Habitualmente para acceder desde la zona católica a la ortodoxa y poder besar en el lugar del agujero de la Cruz, hay que hacer una cola más o menos larga. Suele llegar hasta el altar de la zona católica. Cerca del lugar de la crucifixión siempre hay un pope ortodoxo velando por el lugar y cuidando del orden. Poco antes de llegar se pueden ver a la derecha unas cristaleras que protegen la roca del Calvario, y a través de las cuales se puede vislumbrar la impresionante grieta que se produjo con el terremoto que hubo cuando murió el Señor. Al llegar frente al lugar central, delante del altar, se debe hacer una genuflexión, pues es el sitio de la Cruz. Pero además, hay un lignum crucis -trozo del leño de la Cruz- en la Custodia que se encuentra encima del altar. También nos contó un pope ortodoxo que, aunque no se ve, tienen habitualmente al Santísimo reservado en esa Custodia. Al llegar el turno uno se introduce debajo del altar, de rodillas, y avanzando unos centímetros se accede al agujero de la Cruz. Enfrente hay un icono de Jesucristo. Allí se puede besar alrededor de ese hueco que sobresale. También es posible meter el brazo en el agujero, y haciendo un poquito de esfuerzo tocar el fondo, y palpar -de esa manera- la roca del Calvario donde se apoyó la Cruz.
Normalmente, sobre todo si hay mucha gente, se procura rezar con intensidad y salir rápido. Recuerdo una vez en la que estaba prácticamente sólo en el Calvario. No había cola. Me metí debajo del altar y aproveché para rezar más rato. Cuando llevaba un minuto el pope ortodoxo me dijo: -Enough (suficiente). Tuve que salir, muy a mi pesar. Alguna vez he predicado esto refiriéndome al alma sacerdotal que los cristianos tenemos. Todos los bautizados tenemos alma sacerdotal, porque el bautismo nos configura con Cristo sacerdote. Además este año estamos en el año del sacerdocio y podemos no sólo rezar por los sacerdotes, sino luchar por ejercitar más y mejor cada uno nuestra alma sacerdotal. Para ello hemos de procurar tener los mismos sentimientos que Jesucristo, amar cada vez más la Santa Misa, ofrecer muchos pequeños sacrificios a lo largo del día, y procurar no decir nunca basta (suficiente). Este es el propósito que podemos sacar en esta estación: entregarnos con y como Jesús -hasta el final- en los pequeños sacrificios que podemos ofrecer a lo largo del día, y uniéndolos a la Santa Misa.
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