Seguimos en Belén de Judá, pero cambiamos de
evangelista. En el nacimiento del Ungido por el Espíritu, la adoración de los
pastores es completada por la adoración de los Magos. Dejamos, de momento a san
Lucas, para seguir a san Mateo en un pasaje que cuenta lo que sucedió meses
después: la visita de los Magos de Oriente a Jerusalén. El evangelio describe
la llegada de losastrólogos paganos que han visto salir la estrella
de la salvación y la han seguido. Dios les ha dirigido una palabra mediante una
estrella insólita en medio de sus constelaciones habituales; y esta palabra les
ha sobresaltado y les ha hecho aguzar el oído, mientras que Israel,
acostumbrado a la palabra de Dios, ha cerrado sus oídos a las palabras de la
revelación: no quiere que nada turbe el curso habitual de sus dinastías. Suele
ocurrir algo parecido en algunos cristianos, cuando se siente molestos por el
mensaje inesperado de un santo. San Agustín, testigo atento de la tradición de
la Iglesia, explica sus razones de alcance universal afirmando que los
Magos, primeros paganos en conocer al Redentor, merecieron
significar la salvación de todas las gentes. Es también muy clarificador que el
relato de san Mateo ponga a la Virgen en el centro de esta extraña visita. Si
los pastores representan a los humildes del pueblo escogido, estos misteriosos
personajes del Oriente son un signo de la universalidad de la
Buena Nueva que nos trae el Salvador.
El relato de la adoración de los Magos es el más derásico [34]
de los relatos evangélicos de la Infancia; es decir, el evangelista redacta una
pieza catequética con una base histórica sobre la
realeza de Jesús. Contiene dos escenas distintas con alusiones
a textos del AT concatenadas en su desarrollo: la primera, gira en
torno a la profecía de Miqueas (Mt 2,1b-9a); la segunda, lo hace en torno a
una estrella que les conduce a la adoración del Niño (Mt
2,9b-12), momento cumbre de la narración. No hay ningún diálogo o conversación;
es el evangelista quien cuenta lo acaecido de forma escueta [35].
El término griego «epifanía» significa manifestación.
La presencia de los Magos en Belén es la primera revelación del Salvador recién
nacido al mundo pagano. Toda la narración tiene como telón de fondo la profecía
de Miqueas [36], que canta la grandeza de Belén, patria de David. Tiene una
gran fuerza expresiva y una plasticidad que atrae la atención del lector. «La
Jerusalén de la Epifanía no es sólo la Jerusalén de Herodes. Es, al mismo
tiempo, la Jerusalén de los Profetas. Hay en ella testimonios de quienes, bajo
el influjo del Espíritu Santo, preanunciaron desde hace siglos el misterio.
Está el testimonio de Miqueas sobre el nacimiento del Rey mesiánico en Belén.
Está sobre todo el testimonio de Isaías. Un testimonio verdaderamente singular
de la Epifanía: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la
gloria del Señor amanece sobre ti!. Mira: las tinieblas cubren la tierra, la
oscuridad de los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá
sobre ti" [37]» [38].
Si en el capítulo primero de su Evangelio, san Mateo
nos ha desvelado que Jesús es el Mesías esperado, hijo de David, hijo de
Abrahán, engendrado en María por obra del Espíritu Santo, ahora enmarca histórica
y cronológicamente el evento. Es decir, si antes nos ha contado el quien y
elcómo, ahora va a relatar el dónde y el cuándo de
Jesús de Nazaret.
En primer lugar afirma que Jesús nació en Belén de
Judá [39]. «Nacido Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes,
unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de
los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a
adorarle» (Lc 2,1-2). «Los Magos de Oriente comenta el
Papa entran en Jerusalén precisamente con
esta noticia: ¡Llega tu Luz! ¿Dónde encontrar
el lugar del nacimiento? Jerusalén es la ciudad de
un Gran Rey. Él es más grande que Herodes, y este soberano temporal, que se
sienta en el trono de Israel con el beneplácito de Roma, no puede ofuscar la
promesa de un Rey mesiánico. Y la luz resplandece en las tinieblas» [40].
Herodes el Grande es un personaje bien documentado en la historiografía. Nació
unos 70 años antes que Cristo. Era hijo de Antipatro, mayordomo de Juan Ircano
II. En el año 41 a.C. fue nombrado tetrarca de Judea y en el año 40 a.C. rey de
Judea, por un decreto del Senado Romano. Exterminó a los Asmoneos y recibió de
Augusto la Traconítide y la Auranítide. Murió, según Flavio Josefo, en Jericó a
finales de marzo o comienzos de abril del año 750 de la fundación de Roma (4
d.C.).
