sábado, 30 de abril de 2011

La Resurrección: la tumba vacía

"He utilizado también los Evangelios como guía y para contrastar diversos pasajes. Los cuatro Evangelios son de una precisión que asombra. Por ejemplo, un detalle insignificante, pero que evidencia su veracidad y precisión: cuando el Ángel mueve la gran piedra de la entrada del Sepulcro, ésta cae a la derecha de la antecámara donde se sentó, según se lee en el capítulo 16 del Evangelio de san Marcos. Esto quiere decir que la piedra se corría hacia la derecha para abrir la boca del Sepulcro. El único sitio donde podría ubicarse la abertura de la cámara sepulcral era a la izquierda, ya que a la derecha, si se perfora la pared del fondo de la antecámara, se tropieza con el banco sepulcral que está detrás. Por tanto, la entrada debería estar a la izquierda, y la piedra redonda rodaría a su derecha para abrir el sepulcro, según el Ev. Juan, capítulo, 20.5. “Y agachándose vio extendidos los lienzos (en plural) pero no entró”. (Desde fuera y agachándose, el sepulcro estaría muy oscuro y solo sería posible ver los lienzos extendidos, pero sin detalle.) “Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos caídos”. Juan 20.7, “y el sudario que estuvo sobre su cabeza, no como el lienzo allanado, en singular sino al contrario, enrollado en su mismo lugar”. (Desde dentro y seguramente iluminados con alguna lámpara apreciarían mejor los detalles. Y éstos serían que efectivamente el lienzo, en singular, de la mortaja estaba extendido y yaciente, pero además apreciarían el abultamiento que haría el lienzo-sudario, porque estaba enrollado y en el sitio que ocuparía antes de desaparecer el cuerpo, debajo de la barbilla. Hay que tener en cuenta que Juan fue testigo de cómo sepultaban el cuerpo le Jesús y cómo pusieron el lienzo-sudario enrollado debajo del mentón.) Y es imposible, por medio natural, extraer el cuerpo sin desplazar el lienzo-sudario enrollado, colocado en ese preciso lugar. Se comprende el asombro de los apóstoles: Juan, capítulo 20.8 (...) “Entonces entró también el otro discípulo que vino primero al sepulcro, y vio, y creyó”. Lucas, capítulo 24.12: “Pedro (...) se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido”.


El bulo del Sanedrín surtió efecto a los oídos de Pilato. Debió quedar estupefacto cuando oyó la versión de los cristianos que decían que el Crucificado había resucitado, cosa inconcebible para él. Se ha descubierto en la zona de Nazaret una losa con la inscripción de la advertencia de que a los violadores de tumbas se les castigaba con la muerte. Es curioso que sólo se haya en encontrado en toda Palestina un aviso de este tipo, y sea precisamente en esta humilde y poco poblada aldea, muy próxima a la ciudad de Séforis, capital de Galilea, a una media hora andando. Probablemente fuese ordenado por Pilato, como consecuencia de lo anteriormente dicho, y dirigido hacia los seguidores de Jesús que supondría eran originarios de Nazaret, para amedrentarlos. Constituye otra prueba indirecta de que el cuerpo históricamente desapareció y de su resurrección".


"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente.

domingo, 24 de abril de 2011

La Resurrección: la tumba del Señor

"El lugar de la tumba del Señor actualmente no se corresponde ni remotamente a cómo fue en el momento del enterramiento. De esa época sólo queda el banco sepulcral y algún otro resto. La ley de Moisés obligaba a alejar las sepulturas de los recintos poblados y a ello fueron fíeles los israelitas palestinos. Este lugar estaba al oeste del Calvario, en la ladera oriental de la colina rocosa del Gareb. Sería un lugar sin viviendas en suave plano inclinado ascendente, con pequeños huertos y jardines, seguramente separados por hiladas de piedras, y con sepulcros excavados en las rocas que sobresalían de la tierra, recién pintados de blanco con cal, como era costumbre antes de Pascua. José de Arimatea tenía allí un pequeño huerto, tal vez un jardín, en el que había mandado hacerse una sepultura para él solo. Estaba excavado en roca viva y su construcción debió costarle mucho tiempo y dinero. Antes de la entrada del monumento tenía un vestíbulo totalmente abierto al exterior, con una puerta amplia al interior del sepulcro que permitía el paso sin agacharse, según testimonio de san Cirilo, su finalidad sería probablemente, además de dar entrada al sepulcro, cerrar la boca de él tapándolo con grandes piedras una vez pasado el tiempo y así evitar profanaciones.

