Para entrar en el pequeño recinto de la Tumba, de ordinario hay que guardar una larga fila: a veces es tan prolongada que rodea por fuera toda la estructura del Sepulcro. Este consta de dos estancias.
La primera se llama «Capilla del ángel». El relicario de mármol en forma de columna, en el medio de la antesala, contiene un fragmento de la piedra del ángel: se la denomina así porque le vieron sentado encima la mañana de Pascua. «Y he aquí que se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor descendió del Cielo y, acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella» (Mt 28, 2). Es uno de los trozos que perduraron de la Tumba, después de su profanación en el año 1009.
En la segunda estancia, sobre la losa del Sepulcro, arden día y noche cuarenta y cuatro lámparas de plata. La cubierta de mármol es del año 130. Pertenecía al antiguo templo de Adriano, y ahora cumple la función de proteger la piedra original de la Tumba.
Al entrar, primero se accede a la antesala. Allí se espera turno: en el recinto pequeño de la Tumba solo hay capacidad para tres personas. A veces se permite la entrada hasta cuatro visitantes a la vez: no cabe más gente de rodillas delante de la losa. Habitualmente, solo se permite rezar unos pocos segundos. Casi todo el mundo coincide en que es uno de los lugares que más impresión produce.
También es posible —reservando con tiempo— celebrar y asistir a la Santa Misa dentro de la Tumba. Impacta mucho pensar, durante el Santo Sacrificio, que aquí fue depositado el cuerpo muerto del Señor, y aquí resucitó a los tres días con su cuerpo glorioso. Y de nuevo, cuando el sacerdote consagra la Eucaristía, aquí y ahora, se vuelve a hacer realmente presente en el altar preparado sobre la Tumba.
Santiago Quemada
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