"Después de esto había una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina, llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos. En éstos yacía una muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Había allí un hombre que padecía una enfermedad desde hacía treinta y ocho años. Jesús, al verlo tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres ser curado? El enfermo le contestó: Señor; no tengo un hombre que me introduzca en la piscina cuando se mueve el agua; mientras voy desciende otro antes que yo. Le dijo Jesús: Levántate, toma tu camilla y anda. Al instante aquel hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar Aquel día era sábado. Entonces dijeron los judíos al que había sido curado: Es sábado y no te es lícito llevar la camilla. El les respondió: El que me ha curado es el que me dijo: Toma tu camilla y anda. Le interrogaron: ¿Quién es el hombre que te dijo: Toma tu camilla y anda? El que había sido curado no sabía quién era, pues Jesús se había apanado de la turba allí reunida" (Juan 5, 1-16).
La piscina en realidad es doble. Se trata de dos extensos estanques de planta ligeramente trapecial, separados entre sí por una estrecha franja de roca. Los antiguos pórticos rodeaban de forma continua ambas piscinas, de modo que en realidad eran cuatro, más un quinto, abierto a los dos lados, que separaba una piscina de otra.
Las dos piscinas gemelas no están exactamente en el mismo plano, pues la del norte se halla algo más elevada. Esto facilitaba el trasvase de agua de ésta a la de abajo. La profundidad de los estanques es de unos trece metros y sus paredes están revocadas de yeso, para evitar en lo posible filtraciones de agua. Ésta debía proceder de la lluvia y de la captación en aquella zona de vaguada, pero las aguas de una de las dos piscinas solían tomar un color rojizo, según la observación de Eusebio de Cesarea en el siglo IV.
Entre los dos estanques hay un canal, situado a ocho metros de altura desde el fondo de la piscina alta, por el que solo pasaba el agua cuando el nivel de aquella excedía esa altura. Esto quiere decir que en determinadas ocasiones el agua entraba repentinamente en la piscina inferior. La entrada intermitente de ésta en la piscina baja provocaba una cierta turbulencia. A esto debía de estar asociada la creencia popular de que era entonces cuando se ponía más de manifiesto la especial virtud curativa de las aguas. Se han hallado las escaleras de piedra que desde los pórticos permitían descender hasta el agua. Todo indica que se trataba de un antiuguo lugar de baños. Además, la creencia de que el agua en ciertos estanques de Jerusalén poseía virtudes curativas estaba muy difundida.
Cfr. Conzález Echegaray, Arqueología..., p. 188.
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