El sepulcro, en sí mismo, estaba formado por dos cavidades que se comunican entre sí por una pequeña abertura. La oquedad que comunica con el vestíbulo, llamada antecámara, no tenía función sepulcral, solo era un recinto auxiliar para preparar el cuerpo para la sepultura y para dar cobijo a los deudos. Es una oquedad de techo bajo pero lo suficientemente alta como para que una persona pueda estar de pie. Las paredes de la estancia están labradas bastamente, sin ángulos. Es más bien circular, con un diámetro de unos 6 codos judíos (3.30 metros). Esta dimensión ha sido obtenida por estimación, porque los autores no dan referencias de ella y me baso en que como en aquel tiempo la unidad de medida era el «codo judío» y a la cámara sepulcral su propietario le dio la proporción de 4 codos judíos (2.20 metros), he pensado que, quizás, a la antecámara le daría un poco más de espacio, 6 codos judíos de profundidad (3.30 metros), pues debería albergar la piedra de la unción y un espacio para los familiares. No la haría más grande, porque ésta es una excavación en la roca y le llevaría mayor costo y más tiempo. En la pared del fondo, frente a la entrada principal, se abría un hueco de solo 0.80 metros de alto por 0.70 de ancho para dar paso al sepulcro, por lo que hay que entrar de rodillas y encorvándose. Los lados superior e inferior estaban tallados en forma oval sin dejar ángulos. Así lo describe el peregrino ruso Daniel (1106-1109). El hueco se cerraba con una piedra grande tallada en forma de rueda muy pesada, con dimensiones de 1.30 metros de diámetro, 0.35 metros de grosor y un peso estimado en 980 kg. Para ocluir el monumento, se hacía rodar la piedra hacia la izquierda por una ranura tallada en el suelo en plano inclinado hacia bajo de unos 40 cm. de anchura por 20 cm. de profundidad. Para abrirlo se deslizaba hacia la derecha, contra el plano inclinado, por lo que la apertura se hacía mucho más difícil. Esta piedra redonda estuvo muchos años en la zona de la antecámara pero partida. Hoy día ha desaparecido. Solamente se conserva un pequeño trozo, como reliquia, encastrada en la piedra cuadrada que hay actualmente antes de la entrada del Sepulcro, llamada la «piedra del Ángel». Entramos en la cámara sepulcral. Es la parte más importante del monumento, ya que fue el lugar del enterramiento y de la resurrección. El lugar era muy reducido, de techo bajo, pero con una altura suficiente como para estar de pie; testimonio del obispo Aimón (840-853). Tendría una capacidad para nueve personas apretadas, según testimonia Arculfo. Las paredes también estaban labradas toscamente en forma circular, sin dejar ángulos, con un diámetro de cuatro codos (2.20 metros). Fue descrita por el obispo Arculfo en el siglo VII, y por el ruso Daniel en el siglo XII. En la pared orientada hacia el septentrión, al norte, está tallado el banco sepulcral y tiene forma de la misma roca. Está empotrado paralelamente en la pared y tendría un arco tallado también sobre la roca, según el obispo galo Arculfo. Sus dimensiones son: 1.80 metros le longitud y una anchura de 0.90, también según Arculfo. Su altura respecto del suelo sería de 0.60 metros, según san Beda el Venerable. Estas cifras son estimativas, ya que el sepulcro fue casi en su totalidad destruido, se basan en estos testimonios antiguos citados. Lo que hoy día se puede ver está modificado. Las paredes del nicho estarían más trabajadas y terminadas. No se sabe cómo es la superficie superior del banco sepulcral que se conserva, al estar tapado por planchas de mármol. Es posible que esté tallado en forma de sarcófago. Tan solo se conserva el banco sepulcral, que es original, emergiendo del suelo de su roca madre. El resto del monumento es una reconstrucción con dimensiones similares a las iniciales. La cámara es un habitáculo muy estrecho al que se accede actualmente por un hueco de 1.40 metros de altura, practicado en 1113, que está recubierto de mármol tallado. Hay que agacharse un poco para entrar.