Los Magos (magoi) es una palabra de origen
persa y de significación amplia. En Persia los magos eran los estudiosos de la
doctrina ética y religiosa de Zoroastro. Posteriormente, se dedicaron al
estudio de las estrellas, ya que para los babilonios los astros determinaban
los sucesos presentes y futuros. Parece ser que con este término san Mateo se
refiere a unos astrólogos de Oriente [41], que tenían un cierta relación con el
mundo judío. Aunque, desde un punto de vista exgético no hay razón para afirmar
que fueran reyes, ya Tertuliano sostiene que en su tiempo se les consideraba
como tales [42]. Respecto al número de Magos tampoco hay dato alguno. La
tradición se ha decantado por tres por simetría al número de dones
ofrecidos, aunque también se han barajado
las cifras de dos, cuatro y doce.
El título Rey de los judíos tiene,
por una parte, resonancias nacionalistas así se
designaba, por ejemplo, al mismo Herodes el Grande y por eso se
verá ensegida en el relato los celos que despierta en él; y, por
otra, es una expresión que encontramos a menudo en los Evangelios para
nombrar a Cristo [43]. Así, los Magos reconocen desde el nacimiento del Mesías la
prerrogativa que será el título de su muerte. La referencia a la estrella [44]
que vieron en el Oriente condiciona el relato, pues fue el motivo por el que
emprendieron tan largo viaje [45]. Los Magos terminan su primera intervención
explicando los motivos de su viaje: «hemos venido a adorarle»; expresión que
tiene un claro aspecto cultual, aunque «la asociación del acto con el
título rey de los judíos, lleva al lector a pensar que el homenaje
se rinde a la realeza y no en la adoración a la divinidad» [46].
La reacción no se hace esperar: «Al oír esto, el
rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén. Y, reuniendo a todos los
príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les interrogaba dónde
había de nacer el Mesías» (Mt 2,3-4). Es lógico que la frase de los
Magos causase tal perturbación a Herodes y a los habitantes de Jerusalén. Son
motivos de sobresalto políticos: Herodes pensaba que el recién nacido le podía
arrebatar el trono y el pueblo temía la reacción del monarca, teniendo en
cuenta sus precedentes. De todas formas llama la atención que el mismo Herodes
identifique al rey de los judíos con el Mesías,
aunque él se mueve siempre en el plano terreno y politico.
Se trata de la profecía de Miqueas que anuncia el
nacimiento del Mesías en Belén. «En Belén de Judá, le dijeron, pues así
está escrito por medio del Profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres
ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá; pues de ti saldrá
un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel"» (Mt 2,5-6). Ahora
bien, san Mateo presenta este texto profético con cierta libertad [47],
siguiendo las reglas de la lectura derásica [48], y contra su
costumbre no es una «cita de cumplimiento» [49]. Todas estas variantes dan al
texto mayor riqueza de contenido, del que se debe destacar tres cosas: primera,
se reafirma la ascendencia davídica de Jesús, que ya sostiene
en Mt 1; segunda, se insiste en el carácter regio de Cristo,
al incluir la cita de 2 Sam; y, tercera, se señala que Jesús como Mesías es el
encargado de apacentar a todo el pueblo, no sólo a unos pocos
privilegiados.
«Entonces Herodes, llamando en secreto a los
Magos, se informó cuidadosamente por ellos del tiempo en que había aparecido la
estrella; y les envió a Belén, diciéndoles: Id e informaos bien acerca del
niño; y cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarle. Ellos,
después de oír al rey, se pusieron en marcha» (Mt 2,7-9a). Por tanto,
Herodes, al escuchar la información recibida sólo le falta saber cuándo,
porque sabe por los Magos que ya ha nacido el rey de los judíos y por el
Sanedrín que nacerá en Belén. Tiene, pues, la convicción de la fecha de
nacimiento debe coincidir con el momento de la aparición de la estrella. Además
finge unirse a la adoración de los Magos, aunque sus pretensiones, como se verá
después, son otras: acabar con aquel niño que se presenta como rival de su
trono. Los Magos, finalizan su estancia en Jerusalén poniéndose en camino a la
cercana Belén.
