Después de la Resurrección del Señor los discípulos estuvieron los primeros días de Pascua en Jerusalén. Después fueron al mar de Galilea. Allí tuvieron unos preciosos encuentros con el Señor. Recordando el mar de Galilea y todo lo que le rodea, nos fijamos ahora en las barcas que entonces lo cruzaban. Sabemos cómo serían pues, una antigua barca de pescadores construida en el siglo I, fue descubierta en 1986, durante una inusual bajada en el nivel de las aguas del Lago Kinéret. El bote de 8 metros de largo se preservó gracias a el lodo del fondo del lago. Se encontraron en él diversos complementos, entre los que se incluyen una lámpara de aceite y una olla. Apodada "la barca de Jesús", la embarcación ha sido cuidadosamente preservada y actualmente es exhibida en el cercano kibutz Guinosar. Los habitantes fueron responsables de tan insigne hallazgo. Es cierto que no podemos saber si Jesús empleó esta barca o no, pero probablemente la vio, pues éste es un lago pequeño y no había muchos barcos. Su descubrimiento tuvo lugar en 1986 por dos hijos de un pescador de la costa noroeste -del también llamado en la Biblia lago Genesaret o de Tiberíades- supuso toda una hazaña y razón de orgullo para esa granja comunal israelí. Contaban los que lo presenciaron que el mar retrocedió de forma extraordinaria, hasta el punto de que sabían que iban a encontrar barcazas antiguas, pero nunca imaginaron que encontrarían algo tan bonito. Esto lo contaba uno de los hermanos Luftan, que fueron quienes la descubrieron. Tras la fuerte sequía que hubo ese año, y que provocó el descenso de las aguas del lago, los hermanos rastrearon su fondo en busca de vestigios antiguos, como hicieron también otros lugareños. Entonces encontraron varios clavos sujetos a unos trozos de madera. Eran parte de la nave que logró sobrevivir al paso del tiempo, gracias a que quedó sepultada y protegida por el barro, lo que impidió que el oxígeno descompusiera la madera del armazón. Fue milagroso, porque las embarcaciones de madera no sobreviven en agua dulce tantos siglos. Es la barca más antigua hallada en estas circunstancias. La embarcación fue extraída por expertos y voluntarios de la Dirección de Antigüedades de Israel tras una extraordinaria excavación arqueológica que duró once días, y que requirió titánicos esfuerzos y no poca creatividad. Para facilitar su transporte y evitar que la madera se desintegrara, fue cubierta con un caparazón de poliuretano espumoso y fibra de vidrio, que protegió su débil y anegado casco. Durante catorce años fue minuciosamente limpiada en una piscina especialmente construida en el kibutz para su conservación. Allí fue sometida a una solución química que deshizo la costra y deshidrató la madera con una cera sintética, endureciendo así su casco. De 8,2 metros de largo por 2,3 metros de ancho y 1,2 metros de altura, se exhibe hoy en día a una temperatura de 21 grados centígrados y un 60 por ciento de humedad ambiente, y gracias a un armazón de acero que apuntala sus endebles vigas. Compuesta por doce tipos de madera -principalmente de cedro y roble- es un modelo típico de las antiguas construcciones de caparazón propias del Mediterraneo. Fue empleada tanto para el transporte de personas -hasta 15- como para la pesca. Fue descubierta a 300 metros de la aldea Magdala, de donde era oriunda María Magdalena, lugar en el que también se encontró un mosaico que representa una barca del siglo I y que se proyecta junto al hallazgo para dar una idea de cómo eran este tipo de botes.
Los arqueólogos piensan que la barca debió de ser similar a la que utilizaron los judíos en la batalla naval de Migdal (nombre hebreo de Magdala) o las que usaron Simón, Andrés, Santiago y Juan cuando el Señor les llamó y, después de la Resurrección cuando fueron a pescar y Él les esperaba en la orilla. Cuánto nos ayuda ver esta barca para irnos con la imaginación a esas escenas del Evangelio, y contemplar a Jesús con los discípulos en el lago. El Señor ha querido que llegue hasta hoy esta barquichuela para que nos metamos en ella con Él y vayamos mar adentro en nuestra entrega, en nuestra búsqueda de la santidad y en nuestro afán apostólico.
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