Justo antes de esta entrada hay una piedra cuadrada, también de mármol tallado, llamada «piedra del Ángel», que está hueca y en su interior se halla parte de la piedra redonda que cerraba el Sepulcro. Se puede ver ésta a través de un cristal que hay por encima tapando y protegiendo dicha reliquia. Según se entra, en la pared del fondo hay una imagen de María. A su derecha y en la pared norte se encuentra el banco sepulcral donde estuvo depositado el cuerpo el Señor y desde donde resucitó. Es original, aunque está un poco modificado y recubierto por las planchas de mármol amarillento que lo protegen y unas velas encendidas por encima. El mármol que cubre el banco sepulcral tiene una muesca, de 4 centímetros de ancho que lo divide en dos, aunque en realidad es de una sola pieza. Las planchas datan de 1555 y se trata de una aportación económica de Felipe II. Los mármoles que lo protegen sólo se han levantado dos veces en su historia. Relatan los autores que cuando se hizo esto en 1808, salía un intenso olor a perfume. El resto del habitáculo está presidido por una imagen del Señor resucitado".

"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente

viernes, 22 de abril de 2011

La Pasión: muerte del Señor en la Cruz

"Previamente a la crucifixión habrían amarrado a Jesús fuertemente con cuerdas los pies por los tobillos, colocándole el izquierdo por encima del derecho para que no se defendiera con los pies y para facilitar posteriormente el enclavamiento de éstos en el palo vertical. En la Sábana de Turín se ven en el tobillo izquierdo las huellas dejadas por esta cuerda, y también la posición de los pies que tuvieron al ser clavados en la cruz. Los brazos también los inmovilizarían atándolos al patíbulo con la misma finalidad, y evitar que opusiese resistencia a la hora de ir a clavarle las manos en el madero horizontal. No haría falta esto, porque no se resistió nunca a las las injurias que le hicieron. ¿Cómo sería el enclavamiento? Dos verdugos sostendrían los extremos de este madero, otro tiraría de la mano con una cuerda para que coincidiese el clavo, al traspasar la mano, con el orificio del patíbulo que previamente se había hecho. Un cuarto verdugo con una maza le clavaría un clavo de gran tamaño. La parte puntiaguda del clavo saliente la doblaron a martillazos hasta incrustarla en la madera; por eso tardaron tanto después para separarlo del madero, porque los golpes de martillo habían hecho que clavo y madera formaran un solo cuerpo. La cabeza de éste era plana y grande, en forma de disco, para impedir que se saliese la mano. Por seguridad era necesario remachar la punta del clavo. Al crucificado había que elevarlo con el madero clavado y situarlo arriba del estipe donde quedaría hasta su muerte: era, pues, preciso que el clavo resistiera sin desclavarse las tensiones de la subida del patíbulo y del crucificado. Además, una vez colgado, el reo necesitaba hacer fuerza con los brazos para intentar respirar. Una vez clavadas las manos en el madero, quitadas cuerdas de los brazos y la que sujetaba su cuerpo al palo vertical, lo elevarían tirando de las cuerdas hasta un encaje en el estipe. Allí, un verdugo colocado por detrás de la Cruz y subido a una escalera aseguraría el madero por medio de una cuerda, mientras los tres que estaban abajo le clavarían los pies con un solo clavo más largo que el de las manos, y aprovechando que éstos estaban fuertemente atados; terminado el enclavamiento quitarían esta cuerda. Al dejarlo definitivamente clavado en la cruz, el cuerpo descendió por su propio peso, y los brazos que habían sido clavados muy estirados se pusieron en posición oblicua, formando un ángulo con la vertical de 65 grados. Las articulaciones de sus extremidades se forzaron al máximo. El hecho de clavar los pies a los crucificados se hacía con la finalidad de que el reo pudiese respirar elevando su cuerpo, empujando con sus piernas clavadas en el madero. No se hacía esto por humanidad, sino para así prolongar muchas horas el horrible tormento, que es lo que buscaban con este espectáculo. Aunque sería sumamente doloroso, les permitiría expulsar el aire viciado de sus pulmones, tomar aire nuevo y seguir viviendo. Si no tenía el apoyo de los pies, el reo fallecería a los pocos minutos por asfixia, ya que en esa postura no puede respirar. Les dejaban las rodillas dobladas para que pudieran estirar el cuerpo hacia arriba, y para esto se apoyaban en el clavo de los pies y se ayudaban con los brazos clavados al patíbulo. El crucificado no tenía más remedio que adoptar estas dos posturas forzadas: una, con el cuerpo hacia abajo, las rodillas dobladas con los brazos estirados oblicuamente, la cabeza caída y el cuerpo combado hacia delante, en la que al reo se le van llenando de aire y vaciando los pulmones; la segunda, el cuerpo hacia arriba con las rodillas estiradas apoyándose en la herida del clavo del pie y con los brazos horizontales, la cabeza hacia arriba, y arrastrando contra el palo vertical la zona de los músculos glúteos cada vez que se izaba, los pulmones expandidos al máximo buscando un poco de aire. Con esta postura la caja torácica se dilata al máximo. Estos movimientos no los hacían voluntariamente, sino por reflejo imperioso para la conservación de la vida La cabeza quedó a unos 3 metros del suelo. Esto se puede calcular, pues dicen los evangelios que le dieron vinagre en una esponja colocada en el extremo de una rama de hisopo, que mediría medio metro, lo que sumado a la altura del soldado, más la longitud del brazo extendido de éste hacen los 3 metros. La longitud total del palo vertical sería de 4 metros. La razón de esto último es que para que funcionen bien las cuerdas, para ascender el patíbulo y colocarlo en el encaje del estipe, la parte de palo por encima de éste debe tener, por lo menos, un metro de longitud por encima del encaje, pues si es más corta, el patíbulo no sube bien.

