sábado, 28 de junio de 2014

Jerusalén: en la intimidad del Cenáculo III

Saliendo de la ciudad por la puerta de Sión, una calle conduce al Cenáculo —hacia la izquierda— y a la basílica de la Dormición —hacia la derecha—. Firma: Leobard Hinfelaar.
Los evangelistas no aportan datos que permitan identificar este lugar, pero la tradición lo sitúa en el extremo suroccidental de Jerusalén, sobre una colina que empezó a llamarse Sión solo en época cristiana. Originalmente, este nombre se había aplicado a la fortaleza jebusea que conquistó David; después, al monte del Templo, donde se custodiaba el Arca de la Alianza; y más tarde, en los salmos y los libros proféticos de la Biblia, a la entera ciudad y sus habitantes; tras el destierro en Babilonia, el término adquirió un significado escatológico y mesiánico, para indicar el origen de nuestra salvación. Recogiendo este sentido espiritual, cuando el Templo fue destruido en el año 70, la primera comunidad cristiana lo asignó al monte donde se hallaba el Cenáculo, por su relación con el nacimiento de la Iglesia.

Recibimos testimonio de esta tradición a través de san Epifanio de Salamina, que vivió a finales del siglo IV, fue monje en Palestina y obispo en Chipre. Relata que el emperador Adriano, cuando viajó a oriente en el año 138, «encontró Jerusalén completamente arrasada y el templo de Dios destruido y profanado, con excepción de unos pocos edificios y de aquella pequeña iglesia de los Cristianos, que se hallaba en el lugar del cenáculo, adonde los discípulos subieron tras regresar del monte de los Olivos, desde el que el Salvador ascendió a los cielos. Estaba construida en la zona de Sión que sobrevivió a la ciudad, con algunos edificios cercanos a Sión y siete sinagogas, que quedaron en el monte como cabañas; parece que solo una de estas se conservó hasta la época del obispo Máximo y el emperador Constantino» (San Epifanio di Salamina, De mensuris et ponderibus, 14).


Este testimonio coincide con otros del siglo IV: el transmitido por Eusebio de Cesarea, que elenca veintinueve obispos con sede en Sión desde la era apostólica hasta su propio tiempo; el peregrino anónimo de Burdeos, que vio la última de las siete sinagogas; san Cirilo de Jerusalén, que se refiere a la iglesia superior donde se recordaba la venida del Espíritu Santo; y la peregrina Egeria, que describe una liturgia celebrada allí en memoria de las apariciones del Señor resucitado.

Por diversas fuentes históricas, litúrgicas y arqueológicas, sabemos que durante la segunda mitad del siglo IV la pequeña iglesia fue sustituida por una gran basílica, llamada Santa Sión y considerada la madre de todas las iglesias. Además del Cenáculo, incluía el lugar de la Dormición de la Virgen, que la tradición situaba en una vivienda cercana; también conservaba la columna de la flagelación y las reliquias de san Esteban, y el 26 de diciembre se conmemoraba allí al rey David y a Santiago, el primer obispo de Jerusalén. Se conoce poco de la planta de este templo, que fue incendiado por los persas en el siglo VII, restaurado posteriormente y de nuevo dañado por los árabes.

sábado, 21 de junio de 2014

Jerusalén: en la intimidad del Cenáculo II

Jerusalén en el año 70 y la Ciudad Vieja en la actualidad. Gráfico: J. Gil.La víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13, 1). Estas palabras solemnes de san Juan, que resuenan con familiaridad en nuestros oídos, nos introducen en la intimidad del Cenáculo.

¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? (Mc 14, 12), habían preguntado los discípulos. Id a la ciudad —respondió el Señor— y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle, y allí donde entre decidle al dueño de la casa: «El Maestro dice: "¿Dónde tengo la sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?"» Y él os mostrará una habitación en el piso de arriba, grande, ya lista y dispuesta. Preparádnosla allí (Mc 14, 13-15).

Momento de la Última Cena en la película
Conocemos los acontecimientos que sucedieron después, durante la Última Cena del Señor con sus discípulos: la institución de la Eucaristía y de los Apóstoles como sacerdotes de la Nueva Alianza; la discusión entre ellos sobre quién se consideraba el mayor; el anuncio de la traición de Judas, del abandono de los discípulos y de las negaciones de Pedro; la enseñanza del mandamiento nuevo y el lavatorio de los pies; el discurso de despedida y la oración sacerdotal de Jesús... 

