sábado, 25 de febrero de 2012

La pascua judía y la Última Cena: en tiempos de Cristo

La Cena Pascual evolucionó durante los siglos de su celebración. En tiempo de Cristo parece que contenía los siguientes elementos, cada uno de los cuales tenía un significado especial para los judíos. El primero en importancia era el cordero, que era sacrificado en el templo. Toda la sangre le era sacada; el mandato del Señor de que ninguno de sus huesos fuese quebrado, era seguido cuidadosamente. Era asado en un asador en forma de cruz con ramas de granado, y les recordaba a los judíos el cordero cuya sangre había salvado a sus antepasados en el tiempo del Éxodo. El nombre "pesaj" (Pascua: "paso de largo") era aplicado en particular al cordero, así como a la liberación de los egipcios y la fiesta en general. El pan ázimo “matzás” era llamado el pan de aflicción porque estaba hecho de harina y agua únicamente. Representaba el pan hecho por los judíos durante su presurosa huida de Egipto cuando no tuvieron tiempo de fermentarlo con levadura. La división de un solo pedazo de matzás entre los presentes simbolizaba la unidad. Las hierbas amargas, sumergidas en vinagre --maror-- les recordaba la amargura de su esclavitud y sufrimiento en Egipto. También estaban las harosés, que eran una mezcla de manzanas, nueces, canela y vino, con su color rojizo recordaba la argamaza usada por los judíos en la construcción de palacios y las pirámides de Egipto, durante sus siglos de esclavitud. Elemento fundamental es el vino: bebido de una sola vasija, como el pan ázimo, expresaba la unidad del pueblo, su hermandad como hijos de Abraham y como herederos de la promesa. Se beben cuatro copas durante el curso de la comida porque el libro del Éxodo anota cuatro palabras diferentes, todas significando redención habladas por Dios cuando El mandó a Moisés liberar a los judíos. Las bendiciones de la comida eran una expresión de gracias a Dios por sus obsequios a ellos, un símbolo de su reconocimiento de que todo lo que tenía venía del Señor y debía serle regresado. La historia de la liberación de Egipto “la hagadah” era triunfalmente relatada del libro del Éxodo. La palabra "hagadah" significa "decir" Dios había ordenado que esta historia se mantuviera viva entre ellos: "Dirás entonces a tus hijos en ese día (Pascua): Esto es en memoria de lo que por mí hizo Yavé al salir de Egipto". (Ex 13,8). Los salmos del Halel eran cantados como una oración de acción de gracias y alabanza a Dios porque liberó a los judíos.
Todos eran elementos de la cena pascual en tiempos de Cristo: cordero al horno, vino tinto o jugo de uvas si se prefiere, el matzás (pan sin levadura).El jaroses (mezcla de manzanas molidas, nueces picadas, canela y pasas). Las hierbas amargas (rábanos, ó raíz fuerte). Las hierbas verdes (perejil, berros ó apio), y agua salada (se puede convinar con vinagre). También nos referiremos a los siguientes alimentos que servirán para completar la cena. Son comunes en la dieta de los habitantes del Cercano Oriente y ayudan a mantener el carácter tradicional de la comida, mas no son esenciales. Puede haber libertad para hacer adiciones o substituciones en estas comidas complementarias, pues no hay ninguna comida especial descrita. Son los siguietes: arroz, col cocida, té, y la fruta o postre.
También explicaremos las recetas que usaban y que se usan para elaborar las diferentes comidas ceremoniales. Primero, el cordero asado: de ser posible, úsese un cordero entero. Deberá asarse, ya sea al aire libre, en un asador o en un horno. El cordero, de acuerdo con la costumbre, deberá estar atado al asador en forma de cruz; si es necesario, este puede ser puesto después de haber sido asado el cordero. El simbolismo cristiano del cordero se remarcará si el cordero es llevado a la mesa en un asador de este tipo. Si el cordero entero es demasiado para el grupo de participantes, puede sustituirse por una pierna del mismo. (Nota: cuando se este asando el cordero untarlo con una brocha con agua de sal, no hacerlo antes para que no se endurezca, hacerlo poco a poco para que se impregne). Después el matzás: en caso de desearlo, se podrá hacer la matzá en casa. Se requieren tres matzás grandes para la ceremonia de distribución a todo el grupo y algunas más pequeñas para cada persona. Para ello añadir 4 tazas de harina integral y 1 taza de agua tibia. Luego mézclense la harina y añada el agua caliente. Amásese la harina golpeando la masa durante quince minutos. Emparéjese con un rodillo hasta formar una lámina muy delgada; córtese con un cortador circular de aproximadamente 6 cms. de diámetro y colóquese en una hoja de hornear galletas engrasadas. Colóquese otra hoja de galletas directamente arriba de las matzás para evitar que se enrosquen. Después hay que hornear a 375 grados Fº durante 20 minutos. Estas proporciones son suficientes para tres matzás grandes, que serán usadas en la ceremonia, (de aproximadamente 12 cms. de diámetro) y cuatro docenas de matzás chicas, aproximadamente de 6 cms. de diámetro. Para decoración podrá trazarse una cruz sobre la masa antes de hornear. Las matzás pueden adquirirse, ya listas para comerse, en tiendas de abarrotes y supermercados antes de la semana Santa Judía. Pueden comprarse por cajas. Y por último las jarosés. Utilícese una cantidad de manzanas suficientes para servir al grupo. Se picarán la mitad de las manzanas y la otra mitad se molerán. Mezclar las manzanas picadas y molidas y añadir la nuez picada, canela, pasas y vino.
"Celebración de la Cena Pascual", de Mons. Mario De Gasperín.