No se sabe con exactitud a qué hora crucificaron a Jesús. San Juan, en su Evangelio, capítulo 19.14, dice que el momento en que se dictó la sentencia de muerte era la hora sexta, que comenzaba a las 12.00. Pero san Marcos dice que le crucificaron a la hora tercia, de 9.00 a 12.00. Se aclara esta discrepancia de horas interpretando que señalaban el tiempo según la altura del sol. Dividían el día en 4 horas: hora prima, de 6.00 a 9.00; hora tercia, de 9.00 a 12.00; hora sexta, de 12.00 a 15.00; y hora nona, de 15.00 a 18.00. San Juan dice que era la hora sexta cuando le condenaron; se explica esto porque el comienzo de esta hora sería muy próximo al mediodía. San Marcos apunta la hora tercia cuando le crucificaron. Estas dos horas se solapaban en torno a las 12.00 horas actuales. Además, la orden de condena incluía dos aspectos; uno, “caminar al lugar de la ejecución” y el segundo, “la crucifixión en sí misma”. Se puede comentar que san Marcos querría decir: que comenzaría el recorrido de la Vía Dolorosa hacia el Calvario hacia las 12.00, al final de a hora tercia, inmediatamente después de dictarse sentencia. Como el recorrido desde la fortaleza Antonia hasta el Calvario debía de hacerse en no menos de una hora, se deduce que a Jesús le clavarían en la cruz entre las 13.00 y las 13.30; esta media hora incluye el tiempo de las caídas, la demora en iniciar la marcha, etc. Su muerte tuvo lugar, con seguridad, en la hora nona, hacia las 15.00 de hoy. Fue muy rápido su fallecimiento. “Estuvo colgado vivo de la Cruz alrededor de hora y media” y expuesto muerto en ella hasta las 17.00, momento en que descenderían su cuerpo tras la lanzada.

El autor Manuel Carreira S. J. afirma que fue el 3 de abril del año 33 según nuestro calendario actual, y que aquella tarde tuvo lugar un eclipse parcial de luna llena, que comenzaría a las 18.20 y terminaría a las 18.50 horas. La luna llena apareció con un 20% de su cara oculta por la sombra de la tierra. El profeta Joel, seis siglos antes, lo anunció con esta profecía: “El sol se cambiara en tinieblas y la luna en sangre, al acercarse el día del Señor, grande y terrible” (Joel, capítulo 3, 4). Y fue así. El sol se oscureció desde las 12.00 del mediodía hasta las 15.00 horas, de tal manera que en Jerusalén y en torno al Calvario apenas se veía, según el Evangelio, y posteriormente la luna fue cubierta parcialmente por un eclipse de tierra y teñida de rojo sangre. Causa asombro la coincidencia del tiempo del eclipse lunar con el entierro de Jesús. La oscuridad del sol no hay que atribuirla a un eclipse de éste, pues no puede durar tres horas como duraron las tinieblas: su causa se ignora. Lo conocemos porque es citado el fenómeno en el Evangelio. También esto fue predicho por otro profeta, Amós, capítulo 8. 9: “Aquel día, oráculo del Señor, haré que el sol se ponga al mediodía y en pleno día cubriré la tierra de tinieblas”. Otros datos que complementan esta fecha son: este día es el año 16 del reinado de Tiberio César, y el día 14, viernes, del primer mes de Nisán de los judíos.