El Cenáculo sería ya digno de veneración solo por lo que ocurrió entre sus paredes aquella noche, pero además allí el Señor resucitado se apareció en dos ocasiones a los Apóstoles, que se habían escondido dentro con las puertas cerradas por miedo a los judíos (Cfr. Jn 20, 19-29); la segunda vez, Tomás rectificó su incredulidad con un acto de fe en la divinidad de Jesús: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28). Los Hechos de los Apóstoles nos han transmitido también que la Iglesia, en sus orígenes, se reunía en el Cenáculo, donde vivían Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes, y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos (Hch 1, 13-14). El día de Pentecostés, en aquella sala recibieron el Espíritu Santo, que les impulsó a ir y predicar la buena nueva.

sábado, 14 de junio de 2014

Jerusalén: en la intimidad del Cenáculo I

La sala del Cenáculo conserva la arquitectura gótica con que fue restaurada en el siglo XIV. En la fotografía, hecha desde la zona de la entrada, se ve la construcción para la plegaria musulmana en el muro de la derecha, y la escalera y la puerta que conducen a la capilla de la venida del Espíritu Santo en la pared del fondo. Firma: Jasón Harman (www.jasonharman.com).
Fijaos ahora en el Maestro reunido con sus discípulos, en la intimidad del Cenáculo. Al acercarse el momento de su Pasión, el Corazón de Cristo, rodeado por los que Él ama, estalla en llamaradas inefables (Amigos de Dios, 222). Ardientemente había deseado que llegara esa Pascua (Cfr. Lc 22, 15), la más importante de las fiestas anuales de Israel, en la que se revivía la liberación de la esclavitud en Egipto. Estaba unida a otra celebración, la de los Ácimos, en recuerdo de los panes sin levadura que el pueblo debió tomar durante su huida precipitada del país del Nilo. Aunque la ceremonia principal de aquellas fiestas consistía en una cena familiar, esta poseía un carácter religioso fuerte: «era conmemoración del pasado, pero, al mismo tiempo, también memoria profética, es decir, anuncio de una liberación futura» (Benedicto XVI, Exhort. apost.Sacramentum caritatis, 10).


Durante esa celebración, el momento decisivo era el relato de la Pascua o hagadá pascual. Empezaba con una pregunta del más joven de los hijos al padre:

—¿Qué distingue esta noche de todas las noches?
La respuesta daba ocasión para narrar con detalle la salida de Egipto. El cabeza de familia tomaba la palabra en primera persona, para simbolizar que no solo se recordaban aquellos hechos, sino que se hacían presentes en el ritual. Al terminar, se entonaba un gran cántico de alabanza, compuesto por los salmos 113 y 114, y se bebía una copa de vino, llamada de la hagadá. Después, se bendecía la mesa, empezando por el pan ácimo. El principal lo tomaba y daba un trozo a cada uno con la carne del cordero.

Una vez tomada la cena, se retiraban los platos y todos se lavaban las manos para continuar la sobremesa. La conclusión solemne se comenzaba sirviendo el cáliz de bendición, una copa que contenía vino mezclado con agua. Antes de beberlo, el que presidía, puesto en pie, recitaba una larga acción de gracias.

Al tener la Última Cena con los Apóstoles en el contexto del antiguo banquete pascual, el Señor lo transformó y le dio su sentido definitivo: «en efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1340).
Sala donde se recordaba la venida del Espíritu Santo. Se abre muy pocas veces al año; por ejemplo, el día de Pentecostés. Firma: Marie-Armelle Beaulieu/CTS.

Cuando el Señor en la Última Cena instituyó la Sagrada Eucaristía, era de noche (...). Se hacía noche en el mundo, porque los viejos ritos, los antiguos signos de la misericordia infinita de Dios con la humanidad iban a realizarse plenamente, abriendo el camino a un verdadero amanecer: la nueva Pascua. La Eucaristía fue instituida durante la noche, preparando de antemano la mañana de la Resurrección (Es Cristo que pasa, 155).

En la intimidad del Cenáculo, Jesús hizo algo sorprendente, totalmente inédito: tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

—Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía (Lc 22, 19).
Sus palabras expresan la radical novedad de esta cena con respecto a las anteriores celebraciones pascuales. Cuando pasó el pan ácimo a los discípulos, no les entregó pan, sino una realidad distinta: esto es mi cuerpo. «En el pan partido, el Señor se reparte a sí mismo (...). Al agradecer y bendecir, Jesús transforma el pan, y ya no es pan terrenal lo que da, sino la comunión consigo mismo» (Benedicto XVI, Homilía de la Misa in Cena Domini, 9-IV-2009). Y al mismo tiempo que instituyó la Eucaristía, donó a los Apóstoles el poder de perpetuarla, por el sacerdocio.

También con el cáliz Jesús hizo algo de singular relevancia: tomó del mismo modo el cáliz, después de haber cenado, y se lo pasó diciendo:
—Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros (Lc 22, 20).

Ante este misterio, el beato Juan Pablo II planteaba: «¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega "hasta el extremo" (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida. Este aspecto de caridad universal del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir "Éste es mi cuerpo", "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre", sino que añadió "entregado por vosotros... derramada por vosotros" (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos» (Beato Juan Pablo II, Litt. enc. Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003, 11-12).