Se inicia la segunda parte del relato con la
reaparición de la estrella. «Los Magos han visto una estrella, una sola
estrella y ésta se covierte en signo de discernimiento. Decidieron seguirla. El
camino de los pastores fue corto. El de los Magos, largo. Los pastores
marcharon directamente hacia la luz que les había envuelto en la noche de
Belén. Los Magos tuvieron que indagar con esperanza siguiendo la estrella y
dejándose guiar por su luz» [50]. «Y he aquí que la estrella que habían
visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde
estaba el niño» (Mt 2,9b). En el umbral del NT se creía que, desde la
profecía de Balaam [51], el nacimiento del Mesías tendría como señal divina la
aparición de un estrella que guiase a los gentiles al rey supremo que nacería.
Se ha comentado muchas veces que la estrella realiza una doble función: al
principio actúa como signo del nacimiento del Rey de los
judíos; y después ejercita la función de guía. Pero esto no es
exactamente así. Los Magos son «guiados» a Belén por la información de los
escribas del pueblo. Por eso, la estrella, a lo sumo «les acompaña». La
luz del libro sagrado y la luz de la estrella conducen a Belén.
Los Magos siguen otro lógica a la común lógica humana.
Siguen la luz del Misterio divino, la luz del Espíritu Santo. Participan de esa
luz mediante la fe. Y tienen la certeza de encontrarse cara a cara con Aquél
que ha de venir. Lo Magos de Oriente se encuentran al comienzo de un gran
itinerario, cuyo pasado se remonta al principio de la historia del Pueblo
elegido de la Antigua Alianza y cuyo futuro alcanza a todos los pueblos de la
tierra.
A la luz de esta gozosa epifanía, Dios se revela en
Jerusalén a todos los pueblos. «Al ver la estrella se llenaron de inmensa
alegría» (Mt 2,10). «Con solo ver la estrella comenta san
Basilio los Magos experimentaron una inmensa alegría.
Acojamos también nosotros en nuestro corazón esa alegría (...). Adoremos al
Niño junto a los Magos (...). Dios el Señor es nuestra luz: no en la forma de
Dios, para no aterrar nuestra debilidad, sino en la forma de siervo, para
llevar la libertad a quien yacía en la esclavitud. ¿Quién tiene el ánimo tan
insensible, tan ingrato que no sienta la alegría de expresar con dones la
propia exultación? Las estrellas se asoman al cielo, los Magos dejan su país,
la tierra se recoge en una gruta. Que no haya nadie que no lleve algo, nadie
que no sea agradecido» [52].
Es muy posible que María y José, tras el nacimiento
del Niño en el establo de Belén y una vez que se marcharon los que ya se
empadronaron, se trasladasen a una casa del pueblo. «Y
entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrados le
adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y
mirra. Y, habiendo recibido en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron
a su país por otro camino» (Mt 2,11-12). El centro de este relato, lo
ocupa desde luego el niño con María, su madre [53]. También se
aprecia en esta escena un ambiente «regio», tanto por la actitud de los Magos,
como por los dones ofrecidos. En efecto, «postrados, le adoraron», supone una
veneración, un acto de sumisión y de reconocimiento de la autoridad del niño; y
en el AT las ofrendas de oro, incienso y mirra [54], guardan cierta relación
con el Rey-Mesías.
En suma, «los Magos, representantes de los pueblos
paganos, sirven de ejemplo para nuestra búsqueda de Dios; en efecto, ellos
perciben su silenciosa presencia en los signos de la creación. Para hallar la
Verdad, que sólo habían entrevisto, emprenden un viaje lleno de incógnitas y de
riesgos; su itinerario se concluye con un descubrimiento y un acto de profunda
adoración hacia el Niño Jesús, que ellos ven junto a su Madre: le ofrecen sus
tesoros, recibiendo a cambio el don inestimable de la fe y el gozo cristiano»
[55].
[34] Cfr nota 6 del Cap. I.
[35] Seguiré de cerca en el comentario a este pasaja a J.L. Bastero, María, Madre del Redentor, Eunsa, Pamplona 1995, pp. 121-130.
[36] Mich 5,1-2.
[37] Is 60,1-2.
[38] Juan Pablo II, Homilía de Epifanía, 6-I-1984.
[39] Hay otra Belén de Zabulón, situada a unos 11 km al NO de Nazaret. Belén de Judá se encuentra a solo 9 km al sur de Jerusalén. Era entonces una pequeña aldea rural, poco importante en el mundo judío.