El exactor, hacia las 17.00, fue desde el palacio de Herodes hasta el Calvario y ordenó al centurión encargado de la crucifixión que clavase una lanza en el corazón de Jesús para certificar que verdaderamente había muerto. El centurión debió clavar la lanza con sus dos manos y desde el lado derecho de Jesús para asegurar la exactitud del golpe al corazón. La herida de entrada de la lanza se encuentra entre la quinta y la sexta costilla derechas, muy a la derecha del costado, con una longitud de 4,5 centímetros. La anchura de la hoja de una lanza romana de la época es de 4 centímetros. La hoja penetró y alcanzó la aurícula derecha, que al morir estaba llena de sangre pues la muerte ocurre pasada la sístole, estando los ventrículos contraídos, las válvulas tricúspide y mitral cerradas, y sus aurículas en expansión llenas de sangre. La contenida en la aurícula y en la vena cava superior salió en forma de grandes grumos tras la hoja de la lanza inundando el lado derecho del pecho. A continuación la herida exudó suero en gran cantidad -«agua», dice el Evangelio- debido al líquido seroso transparente almacenado en el pericardio. Este edema fue consecuencia de la flagelación que le inflamó la membrana cardiaca, produciéndole una pericarditis traumática con la acumulación de suero antes referida".

"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente.

miércoles, 20 de abril de 2011

La Pasión: la roca del Calvario

"¿Cómo es la roca? La cima de la roca está a 759 metros sobre el nivel del mar. Sus dimensiones son: longitud norte-sur, 7 metros; anchura, 3 metros; altura, desde el vértice hasta la cueva de Adán, 4.5 metros; la altura de la entrada de la cueva, 1.5 metros. Estas dimensiones corresponden a la parte de la roca excavada que está al descubierto, quedando todavía enterrada unos 7 metros. El Calvario tiene, pues, una altura desde la roca madre de 13 metros, siendo 6 metros la parte descubierta. Lo peculiar de ésta es que sus paredes caen en talud, haciéndola inaccesible, y que su cresta es sumamente estrecha, por lo que se hace muy difícil imaginar cómo pudieron allí ejecutar las crucifixiones. La roca es caliza, de color blanquecino con multitud de vetas rojizas. Es piedra malaki. Su cara este es la que da a Jerusalén. La cúspide es la parte que se parece a un cráneo por su forma redondeada, lisa y blanquecina. Así denomina todavía la gente del lugar a los promontorios rocosos con esta característica: er-ras, el cráneo. Donde termina esta superficie lisa, a 2 metros del vértice, la roca sobresale haciéndose basta y prominente. Sobre este saliente de la roca se ha construido la base del muro este de la iglesia de la Crucifixión, por lo que es imposible ver la parte superior de esta cara del Calvario al impedirlo el muro. Bajo la superficie rugosa se encuentra la entrada de la pequeña cueva conocida como cueva o tumba de Adán, a 4.5 metros del vértice. Esta cueva es de origen muy antiguo, se remonta a la Edad del Hierro y era conocida en tiempos de Cristo, como lo demuestran los evangelios apócrifos que la describen. Está actualmente reforzada con un muro para evitar su derrumbe, ya que la grieta del terremoto pasa por ella y, además, por encima corre el muro de la iglesia de la Crucifixión. La cueva tenía carácter religioso, pues se ha encontrado en ella un ara de piedra empotrada en la pared, según las excavaciones de Díez Fernández, y hace sugerir que debía de tener culto religioso por las primeras comunidades cristianas, sobre todo para celebrar la muerte y Resurrección de Cristo. Tendrían acceso a ella un reducidísimo numero de cristianos, pues es muy pequeña. Esta sería otra evidencia de la autenticidad del Calvario. La roca del Calvario medía 13 metros de altura y las murallas más las almenas, 11. Jesús debió de ser crucificado mirando hacia Jerusalén. Desde la ciudad sus habitantes se topaban con la roca al salir de ella por la puerta de Efraín, circunstancia esta que sería determinante para elegirla como lugar de ejecuciones. Al estar en posición más alta que la muralla, vería el interior de toda la ciudad y sobre todo a sus gentes. También éstos podrían ver al Crucificado. Se calcula que en aquel día el primero de moradores, entre fijos y peregrinos, estaría alrededor de 300.000. Para calcularlo se sabe que, en el asedio de Jerusalén, el número de víctimas mortales entre la población judía fue de 1.100.000 y el de los prisioneros de 97.000. El número tan extraordinariamente elevado de personas se debía que se refugiaron en su interior la mayoría de los habitantes de Judea que no pudieron escapar. Fue el número máximo de personas habidas en su interior por causas excepcionales, como la guerra. Según Francisco Varo: «teniendo en cuenta la extensión de los restos arqueológicos junto a la densidad habitual de la población presumible, se podría calcular que serían unos 100.000 los habitantes habituales. Si tenemos en cuenta que era la gran fiesta de los judíos y que vendrían de fuera muchos de ellos, se podría pensar en 300.000 el número de personas en Jerusalén en la Pascua de aquel año».

