Es un secreto bien guardado en sociedades como el Líbano, donde un gran número de cristianos y musulmanes viven cara a cara, trabajando juntos, socializando juntos, a veces incluso casándose entre sí. En estas sociedades a menudo hay más conversiones de una fe a la otra de las que nadie está dispuesto a admitir públicamente.
Para los musulmanes que adoptan el cristianismo, es una propuesta especialmente delicada, ya que corren el riesgo de ser declarados apóstatas y sufrir represalias, a veces de grupos extremistas, a menudo de sus propias familias, donde pueden ser rechazados, desheredados e incluso atacados físicamente.
Esta dura realidad, sin embargo, no significa que no se sucedan las conversiones, y algunas veces en cantidades sorprendentemente altas.
Un católico libanés, por ejemplo, me dijo esta semana que un amigo sacerdote ha estado predicando en el centro del país durante seis años, y durante ese lapso de tiempo ha tenido más de 300 conversiones del Islam al cristianismo.
Muchos católicos libaneses tienen historias que contar sobre las conversiones que han presenciado personalmente o en las que desempeñaron un papel. Sin embargo, pocas historias reúnen tanto impacto como la que me contó un CEO al que conocimos mi colega Inés San Martín y yo la semana pasada.
(El CEO pidió que no se usara su nombre, no porque temiera las consecuencias contra él mismo, sino porque no quiere poner a su familia y a su negocio en peligro).
Sucedió durante la guerra de 2006 entre Israel y Hezbollah, el movimiento militar de la Shi’ite en el Líbano. Este CEO dirigía una ONG que se encargaba de desplazar a las personas localizadas en una región del país, donde los bombardeos de Israel eran habituales.
El CEO es un católico ferviente, miembro del Opus Dei (es un supernumerario, que está casado y tiene hijos), que asiste a misa diariamente. Durante la guerra, él continuó saliendo de los búnkeres de la ciudad en la que se encontraba para dirigirse a la iglesia local cada mañana, a pesar del riesgo de las bombas al que se exponía.
Una mañana, de camino a misa, se le acercó un musulmán que había conocido a través de la ONG y le preguntó si podía unirse a él. El nombre de aquel hombre era “Jihad” (en realidad es un nombre masculino muy común entre los musulmanes, a pesar de su asociación en Occidente con la violencia terrorista).
Jihad tenía una discapacidad, siguió contando, ya que perdió un brazo a los 14 años en un accidente en una carpintería. El CEO lo desalentó de ir a Misa, convenciéndolo de que no era seguro, no sólo por el peligro de ser herido en el bombardeo, sino porque los vecinos musulmanes de Jihad podrían enojarse, o incluso culpar al CEO y a la organización de “proselitista de musulmanes”.
Jihad aceptó no ir a Misa, relató el CEO, pero se notaba que no estaba contento. A mediados de agosto de ese año, Jihad regresó y le dijo que había escuchado que al día siguiente había una gran fiesta dedicada a la Virgen María (se refería a la fiesta de la Asunción). Tenía un amor especial por María, explicó, y realmente quería ir a Misa.
El CEO me contó que Jihad parecía determinado, casi desesperado, por lo que aceptó que le acompañara.
Luego, encontró a Jihad de pie ante una estatua de la Virgen en profunda oración. El CEO se arrodilló a su lado y cerrando los ojos oró. En ese momento escuchó un goteo a su lado... Miró y vio que Jihad lloraba lágrimas de alegría, que caían ruidosamente al suelo.
Más tarde, Jihad confesó que había estado esperando ese momento durante años. Cuando perdió su brazo, contó el CEO, Jihad fue tratado en un hospital con otros dos hombres, ambos cristianos. Un sacerdote venía a darles la Comunión acompañado de una monja. La primera vez que vino, administró el sacramento a los dos hombres y cuando comenzó a acercarse a Jihad, la monja se llevó al sacerdote.
El suceso en la Iglesia desencadenó una serie de conversaciones entre Jihad y el CEO sobre varios aspectos de la creencia y la práctica cristiana. El CEO le explicó la diferencia entre las interpretaciones islámicas y cristianas de la “yihad”: cómo Cristo desafió las expectativas de lo que significaba ser un “mesías”, describiéndolo no como un revolucionario político sino como un liberador espiritual.
“¿Cuál es el tipo más difícil de yihad?” le preguntó el CEO a su amigo. “¿Es salir y matar a mis enemigos, o matar el pecado que hay dentro de mí?”.
Durante todo ese proceso, Jihad le dijo al CEO que quería convertirse al cristianismo. El CEO habló con un sacerdote quien le instó a la cautela, entre otras cosas, porque le preocupaba que Jihad simplemente se sintiera agradecido por la ayuda de la ONG y estuviera proyectando esa gratitud al CEO y a su fe cristiana.
Jihad persistió y se le dijo que, eventualmente, se inscribiera en un curso de catequesis de dos años para prepararse para el Bautismo. El CEO le ofreció un pequeño consejo: “No te desanimes por los cursos que debas recibir, o incluso por el mal ejemplo de algunos de los cristianos que puedas conocer", dijo. “Recuerda ese momento con la Virgen y recuerda lo que hay en tu corazón”.
Finalmente llegó el día del Bautismo de Jihad. El CEO estaba allí, con su esposa e hijos, mientras que otro funcionario de la ONG actuó como el padrino de bautismo de Jihad. Ellos han seguido siendo amigos, y Jihad actualmente es un miembro activo de su parroquia local.
Por razones obvias, nadie está ansioso por transmitir este tipo de historias en un entorno en el que los malentendidos sobre las religiones pueden convertirse rápidamente en mortales.
Sin embargo, tales movimientos del corazón tienen lugar con sorprendente frecuencia. Tal vez lo que ilustran es la paradoja misionera: cuando el precio de la fe es más elevado, abunda más el hambre de recibirla.
Traducción de varios extractos del artículo de John L. Allen Jr. en Crux Middle East’s well-kept secret revealed when Jihad met the Virgin / El secreto mejor guardado de Oriente Medio se reveló cuando Jihad conoció a la Virgen (15 de octubre de 2017)
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