[40] R.E. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid 1982, p. 174.
[41] La expresión «de Oriente» (apo anatolon) no indica un lugar exacto, sino tan sólo el Levante, en oposición al Poniente. La misma expresión se usa en Num 23,7, en la versión de los LXX de la profecía de Balaam.
[42] Cfr Tertuliano, Adv. Marc., III,13. Parece ser que el título de rey procede de la influencia de algunos pasajes del AT en los que se dice que los reyes traerán sus ofrendas al futuro Mesías.
[43] Cfr Mt 27,11.29.37; Mc 15,2.9.12.18.26; Lc 23,3.37.38; Ioh 18,33.39; 19,3.19.
[44] Los datos precisos que encontramos en el relato evangélico sobre la estrella hacen pensar que se trata de un fenómeno físico concreto. Además el uso singular de la palabra aster indica una estrella determinada. Este hecho celeste no extrañó a los judíos, pues en el AT y en el judaísmo rabínico las estrellas, como testimonios divinos, anunciaban hechos en los que Dios intervenía de modo extraordinario (cfr Gen 37,9; Is 40,26, Ps 148,3), como ocurre con el nacimiento del Mesías.
[45] Herodes se informa del momento de su aparición (Mt 2,7), se alegran los Magos cuando reaparece (Mt 2,10) y es la estrella al detenerse la que les indica dónde está el niño (Mt 2,9).
[46] El verbo proskynein usado tres veces por san Mateo en este pasaje, significa «rendir homenaje» y comporta siempre una actitud de reverencia y acatamiento ante la divinidad.
[47] Porque combina Mich 5,1 con 2 Sam 5,2. Esta combinación de ambos textos es original del hagiógrafo y no tiene precedentes, ni en los LXX, ni en le texto masorético. Además la adición de 2 Sam 5,2 es una ténica deráshica de una actualización por sustitución; es decir, la promesa hecha a David por Yahwéh («Tú apacentarás a mi pueblo Israel»), ahora se aplica al Mesías, hijo de David. Esto es muy frecuente en el Targum. Cfr S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la Infancia, vol. III, Madrid 1990, p. 254.
[48] Debido a que san Mateo convierte la frase afirmativa de Mich 5,1 («Tú Belén de Efratá aunque eres la menor...») en negativa («Tú Belén, tirra de Judá, no eres la menor...». Así expresa la grandeza de esta pequeña aldea, cuna de David y del Mesías. Cfr A. Macho, La historicidad de los evangelios de la Infancia, Madrid 1977, pp. 21-22.
[49] Llama la atención que no lo haga como en otras ocasiones, usando una expresión parecida a esta: «para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta» (cfr Mt 1,22; 2,15; 2,17; 2,23). Sin embargo, esto es lógico porque la cita está puesta en boca de los sacerdotes y de los escribas del pueblo y así confirma a sus lectores que se ha realizado el evento que anuncia el AT.
[50] Juan Pablo II, Homilía, 6-I-1983.
[51] Num 22-24; cfr J.M. Casciaro-J.M. Monforte, Jesucrisro, Salvador de la Humanidad. Panorama bíblico de la salvación, Eunsa, 2ª ed., Pamplona 1997, pp. 55-56.
[52] San Basilio, Homilía VI, PG, 31,1471ss.
[53] Parece que éste es el motivo principal de Mt 2, pues se repite cuatro veces más (cfr Mt 2,13.14.20.21).
[54] El Salmista (Ps 72,15) afirma que el futuro Rey-Mesías «se le dará el oro de Sabá mientras viva». La mirra, en cambio, es usada en el AT como uno de los ingredientes del óleo con que son ungidos los sacerdotes y los reyes; y esta unción les confiere un carácter «sagrado» (cfr Ex 30,23; 1 Sam 24,7). También se dice en el Ps 45,9 que la mirra es también uno de los elementos con que se ungirá al Rey-Mesías. Según una profecía de Isaías (Is 60,6): oro e inciendo son las ofrendas que los habitantes de Sabá entregarán en Jerusalén en la época mesiánica.
[55] ANG, 6-I-1986.
[35] Seguiré de cerca en el comentario a este pasaja a J.L. Bastero, María, Madre del Redentor, Eunsa, Pamplona 1995, pp. 121-130.
[36] Mich 5,1-2.
[37] Is 60,1-2.