Tiene una grieta que la traspasa de este a oeste, producida por un terremoto ocurrido a mediados del siglo I. Fue el que aconteció al morir Jesús. Esta resquebrajadura «no puede ser efecto de un terremoto ordinario que habría separado las capas de que se compone la roca, aquí la peña esta agrietada al través...» opina un geólogo. Schik, arqueólogo del siglo pasado, dice que “la hendidura va de este a oeste, y llega a dar entrada al cuerpo de un hombre». La roca era conocida como la Calavera, Gólgota en arameo, porque así la veían desde Jerusalén.

¿Cómo sería el Calvario en tiempos de Jesucristo? La forma de la roca en sus últimos 6 metros desde la cueva de Adán no ha variado desde entonces, porque siempre estuvo su superficie protegida por las excavaciones en torno a la roca. Lo que se ignora es cómo sería su base, los metros que están todavía sepultados de escombro, pues se transformó al ser excavada a su alrededor como una cantera, quedando la roca tallada por sus cuatro lados, lo que le da aspecto de un monolito gigante. Quizás la roca emergiera en la ladera de la colina de El-Gareb. La altura a la que asomaría debería ser sobre una elevación del terreno de unos 10 metros de altura. La base de tierra que va a la ciudad, justo por delante de la cueva, podría tener una superficie aplanada como una terraza, cayendo luego en pendiente pronunciada hacia las inmediaciones de la muralla. Esto pudiera ser así, porque el Evangelio dice que había debajo de la Cruz gente que le insultaba y blasfemaba. Por tanto tendría que haber un espacio plano cercando la roca de la crucifixión con capacidad suficiente para que pudieran estar un grupo amplio de personas".

En esta fotografía podemos ver la parte de roca que se toca al meter la mano en el agujero de la Cruz.