sábado, 18 de febrero de 2012

La pascua judía y la Última Cena: los sacrificios de la Antigua Ley


Se acerca la cuaresma, los 40 días de preparación para la Pasión de Jesucristo. Habitualmente me he fijado durante la este tiempo litúrgico en los evangelios de los domingos, que son especiales, o en los lugares Santos que contemplaron la Pasíón del Señor. En cambio, este año, voy a fijar la atención en lo que sucedió el Jueves Santo: la celebración de la Última Cena y la institución de la Eucaristía. Un sacerdote amigo me recordó que en el blog no había hablado todavía de la Pascua judía y de la celebración de la Pascua en la que fue la Última Cena. En las dos últimas entradas al final de cuaresma me centraré en la Pasión del Señor.
El Antiguo Testamento recoge cómo diariamente se ofrecían sacrificios a Dios por el Sumo Sacerdote: los ofrecía por sí mismo y por el pueblo. Pero, además, a lo largo del año había unos tiempos sagrados y fiestas en los que se ofrecían sacrificios especiales, y que se vivían con especial intensidad por el pueblo. Había tres fiestas que eran las mayores del año y que se preparaban cuidadosamente: la de la Pascua, la de Pentecostés y la de los Tabernáculos. Siempre estas fiestas ayudaban al pueblo a recordar la providencia de Dios y les movían para agradecer de manera especial todo lo que les había dado.
Como hemos anunciado nos vamos a detener en la fiesta de la Pascua. Era una fiesta de pastores en la que ofrecían las primicias de sus rebaños. Se instituyó para conmemorar con la cena del cordero la liberación de la esclavitud egipcia y la sangre rociada en las casas de los judíos que liberó de la muerte a sus primogénitos. Cada jefe de familia debía matar un cordero —como hicieron sus antepasados en Egipto— y comerlo con verduras amargas, en compañía de su familia. La fiesta duraba siete días, durante los cuales sólo estaba permitido pan ácimo. No debía haber en las casas pan fermentado, para recordar así la salida apresurada de Egipto e inculcar la santidad de vida y pureza de corazón. Se ofrecía el sacrificio y luego se celebraba la cena de Pascua con muchos ritos y gran solemnidad. Pascua significa en hebreo “el paso”. En latín significa, en cambio, “los pastos”. Se Cruzan estos dos significados dando un sentido aun mayor a la Pascua: “el paso del buen Pastor”.
El sacrificio era el momento más importante. Había dos tipos de sacrificios: cruentos e incruentos. En los cruentos se sacrificaban los animales más nobles y preciosos. Sólo permitían animales vacunos, ovejas y cabras; en ciertos casos tórtolas o palominos. Las víctimas debían ser sanas, sin defecto, perfectas y de cierto vigor. En los sacrificios incruentos se ofrecían productos vegetales que servían de alimento al hombre: cereales, harina, trigo...  El ritual del sacrificio constaba de cinco pasos: presentación de la víctima, imposición de las manos, inmolación, aspersión de la sangre y combustión de la víctima o de parte de ella, pues lo restante servía de alimento. “El que ofrecía el sacrificio debía llevar por su mano la víctima al altar del Atrio, imponerle las manos sobre la cabeza en señal del entrega a Dios y de sustitución, confesar sus pecados e inmolarla también por su mano junto al lado oriental del altar. Un sacerdote, ayudado a veces por los levitas, recogía la sangre en una copa y rociaba después con ella, según la clase e importancia del sacrificio, el altar de los holocaustos o del incienso, el velo que cubría el Sancta Sanctorum o el Arca de la Alianza. Con esto se hacía entrega a Dios de la vida del animal y de la del oferente, a quien la víctima sustituía. Por fin, partido el animal en pedazos, se quemaban todos o parte de ellos en el altar, juntamente con las ofrendas, mientras los sacerdotes intercedían por el oferente” .
La destrucción de la víctima significaba que Dios aceptaba ese sacrificio. Por eso el fuego del altar era santo, porque procedía de Dios. Los sacrificios eran agradables a Dios porque expresaban el alejamiento del pecado, la entrega a Dios, pero sobre todo eran figura del sacrificio único, verdadero e infinitamente grato de Jesucristo a Dios Padre en la Misa. Este sacrificio además de ser el más agradable a Dios tiene un valor infinito, y es un sacrificio perfecto y para siempre. “En el Santo sacrificio de la Misa tenemos un sacrificio perpetuo. Este solo sacrificio es suma y recapitulación del las virtudes de todos los sacrificios: es la más sublime alabanza, perfectísima acción de gracias, ferventísima súplica y eficacísima reconciliación. En el rito de este sacrificio se pone también de manifiesto la semejanza de los sacrificios de la Antigua Alianza con el de la Nueva, y la superioridad de éste sobre aquellos” . (Schuster, Ignacio – Holzmmer, Juan B. "Historia bíblica", tomo primero (Antiguo Testamento), Editorial Litúrgica Española, Barcelona, p. 281).




