales de frutas y hortalizas de todas clases, allí donde antes era un desierto, hoy se ha convertido en un vergel, y donde puedes comprender que Moisés al ver aquel lugar, dijera que aquella tierra era la tierra prometida por Dios a su pueblo. Continuamos hacia el sur, siguiendo el río Jordán, y nos paramos casi en el punto donde sale del Lago, una zona en la que tradicionalmente muchos peregrinos renuevan sus promesas bautismales por inmersión en sus aguas, aunque no se tratase del mismo sitio donde Jesús recibió el bautismo de Juan. A continuación nos dirigimos hasta el desierto de Qumram. Durante muchos kilómetros pudimos ver las miles y miles de palmeras replantadas que producen millones y millones de deliciosos dátiles, que desde tiempo inmemorial alimentaron a Israel, pues se trata de una fruta que tarda un año en descomponerse. El sol de justicia en el desierto era abrasador, a pesar de que estábamos en primavera. Por la tarde, el que quiso experimentó algo nuevo en el Mar Muerto, todo un balneario natural. Estabas en un lugar que no distinguías entender si era un trocito del Ganges, o realmente estabas en medio de un mar de lodo por el que patinabas con el riesgo evidente de caerte y probar sin duda aquellas aguas saturadas de sal. Se dice de ellas, ya desde tiempos muy antiguos, que son muy curativas, en especial de enfermedades de la piel. Después de flotar o hundirse, se trataba de frotarse y embadurnarse con aquel lodo y recuperar la belleza y la salud de años atrás… Luego a la vista de todos y uno de tras de otro íbamos pasando por las duchas al sol para deshacernos de todo el fango y miserias".
Escrito por Isabel Hernández Esteban