"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente

lunes, 18 de abril de 2011

La Pasión: la Via Dolorosa

"El trayecto desde la torre Antonia hasta el Calvario -La Via Dolorosa- tiene una longitud de unos 600 metros. Una persona físicamente normal necesita dar unos 1.200 pasos para recorrerlo. El camino actual es el que la tradición ha conservado a lo largo del tiempo, aunque no se sabe con certeza el punto desde donde comenzó y tampoco el trazado de las calles, porque el trayecto actual corresponde, en parte, al de la ciudad romana Aelia Capitolina que se construyó sobre las ruinas de la ciudad. Es una vía trazada por la fe de los fieles. Los padres franciscanos comenzaron con esta devoción en el siglo XIV. El recorrido histórico-arqueológico es otro distinto al actual. Partiría del palacio de Herodes el Grande, junto a la muralla occidental, que estaba ubicado en el lugar más alto de la ciudad con una cota de 760 metros sobre el nivel del mar, bajaría en fuerte pendiente unos 300 metros hacia el este para buscar una puerta en la segunda muralla, pues tenía que descender la ladera del monte Akra con un desnivel de unos 20 metros, vadearía por un puente una vaguada que iría hacia el Tiropeón, luego el camino iría al lado de la muralla de Ezequías en dirección norte, subiendo en ligera pendiente, para salir por la puerta de Efraín al exterior de la ciudad, donde a unos 200 metros estaría el Gólgota y con un desnivel de unos 15 metros. Comparativamente corresponde a la altura de una torre de viviendas de unos siete pisos. Si el que tenía que salvar este desnivel iba flagelado, con dificultades para respirar y con un peso encima de 45 kilos, podemos imaginarnos el esfuerzo tan titánico que debió realizar. Salió el séquito hacia el Calvario. Iría por delante el centurión y su ayudante. Dos filas de legionarios a derecha e izquierda. A continuación vendrían los reos. Los bandidos irían desnudos con el patíbulo atado a sus brazos en cruz. Unos soldados les llevarían tirando de unas cuerdas atadas a sus cuellos, mientras que otros soldados les irían castigando por detrás con unos látigos. A Jesús le llevaron vestido, descalzo y con la corona de espinas clavada en su cabeza y, además, el madero atado a sus brazos, que ha dejado marcada su espalda en la Sábana de Turín a la altura de los omoplatos en ambos hombros, dos areas más marcadas en las imágenes con unas dimensiones de 10 x 9 centímetros. Un soldado tiraba de él por delante con una cuerda atada a su cuello, como a animal que llevan al matadero, y otro soldado por detrás se encargaría de levantarle a base de patadas cuando caía. Irían flanqueados por soldados con sus armas y escudos. Cerraría el cortejo una doble fila de legionarios. Por delante de cada reo iría un soldado con una tabla en lo alto de una vara, a modo de estandarte, indicando a la gente la causa de la condena, el titulus. A derecha e izquierda de la comitiva estaría la población apiñada viendo el espectáculo. Muchos de ellos expresaban su odio con blasfemias y amenazas, según los evangelios. Había quien le escupía al pasar y le tiraban boñigas de animal, según María Valtorta. La duración que debió de tener el trayecto, si nos acomodamos al paso de Jesús en sus condiciones de flagelado, con el madero sobre sus hombros y cuesta arriba, se puede calcular en aproximadamente una hora y cuarto. Hay que tener en cuenta que hizo este trayecto después de sufrir la terrible flagelación que le dejó su sistema muscular muy dañado y dolorido, además tenía gravísimos problemas con la respiración, siendo ésta jadeante, corta, ruidosa y muy dolorosa. Especialistas forenses han calculado que le llevaría dos horas y media completar el trayecto, pero quizás su duración fuese más corta por la ayuda prestada por Simón y, sobre todo, por la divinidad de Jesús, que sacó fuerzas realmente sobrehumanas para poder realizarlo. Iría muy despacio, salvando unos 30 centímetros cada paso. Debió dar más de 1.700 pasos. El ritmo de la marcha lo decidiría el jefe de la expedición punitiva, el centurión, y para ello, controlaría al soldado que tiraba de una cuerda atada al cuello del reo. Pasada la puerta judiciaria, le ayudaría Simón de Cirene a llevar el patíbulo, obligado a la fuerza por los soldados romanos, por lo que se aceleraría el paso, quedando solamente unos 200 metros de terreno abierto y muy empinado, con un desnivel de unos 15 metros. Las rodillas se ven muy golpeadas, especialmente la izquierda, que está destrozada. Esto se debe a que Jesús, mientras cargaba con el patíbulo en su trayecto al Calvario, en las numerosas veces que pudo caer al suelo y al no poderse defender con sus manos, pues las tenía atadas al madero, se supone que se defendería instintivamente poniendo primero la rodilla izquierda contra el suelo, ya que ésta es la más castigada, luego la derecha y, por último, la cara, especialmente el lado derecho, más traumatizado. Las caídas debieron de ser tremendas. Los soldados, en sus prisas, le levantan a patadas. En los análisis que se han hecho de la parte correspondiente a la rodilla izquierda se ha descubierto barro de Jerusalén mezclado con sangre humana; el contenido del barro es rico en aragonita, sustrato corriente en la tierra de esta ciudad. La túnica que llevaba le llegaría hasta las rodillas; si hubiese sido más larga, no estarían las rodillas llenas de barro. Esto lo confirma la reliquia de la túnica inconsútil que se conserva en la catedral de Tréveris".

"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente.

sábado, 16 de abril de 2011

La Pasión: flagelación y coronación de espinas

Este es el patio del colegio donde se piensa que estaba antes el lugar de la flagelación. En estos días tan especiales previos a la Semana Santa y durante la misma, publicaré entradas cada dos días sobre la Pasión del Señor. Utilizaré los textos de un libro recientemente escrito por Carlos Llorente, y que se titula: "La primera Semana Santa de la historia".