[38] Juan Pablo II, Homilía de Epifanía, 6-I-1984.
[39] Hay otra Belén de Zabulón, situada a unos 11 km al NO de Nazaret. Belén de Judá se encuentra a solo 9 km al sur de Jerusalén. Era entonces una pequeña aldea rural, poco importante en el mundo judío.
[40] R.E. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid 1982, p. 174.
[41] La expresión «de Oriente» (apo anatolon) no indica un lugar exacto, sino tan sólo el Levante, en oposición al Poniente. La misma expresión se usa en Num 23,7, en la versión de los LXX de la profecía de Balaam.
[42] Cfr Tertuliano, Adv. Marc., III,13. Parece ser que el título de rey procede de la influencia de algunos pasajes del AT en los que se dice que los reyes traerán sus ofrendas al futuro Mesías.
[43] Cfr Mt 27,11.29.37; Mc 15,2.9.12.18.26; Lc 23,3.37.38; Ioh 18,33.39; 19,3.19.
[44] Los datos precisos que encontramos en el relato evangélico sobre la estrella hacen pensar que se trata de un fenómeno físico concreto. Además el uso singular de la palabra aster indica una estrella determinada. Este hecho celeste no extrañó a los judíos, pues en el AT y en el judaísmo rabínico las estrellas, como testimonios divinos, anunciaban hechos en los que Dios intervenía de modo extraordinario (cfr Gen 37,9; Is 40,26, Ps 148,3), como ocurre con el nacimiento del Mesías.
[45] Herodes se informa del momento de su aparición (Mt 2,7), se alegran los Magos cuando reaparece (Mt 2,10) y es la estrella al detenerse la que les indica dónde está el niño (Mt 2,9).
[46] El verbo proskynein usado tres veces por san Mateo en este pasaje, significa «rendir homenaje» y comporta siempre una actitud de reverencia y acatamiento ante la divinidad.
[47] Porque combina Mich 5,1 con 2 Sam 5,2. Esta combinación de ambos textos es original del hagiógrafo y no tiene precedentes, ni en los LXX, ni en le texto masorético. Además la adición de 2 Sam 5,2 es una ténica deráshica de una actualización por sustitución; es decir, la promesa hecha a David por Yahwéh («Tú apacentarás a mi pueblo Israel»), ahora se aplica al Mesías, hijo de David. Esto es muy frecuente en el Targum. Cfr S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la Infancia, vol. III, Madrid 1990, p. 254.
[48] Debido a que san Mateo convierte la frase afirmativa de Mich 5,1 («Tú Belén de Efratá aunque eres la menor...») en negativa («Tú Belén, tirra de Judá, no eres la menor...». Así expresa la grandeza de esta pequeña aldea, cuna de David y del Mesías. Cfr A. Macho, La historicidad de los evangelios de la Infancia, Madrid 1977, pp. 21-22.
[49] Llama la atención que no lo haga como en otras ocasiones, usando una expresión parecida a esta: «para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta» (cfr Mt 1,22; 2,15; 2,17; 2,23). Sin embargo, esto es lógico porque la cita está puesta en boca de los sacerdotes y de los escribas del pueblo y así confirma a sus lectores que se ha realizado el evento que anuncia el AT.
[50] Juan Pablo II, Homilía, 6-I-1983.
[51] Num 22-24; cfr J.M. Casciaro-J.M. Monforte, Jesucrisro, Salvador de la Humanidad. Panorama bíblico de la salvación, Eunsa, 2ª ed., Pamplona 1997, pp. 55-56.
[52] San Basilio, Homilía VI, PG, 31,1471ss.
[53] Parece que éste es el motivo principal de Mt 2, pues se repite cuatro veces más (cfr Mt 2,13.14.20.21).
[54] El Salmista (Ps 72,15) afirma que el futuro Rey-Mesías «se le dará el oro de Sabá mientras viva». La mirra, en cambio, es usada en el AT como uno de los ingredientes del óleo con que son ungidos los sacerdotes y los reyes; y esta unción les confiere un carácter «sagrado» (cfr Ex 30,23; 1 Sam 24,7). También se dice en el Ps 45,9 que la mirra es también uno de los elementos con que se ungirá al Rey-Mesías. Según una profecía de Isaías (Is 60,6): oro e inciendo son las ofrendas que los habitantes de Sabá entregarán en Jerusalén en la época mesiánica.
[55] ANG, 6-I-1986.
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