
En mi clase estamos unos 25 alumnos. Hay todo tipo de personas: judios, musulmanes, cristianos, de cantidad de paises, profesionales jóvenes, voluntarios, o también sacerdotes como yo. Es una de las cosas más apreciadas de este ulpán y de sus profesores: la apertura a todo tipo de gentes. De hecho en clase los ejercicios los hacemos con todos indistintamente. Se fomenta eso.
El comienzo del ulpán fue tremendo. En una semana ya sabíamos todo el alfabeto y leíamos de corrido el hebreo. Me encontré con que casi todos al comenzar las clases sabían ya algo y yo iba por detrás siempre. Fue un poco agobiante. Poco a poco nos hemos ido igualando. Hace unos días tuvimos el examen de mitad de curso. Duró casi dos horas y media. Cada dos semanas más o menos nos ponen exámenes para incitarnos a estudiar más y para valorar cómo vamos.
Las profesoras son muy buenas profesionales. También está organizado de manera que una profesora viene los lunes y los jueves, y la otra los martes y los miércoles. La primera habitualmente da menos materia y nos ayuda a practicar más para que hablemos el idioma. También para conseguirlo organiza juegos de muy variados en los que estamos todos involucrados. La otra profesora -sale aquí en la foto- da más materia y explica más contenidos y vocabulario. Consiguen una compenetración muy buena y que los días más duros, como son el primero y el último, podamos estar más descansados. Todo está muy bien pensado. Pero los profesores lo trabajan mucho: las clases están muy bien preparadas y cada día corrigen los ejercicios que hacemos en casa con mucho detenimiento.
Un día felicité a una profesora por lo bien que daba las clases y por la alegría y optimismo que mostraba en todo momento. Le dije que ese trabajo si se lo ofrecía a Dios era algo que podía tener mucho valor. Creo que me lo agradeció sinceramente.