sábado, 31 de agosto de 2013

Galilea en tiempos de Jesús

En los comienzos de la era cristiana vivían en Galilea gentes de dos culturas distintas. Una parte importante de la población estaba constituida por personas de formación helénica, que ha­blaban griego, vivían sobre todo del comercio y la in­dustria, y vivían en las grandes ciudades como Tolemaida ‑con un puerto impor­tante en el Mar Mediterráneo‑, Séforis ‑en el interior‑ o Tiberiades ‑a orillas del Mar de Galilea‑. En cambio, la población rural era predominantemente judía, ha­blaba arameo, y vivía en casas de campo, aldeas o pequeñas poblaciones. Algunos de sus nombres resultan muy familiares para los lectores de los Evangelios: Nazaret, Caná, Cafarnaum, Corazim, Betsaida, ...

No parece que hubiera un trato frecuente entre las gentes judías y helenísti­cas de Galilea a pesar de vivir muy próximos unos a los otros. Posiblemente sólo el imprescindible para satisfa­cer las necesidades básicas. Los campesinos judíos acudirían al mercado de las ciudades para vender sus productos y para com­prar algunas herramientas necesarias para su trabajo. Por eso no resulta nada extraño que supieran hablar un poco de griego, lo mismo que la población gentil sería ca­paz de entender algo el arameo.

Esta separación entre las poblaciones que nos muestra ac­tualmente la arqueología también puede apreciarse ‑aunque muy delicadamente‑ en los relatos evangélicos. Sabemos que Jesús estuvo viviendo en Nazaret, que asistió a una boda en Caná, que también vivió en la ciudad de Cafarnaum, que hizo milagros en Corazim, que paseó por el puerto de Betsaida. Sin embargo no te­nemos cons­tancia cierta de que estuviera en ninguna ciudad de población greco-parlante. Llama la atención que no se nombre en ningún Evangelio la ciudad de Séforis, que está a casi la misma distancia de Nazaret que Caná, cuando era una población grande y populosa. Otro tanto sucede con la ciudad de Tiberiades, que fue fun­dada hacia el año 20 en las orillas del Lago de Genesaret, a unos treinta kilóme­tros de Nazaret. Es casi seguro que la funda­ción y construcción de esta ciudad fuera objeto de comentarios por parte los vecinos de Nazaret ‑entre los cuales es­taba Jesús, que tendría unos veinticinco años­‑. Sin embargo nunca se dice en el Evangelio que Jesús la visitara. E incluso cuando parece que Jesús va a algunas de las ciudades o zonas de población no judía nunca tenemos la certeza de que en­trara en las ciudades, ya que en todos los casos el texto sagrado introduce alguna fórmula genérica que parece designar más bien la zona o los alrededores que la población misma. Así, por ejemplo, se dice que Jesús va a los “términos” de Gadara (Mc 5,1-18), a la “región” de Tiro y Sidón (Mc 7,24-31) o a los “alrededores” de Cesarea de Filipo (Mc 8,27).

sábado, 24 de agosto de 2013

Historicidad de los Santos Lugares de Jerusalén

Investigan la historicidad de los Santos Lugares de Jerusalén. Estos estudios han sido presentada en la Universidad Europea de Roma donde explicó cómo examinó los primitivos textos litúrgicos y las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo.

Renata Salvarani, autora, 'Il Santo Sepolcro a Gerusalemme' “No se llegaría a entender qué es un comunidad cristiana, cómo vivía, cómo rezaba, cómo tenía sus liturgias si no conocemos cómo eran los lugares de culto, creados y construidos para rezar en el mismo lugar donde sucedió la pasión, muerte y resurrección de Jesús”. Su estudio repasa todas las fuentes escritas que certifican el lugar donde murió y también la tumba de Jesús desde los primeros cristianos hasta la llegada de los franciscanos, los custodios de Tierra Santa desde hace ocho siglos.

