"Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis.» Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo.» Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive.» Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre. El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea" (Juan 4,46-53).
Numerosos testimonios nos hablan de un santuario edificado por los cristianos en Caná en memoria del primer milagro realizado por Jesús. Un peregrino anónimo del s. VI dice: “Habiendo salido de Séforis, después de tres millas llegamos a Caná, adonde el Señor fue a la boda, y nos sentamos sobre el mismo asiento, donde escribí el nombre de mis padres… todavía quedan dos hidrias; yo llené una de vino y, llevándola llena sobre la espalda, la ofrecí en el altar. En la misma fuente nos lavamos por devoción. Después fuimos a la ciudad de Nazaret”. Empujada por distintas necesidades, y en tiempos diversos, la tradición ha situado el recuerdo evangélico en diferentes lugares; pero a principios del siglo XVI, los peregrinos encuentran en Kefer Kenna una habitación subterránea a la cual se accede desde el interior de un edificio con columnas que ellos pensaban que fuera una iglesia construida por el emperador Constantino y su madre Elena. Columnas y capiteles reutilizados en el pórtico de la iglesia actual recuerdan con su estilo las sinagogas de siglo III-IV. Una inscripción en lengua aramea, encontrada bajo el pavimento de la iglesia, dice: “Bendita sea la memoria de José, hijo de Talhum, hijo de Butah, y sus hijos, que han hecho esta tabla (de mosaico). Que la bendición sea sobre ellos”.
Los franciscanos, presentes hace ya tres siglos en Caná con una pequeña propiedad, consiguieron rescatar el santuario en 1879 gracias al padre Egidio Geissler, fundador de la parroquia católica local de rito latino (cerca de 100 familias). En 1880 se construyó una pequeña iglesia y posteriormente se fue agrandando (1897-1905). En 1885 se construyó, a unos 100 metros de distancia, una capilla en honor de San Bartolomé (Natanael), uno de los doce discípulos, que era oriundo de Caná. Excavaciones arqueológicas dirigidas por el padre S. Loffreda en 1969 y por el padre E. Alliata en 1997 han sacado a la luz la sinagoga, construida sobre los restos de habitaciones precedentes (s. I-IV d.C.). Tenía un vestíbulo porticado y en el centro una gran cisterna conservada hasta nuestros días en el subsuelo de la iglesia actual. En el ábside septentrional de la iglesia se ha encontrado un ábside aún más antiguo que contiene un sepulcro (siglo V-VI). Tal sepulcro, además de algún otro indicio, parece indicar la presencia cristiana sobre el lugar durante la época bizantina. Vemos en la fotografía, en color gris, la primera iglesia franciscana, datada en 1880. En color verde el edificio medieval del siglo XIV. En rojo el lugar donde se encontraban los sepulcros bizantinos de los s. V y VI. En azul, las habitaciones privadas del siglo I al IV y, finalmente, en amarillo la sinagoga hebrea con su vestíbulo cuya construcción está datada del siglo IV al V.
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