Las procesiones previas a la ceremonia de la boda constituían una parte importante del ritual, como describe el judío Joachim Jeremias: “A última hora de la tarde los invitados se entretenían en la casa de la novia. Después de horas de esperar al novio, cuya llegada era repetidamente anunciada por mensajeros, llegaba finalmente, media hora antes de la media noche, para encontrarse con la novia; iba acompañado de sus amigos; iluminado por las llamas de las candelas, era recibido por los invitados que habían venido a encontrarse con él. La comitivia de la boda se desplazaba entonces, de nuevo en medio de muchas luminarias, en una procesión festiva hasta la casa del padre del novio, donde tenía lugar la ceremonia del matrimonio y el agasajo”.
Mientras llegaba esa hora de la noche la novia debía estar preparada para la llegada del novio. ¿Cuándo regresaría el novio por ella? Nadie lo sabía. Si los amigos e invitados preguntaban al novio cuándo sería la boda, tampoco éste lo sabía, pues en efecto sólo el padre del novio determinaba el momento en que su hijo estaba preparado para ir a buscar a la novia. Aunque en muchos matrimonios judíos de aquellos tiempos el hijo sí sabía el tiempo aproximado en que sería la boda. Pero como señal de respeto al padre y a su autoridad en el hogar -donde viviría después de la boda junto a su mujer- afirmaba que sólo su padre lo sabía
Según las tradiciones hebreas, el novio iba a buscar a la novia generalmente a la medianoche, por ello era necesario que la novia estuviese velando. Estaría con 10 amigas que tenían que estar preparadas con lámparas con aceite para alumbrar el camino al novio cuando llegará en busca de su prometida.
Se llevaban delante de la pareja palmas y ramas de mirto. También se arrojaban sobre ellos grano o monedas, y la música precedía la procesión. Si alguien se encontraba casualmente con esta procesión era obligación religiosa sumarse.
La parábola de las diez vírgenes, que con sus lámparas, estaban a la espera de la llegada del novio, está basada en una costumbre judía. De acuerdo con las autoridades rabínicas, esas lámparas sostenidas por bastones eran de uso frecuente. El número de lámparas era de diez, pues ese era el número de las solemnidades públicas. Las festividades del matrimonio duraban una semana, pero los días nupciales se extendían por todo un mes.
La parábola de las diez vírgenes, que con sus lámparas, estaban a la espera de la llegada del novio, está basada en una costumbre judía. De acuerdo con las autoridades rabínicas, esas lámparas sostenidas por bastones eran de uso frecuente. El número de lámparas era de diez, pues ese era el número de las solemnidades públicas. Las festividades del matrimonio duraban una semana, pero los días nupciales se extendían por todo un mes.
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