sábado, 11 de febrero de 2012

Dominus flevit



"Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.»" (Lucas 19,41-44).
El recuerdo del Dominus Flevit a mitad altura, en las faldas del monte de los olivos, aparece por primera vez entre los siglos XIII-XIV. Se puede considerar como algo que sigue aquella tradición antigua. Había una piedra en el centro de un campo como señal de que en el siglo XVI vio surgir allí una mezquita denominada El Mansuryeh, restaurada recientemente y situada al norte de la propiedad franciscana.

“¡Ciudad de Dios, qué dulce es contemplar tu belleza desde el Monte de los Olivos!” Así escribía el patriarca de Jerusalén, Sofronio, (634-38) en sus famosas Odas sobre los Lugares Santos. Las palabras de Jesús sobre el final de Jerusalén y del mundo (Mt 24; Mc 13; Lc 21) eran consideradas por la Iglesia antigua como misterios de salvación revelados a los Apóstoles y a los más íntimos entre sus amigos; en cuanto a misterios, tenían su celebración litúrgica, al principio en una gruta situada en la parte alta del monte y después en la basílica construida por Constantino, según nos cuenta Eusebio de Cesarea a principios del s. IV. La celebración tenía lugar el martes de la Semana Santa. Lo contaba la peregrina Egeria, en el siglo IV: “todos en aquella hora de la media noche van a la iglesia que se encuentra en el monte del Eleona (de los Olivos). Llegados a aquella iglesia, el obispo entra en aquella gruta en la cual Cristo solían instruir a sus discípulos, toma el libro de los Evangelios y permaneciendo en pie, el mismo obispo lee las palabras del Señor…”.

sábado, 4 de febrero de 2012

Parábola de la dracma perdida


 «O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido." Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.» (Luc. 15, 8-10).
En primer lugar para comentar esta parábola me parece que es interesante la referencia al uso de la lámpara para buscar la dracma perdida. Esta parábola de nuestro Señor sobre la dracma perdida -como casi todas-, necesita entenderse desde el punto de vista oriental. Después de perder la moneda en el suelo de piedras y mucha arena en las junturas, la mujer pediría ayuda a uno de sus hijos o a algunas amigas y vecinas para encontrar la moneda perdida. Le ayudarían sujetando una lámpara oriental hecha de tierra, mientras ella buscaba esa moneda o algún objeto de valor que se hubiera perdido. Tenemos que imaginar cómo era una vivienda en aquel entonces. La casa tendría sólo una puerta y una o dos ventanas con postigos de madera. Por esta razón se puede imaginar que estaba muy poco iluminada, especialmente durante el invierno. A las esteras, cojines, y pieles de cabra que cubrían el piso había que darles la vuelta, de forma que se facilitara así la limpieza del piso.
Cuando se encontró la dracma perdida, dice el Evangelio, las vecinas y amigas fueron a regocijarse con la dueña de la casa. Esto hay que entenderlo también, porque la señora estaría preocupada sobre el enfado de su marido al llegar y conocer la mala noticia. Las vecinas la comprendían muy bien y, según muestra el Evangelio, ella llamaría a sus amigas para celebrarlo pues sabía que ellas la entenderían mejor que nadie. Después, guardarían el suceso como un secreto que no debían saber los hombres. Hay que saber que en la cultura oriental suelen estar -en las casas- por un lado los hombres juntos charlando, y por otro lado las mujeres hablando a la vez de sus cosas. Es parte de la cultura de estas tierras, y sigue totalmente viva. Creo que conociendo estas costumbres se entiende un poco mejor la parábola.