“Era una zona rocosa, destinada a la ejecución de personas y como cementerio. Sobre todo sabemos que aquella zona donde hoy está el complejo del Santo Sepulcro ha sido objeto de devoción y oración litúrgica ininterrumpidamente desde que las primeras mujeres fueron al sepulcro hasta nuestros días”.

P. Narciso Climas, Director, Archivo Studium Biblicum Franciscanum (Jerusalén). “Se ve como una cadena de continuidad de Jesucristo a través de sus apóstoles, la tradición oral que después comenzó a ser escrita en el siglo IV y V. Vemos como una cadena ininterrumpida de testimonios que nos llevan a no poner en duda que verdaderamente éste es el lugar y que es auténtico”. A pesar de que el complejo del Santo Sepulcro fue destruido en dos ocasiones, fue reconstruido por los cristianos de diferentes orígenes y tradiciones conscientes de la importancia de conservar el lugar donde murió y resucitó Jesucristo.

El video se puede ver en siguiente enlace:

sábado, 17 de agosto de 2013

Nuevo museo de los Santos Lugares

En el 2015, en el corazón de la Ciudad Vieja de Jerusalén, nacerá el Terra Sancta Museum, el único museo en el mundo sobre las raíces del cristianismo y la conservación de los Santos Lugares. Una exposición permanente, querida por la Custodia de Tierra Santa, para descubrir la historia de esta tierra extraordinaria en la que desde hace milenios se cruzan, de forma misteriosa, los destinos de muchos pueblos que conviven en los lugares sagrados de las tres grandes religiones monoteístas. En este particular y delicado momento histórico es de fundamental importancia dar a conocer al mundo entero la historia de la presencia cristiana en Tierra Santa, para favorecer una mayor conciencia de las raíces cristianas, contribuir a una unidad de la "familia humana" y difundir un mensaje de paz en el mundo.

Con la apertura al público de este museo, los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa pretenden valorizar el patrimonio artístico, arqueológico y cultural conservado durante los ocho siglos trascurridos en estas tierras, para custodiar el Lugar donde Jesús vivió. A los innumerables peregrinos y visitantes, procedentes del mundo entero, se les propondrá un recorrido cultural flexible, metodológicamente riguroso y divido en tres momentos diferentes, distribuido en la Ciudad Vieja de Jerusalén y, en el futuro, extendido a otras sedes de Tierra Santa. Un único complejo expositivo, compuesto de tres museos (arqueológico, multimedial e histórico) distribuidos en dos sedes existentes (Convento de las Flagelaciones y Convento de San Salvador) cercanas, ubicados cerca de las principales metas de peregrinaje y turísticas de Jerusalén (el Santo Sepulcro, el Muro de las Lamentaciones, la Explanada de las Mezquitas).

El fundador es la Custodia de Tierra Santa, fraternidad de religiosos (Hermanos Menores) que custodia los lugares de la Redención, en participación con el Studium Biblicum Franciscanum, Institución científica para la investigación y la enseñanza académica de la Sagrada Escritura y de la arqueología de los pueblos bíblicos, con sede en Jerusalén.

La evolución de los trabajos se podrá seguir desde la página web www.terrasanctamuseum.org

sábado, 10 de agosto de 2013

La Transfiguración III

En la transfiguración, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la reciente confesión de Pedro —tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16. Cfr. Mc 8, 29; y Lc 9, 20)-, y, de este modo, también fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 555 y 568), que ya ha empezado a anunciarles (Cfr. Mt 16, 21; Mc 8, 31; y Lc 9, 22). La presencia de Moisés y Elías es bien elocuente: ellos «habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 555). Además, los evangelistas narran que, cuando todavía Pedro estaba proponiendo hacer tres tiendas, una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo:
—Este es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle (Mt 17, 5. Cfr. Mc 9, 7; y Lc 9, 34-35).