Benedicto XVI, dirigiéndose a los Ordinarios de Tierra Santa en el mismo lugar de la Última Cena, enseñaba: «en el Cenáculo el misterio de gracia y salvación, del que somos destinatarios y también heraldos y ministros, solo se puede expresar en términos de amor» (Benedicto XVI, Rezo del Regina Coeli con los Ordinarios de Tierra Santa): el de Dios, que nos ha amado primero y se ha quedado realmente presente en la Eucaristía, y el de nuestra respuesta, que nos lleve a entregarnos generosamente al Señor y a los demás.

Ante Jesús Sacramentado —¡cómo me gusta hacer un acto de fe explícita en la presencia real del Señor en la Eucaristía!—, fomentad en vuestros corazones el afán de transmitir, con vuestra oración, un latido lleno de fortaleza que llegue a todos los lugares de la tierra, hasta el último rincón del planeta donde haya un hombre que gaste generosamente su existencia en servicio de Dios y de las almas (Amigos de Dios, 154).

http://www.es.josemariaescriva.info/

sábado, 7 de junio de 2014

Reflexiones sobre el viaje del Papa Francisco a Tierra Santa


El viaje del Papa Francisco a Tierra Santa, los días 24 al 26 de Mayo 2014, contó con tres etapas: Aman (Jordania), Belén (Palestina) y Jerusalén (Israel). 
A su llegada a Aman (Jordania), Su Santidad el Papa Francisco, ofreció un discurso ante el rey Abdullah II de Jordania en el que destacó haber constatado con dolor la tensión por la que transita el Medio Oriente, un conflicto demasiado largo y la necesidad de una solución pacífica para Siria.

(24 de mayo); la prédica por la paz en medio del conflicto en Siria: Su Santidad dijo ante Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina: “Es necesaria una solución pacífica para Siria, la paz no se compra ni se vende; construir la paz es difícil pero vivir sin ella es un tormento”.

(25 de mayo); el reconocimiento de dos estados en conflicto, el de Israel (sea universalmente reconocido que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas) y el de Palestina (Que se reconozca igualmente que el pueblo palestino tiene derecho a una patria soberana, a vivir con dignidad y a desplazarse libremente). El papa invitó a rezar juntos en el Vaticano al presidente de Israel, Simon Peres y al líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas.

(26 de mayo); el mensaje al Islam desde la Explanada de las Mezquitas en el que exhortó a aprender a comprender el dolor del otro y a no instrumentalizar el nombre de Dios para la violencia; su abrazo con el rabino Abraham Skorka y el musulmán Omar Abboud ante el Muro de los Lamentos. La ofrenda de flores en la tumba de Theodor Herzl, fundador del movimiento sionista, ubicada en el cementerio nacional de Israel. El desvío del itinerario para acudir a rezar en una lápida dedicada a las víctimas del terrorismo en Israel. La visita al Yad Vashem, el memorial del Holocausto donde, Su Santidad hizo referencia a los campos de exterminio, exclamó: ¡Nunca más, Señor, nunca más! La reconciliación entre judíos y cristianos como uno de los frutos del Concilio Vaticano II, a la que hizo referencia ante los dos grandes rabinos; el asquenazí y el sefardí. La celebración eucarística en el Cenáculo, lugar santo para los cristianos que pertenece actualmente a Israel. En Jerusalén, el papa Francisco se descalzó en la explanada de las Mezquitas. Visitó la mezquita de Al-Aqsa, tercer lugar más sagrado del Islam. Luego, se dirigió al gran mufti de Jerusalén en el edificio del Gran Consejo. El gran mufti señaló ante Francisco que Israel prohíbe a muchos musulmanes que acudan a los Lugares Santos lo que tiene consecuencias desagradables y, según él, puede provocar una guerra mundial. 

Su Santidad el Papa Francisco expresó: “Desde este lugar santo lanzo un vehemente llamamiento a todas las personas y comunidades que se reconocen en Abrahán: Respetémonos y amémonos los unos a los otros como hermanos y hermanas. Aprendamos a comprender el dolor del otro. Que nadie instrumentalice el nombre de Dios para la violencia”.

Aprovechando la ocasión y hablando con familiares, amigos y sacerdotes de diferentes ritos cristianos orientales, todos coincidimos en calificar la visita de Su Santidad el Papa a la Tierra Santa, como histórica, tiene muchísimo significado, para todo el mundo, sobre todo para nosotros “los cristianos Orientales”. El hecho de que, por vez primera, representantes de las diversas confesiones cristianas, entre ellos greco-ortodoxos, armenios ortodoxos y franciscanos católicos recen todos juntos y públicamente en el Santo Sepulcro, lugar sagrado para el cristianismo. Durante su visita, el Papa no usó vehículos blindados, tenía menos seguridad, ha podido estar con la gente, abrazarles y saludarles sin miedo, demostrando una gran valentía al visitar la Región en este momento. 

Raad Salam Naaman

http://www.religionenlibertad.com/