Más adelante, el peñasco del Gólgota se recortó por los lados norte y oeste, dando así lugar a una nueva construcción. En el año 614, Jerusalén fue conquistada por los persas. Quemaron la iglesia del Calvario y del Sepulcro. Arrasaron casi todas las iglesias. La totalidad de las reliquias fueron robadas, y muchas personas asesinadas. Pero para el año 622 el emperador Heraclio ya había recobrado el territorio, y forzado a los persas a devolver los trofeos de guerra. Entre ellos estaba el más precioso: la reliquia de la Santa Cruz. Así, en el 630, la Vera Crux fue restituida a la basílica del Santo Sepulcro.
Pocos años después, en 638, se produce una nueva ocupación. Esta vez la protagonizan los sirios. El patriarca de Alejandría Eutichio —del siglo X— describió la conquista: «Omar ibn al-Khattab asedió la ciudad. Sofronio, el patriarca de Jerusalén, se entrevistó con él, y consiguió una carta de protección para la ciudad y sus habitantes. Omar ibn al-Khatab garantizó la salvaguardia de los lugares cristianos y prohibió a los suyos destruirlos o usarlos como viviendas» (Eutiquio de Alejandría. Anales, 17-28).
En los siglos IX y X se produjeron diversos desastres en el Santo Sepulcro. El primero fue un violento terremoto que dañó la cúpula de la Anástasis. Más tarde, diversos incendios provocados: primero por los sirios y luego por los musulmanes. En 1009 el Califa de Egipto al-Hakim ordenó la destrucción completa de la iglesia. Empezaron por demoler la Tumba misma, la cúpula y las partes altas del edificio, hasta que los restos acumulados impidieron seguir demoliendo. Durante once años se les prohibió a los cristianos visitar los destrozos y rezar entre las ruinas.
Pasado este tiempo, se firmó un tratado de paz entre el emperador Bizantino Argirópulos y el sucesor de al-Hakim: se declaró y quedó estipulada la reconstrucción del Santo Sepulcro. Los trabajos comenzaron bajo el emperador Constantino Monómaco. Los arquitectos llegaron a la conclusión de que era imposible restaurar la totalidad de la estructura constantiniana. Así pues, optaron por conservar solamente la Anástasis, con un ancho ábside hacia el este y varias pequeñas capillas. Estos trabajos finalizaron en 1048. La basílica estaba reconstruida, aunque Jerusalén seguía en poder de los árabes musulmanes.
Santiago Quemada
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