Glosando este pasaje, algunos Padres de la Iglesia subrayan la diferencia entre los representantes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, y Cristo: «ellos son siervos, Este es mi Hijo (...). A ellos los quiero, pero Este es mi Amado: por tanto, escuchadle (...). Moisés y Elías hablan de Cristo, pero son siervos como vosotros: Este es el Señor, escuchadle» (San Jerónimo, Comentario al Evangelio de san Marcos, 6).

Para Benedicto XVI, el sentido más profundo de la transfiguración «queda recogido en esta única palabra. Los discípulos tienen que volver a descender con Jesús y aprender siempre de nuevo: "Escuchadlo"» (Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración, p. 368).

De la mano de san Josemaría, podemos comprobar que esa exhortación destinada a los discípulos se aplica a cada fiel cristiano: meditad una a una las escenas de la vida del Señor, sus enseñanzas. Considerad especialmente los consejos y las advertencias con que preparaba a aquel puñado de hombres que serían sus Apóstoles, sus mensajeros, de uno a otro confín de la tierra (Amigos de Dios, n. 172). Para escuchar a Cristo, para conocer sus enseñanzas, lo que dijo y obró, contamos con los Evangelios (Cfr. Conc. Vaticano II, Const. dogm. Dei Verbum, nn. 18-19). Al transmitir la predicación de los Apóstoles después de la ascensión, nos comunican la verdad acerca de Jesús y nos lo hacen presente: ¿Quieres aprender de Cristo y tomar ejemplo de su vida? —Abre el Santo Evangelio, y escucha el diálogo de Dios con los hombres..., contigo (Forja, 322).

Este diálogo implica primero una escucha atenta, meditada: no basta con tener una idea general del espíritu de Jesús, sino que hay que aprender de Él detalles y actitudes (...). Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia, de su carácter, para así identificarse con ella. Por eso hemos de meditar la historia de Cristo, desde su nacimiento en un pesebre, hasta su muerte y su resurrección. En los primeros años de mi labor sacerdotal, solía regalar ejemplares del Evangelio o libros donde se narraba la vida de Jesús. Porque hace falta que la conozcamos bien, que la tengamos toda entera en la cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película; de forma que, en las diversas situaciones de nuestra conducta, acudan a la memoria las palabras y los hechos del Señor (Es Cristo que pasa, 107).

Pero el diálogo, después de la escucha, exige una respuesta, porque no se trata sólo de pensar en Jesús, de representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser actores. Seguir a Cristo tan de cerca como Santa María, su Madre, como los primeros doce, como las santas mujeres, como aquellas muchedumbres que se agolpaban a su alrededor. Si obramos así, si no ponemos obstáculos, las palabras de Cristo entrarán hasta el fondo del alma y nos transformarán (Es Cristo que pasa, 107).

Y con el seguimiento de Cristo y la identificación con Él, sentiremos la necesidad de unir nuestra voluntad a su deseo de salvar a todas las almas, y se encenderá nuestro afán apostólico: esos minutos diarios de lectura del Nuevo Testamento, que te aconsejé —metiéndote y participando en el contenido de cada escena, como un protagonista más—, son para que encarnes, para que "cumplas" el Evangelio en tu vida..., y para "hacerlo cumplir" (Surco, 672).

Al leer el Evangelio, al tratar de meditarlo en la oración, nos servirá pedir luces al Espíritu Santo, para que venga en auxilio de nuestros afanes, y quizá repetiremos, con palabras tomadas de nuestro Padre: Señor nuestro, aquí nos tienes dispuestos a escuchar cuanto quieras decirnos. Háblanos; estamos atentos a tu voz. Que tu conversación, cayendo en nuestra alma, inflame nuestra voluntad para que se lance fervorosamente a obedecerte (Santo Rosario, III misterio de luz).

http://www.es.josemariaescriva.info

sábado, 3 de agosto de 2013

La Transfiguración II


La exploración arqueológica en el Tabor ha puesto de manifiesto la existencia de un santuario en el siglo IV o V —que algunos testimonios antiguos atribuyen a santa Elena—, construido sobre los vestigios de un lugar de culto cananeo. Más adelante, las narraciones de algunos peregrinos de los siglos VI y VII se refieren a tres basílicas, en recuerdo de las tres tiendas mencionadas por san Pedro, y a la presencia de un gran número de monjes. De hecho, se ha encontrado un pavimento en mosaico de esa época, y consta que el Concilio V de Constantinopla, en 553, erigió un obispado en el Tabor. Durante la dominación musulmana, aquella vida eremítica fue decayendo, y en el año 808 se encargaban de las iglesias dieciocho religiosos con el obispo Teófanes.


A partir del año 1101, y mientras duró el reino latino de Jerusalén, se estableció una comunidad de benedictinos en el Tabor. Restauraron el santuario y levantaron un gran monasterio, protegido por una muralla fortificada. Esta no fue suficiente para resistir los ataques sarracenos, que conquistaron la abadía y, entre 1211 y 1212, la convirtieron en un bastión de defensa. Aunque se permitió a los cristianos volver a tomar posesión del lugar algo después, la basílica fue de nuevo destruida en 1263 por las tropas del sultán Bibars.

El monte quedó abandonado hasta la llegada de los franciscanos, en 1631. Desde entonces, consiguieron mantener la propiedad no sin dificultades; estudiaron y consolidaron las ruinas existentes, pero aún debieron pasar tres siglos para que fuese construida una nueva basílica: la actual, terminada en 1924.

Hoy en día, los peregrinos suben al Tabor por una carretera sinuosa, trazada a principios del siglo XX para facilitar el abastecimiento de materiales durante la construcción del santuario. La llegada a la cima está marcada por la puerta del Viento —en árabe, Bab el-Hawa—, un resto de la fortaleza musulmana del siglo XIII, cuyos muros rodeaban toda la planicie de la cumbre. En el lado norte de esta extensión, se encuentra la zona greco-ortodoxa; y en el lado sur, la católica, a cargo de la Custodia de Tierra Santa.

Desde la puerta del Viento, una larga avenida flanqueada de cipreses conduce hasta la basílica de la Transfiguración y el convento franciscano. Delante de la iglesia, pueden verse las ruinas del monasterio benedictino del siglo XII, aunque también hay vestigios de la fortaleza sarracena. De hecho, esta se edificó aprovechando los cimientos de la basílica cruzada, los mismos sobre los que se apoya el santuario actual, de tres naves, que ocupa el plano del precedente.

La fachada, con el gran arco entre las dos torres y los frontones triangulares de las cubiertas, transmite al mismo tiempo bienvenida e invitación a elevar el alma. Al atravesar las puertas de bronce, esta sensación se multiplica: la nave central, separada de las laterales por grandes arcos de medio punto, se convierte en una escalera tallada en la roca que desciende hasta la cripta; y encima, muy elevado, destaca el presbiterio, que tiene detrás un ábside en el que está representada la escena de la Transfiguración sobre un fondo completamente dorado. La evocación del misterio queda subrayada por una particular luminosidad, conseguida gracias a los ventanales abiertos en la fachada, los muros de la nave central y el ábside de la cripta.

El proyecto de la basílica respetó, incluyéndolos, algunos vestigios de las iglesias anteriores: junto a la puerta, las dos torres se construyeron encima de unas capillas con ábsides medievales, hoy dedicadas al recuerdo de Moisés y de Elías; y en la cripta, aunque la bóveda primitiva cruzada fue cubierta por un mosaico, el altar es el mismo y también quedan a la vista restos de mampostería en los muros. Además, recientemente se excavó una pequeña gruta al norte del santuario, debajo del lugar identificado como el refectorio del monasterio medieval: las paredes contenían inscripciones en griego y algunos monogramas con cruces, rastros quizá del cementerio de los monjes bizantinos que habitaron la montaña.