"Siempre solemos observar los golpes recibidos en la parte delantera del cuerpo de Jesús, pero también la parte trasera estaba llena como de una granizada de golpes debido a la flagelación. Para esta tortura se utilizó un flagelo especialmente cruel porque desollaba la piel del reo y con frecuencia provocaba su muerte. Los que sobrevivían quedaban lisiados para el resto de su vida. Estaba solamente reservado para delitos especialmente odiosos. Se llama lagrum taxilatum, formado por tres cuerdas de cuero atadas con cera, rematadas cada una por dos bolas de lomo de un diámetro alrededor de 0.9 y 1 centímetro unidas por una barrita metálica; cada bola pesaba unos 20 gramos. Este instrumento de castigo tan terrorífico se conoció tras unas excavaciones en el pasado siglo, antes solo se sabía de su existencia documentalmente. Sus huellas han quedado impresas en el lienzo por la sangre que provocaron. El numero de golpes contabilizado pasa de 120 en todo el cuerpo. Hay zonas ocultas del cuerpo en las que no pueden visualizarse los golpes, aunque se supone que también los recibiría. Sin embargo, vemos que los brazos, la cara, la cabeza y la zona precordial del pecho fueron respetados. La razón por la que no le pegaron en la zona del corazón fue para no provocarle la muerte inmediata. Sin embargo, la flagelación fue extraordinariamente cruel y dura. No se comprende cómo sobrevivió, ni tampoco cómo pudo estar tan sereno después. Sin duda, otra prueba de su divinidad. El número 120 no es frío, estadístico: es un dato asombroso; 120 golpes suponen muchísimo castigo. Resulta difícil creerlo, pero, sin embargo, los golpes están marcados en el lienzo de Turín y son reales, no fruto de una falsificación. La medicina moderna ha dictaminado sobre la autenticidad de estas muestras de sangre. ¿Cómo fue la flagelación? Por el estudio de las marcas que dejaron las bolas de plomo sobre el cuerpo se puede interpretar que a Jesús le pusieron de pie, de espaldas a una columna con los brazos hacia arriba y las manos atadas a alguna argolla en lo alto, por lo que no hay huellas de flagelación en los brazos, ni en la cabeza. Los pies debieron de amarrarlos a otra argolla en la base de la columna. El cuerpo lo dejaron totalmente desnudo y a merced de los verdugos. Comenzarían a golpearle sin piedad por delante, posición apropiada para controlar los golpes y no darle en la zona cardiaca ni tampoco en la cara para no dejarlo ciego. Un verdugo le castigaba por un lado y, al finalizar el golpe, el segundo comenzaba a pegarle por el otro lado, sucediéndose rítmicamente en la acción. El trabajo fue sistemático, no dejando zona del cuerpo sin castigar. Cada golpe de flagelo lleva tres cuerdas con dos bolas de plomo cada una por lo que golpean el cuerpo, cada vez, seis bolas con sus cuerdas. Si multiplicamos 120 golpes por las seis bolas de plomo, nos da la cantidad de 720 golpes de bolas de plomo aplicadas con todas las fuerzas del verdugo. Hay que tener en cuenta la energía cinética con que se estrella el plomo contra el cuerpo. Se ha calculado la energía liberada en la flagelación, y resulta ser de aproximadamente 396 kilos. Es tan fuerte que hace rasgar la piel donde golpea y, sobre todo, por su efecto más pernicioso, que actúa en profundidad, se daña todo el sistema nervioso periférico y sus receptores del dolor, el tejido muscular, vasos sanguíneos, nervios y órganos adyacentes, como la pleura, el corazón, el hígado y los riñones. Las fibras musculares se desgarran con cada golpe que reciben. Sus consecuencias serían una gran impotencia para moverse y respirar, no solo por el tejido muscular destruido, sino también por el inmenso dolor que provocaría cada movimiento. En cuanto al hígado, su lesión produce una caída dramática del glucógeno, elemento esencial para la energía celular, que originaría una pérdida de fuerza muy grande. El riñón quedaría inflamado por los golpes, y, además, se taponaría por los fragmentos de mioglobina procedentes de la destrucción muscular, que, transportados por la vía sanguínea, sin duda, le produciría una insuficiencia renal aguda con todo su cortejo de cambios electrolíticos y una gravísima uremia. En cuanto al corazón, debió sufrir una inflamación del pericardio por el traumatismo y la fatiga, que al exudar líquido seroso se comprimiría, disminuyendo su eficacia y provocando un dolor torácico como de muerte. Médicamente es inexplicable que, después de sufrir este tormento, fuese capaz de caminar hasta el Calvario. Una vez que se cansaron de golpearle por delante, aflojaron las cuerdas que lo tenían amarrado por las manos y el cuerpo se derrumbaría. Debieron de seguir golpeándole por la parte de atrás, estando Jesús, esta vez, de rodillas con los pies atados al suelo y el cuerpo inclinado hacia delante. Esto último se sabe por el estudio microscópico de las marcas que han dejado en el dorso de la espalda los plomos.

Ahora hablaremos de la coronación de espinas. En todo crucifijo la podemos encontrar. Tras el fallecimiento se la retiraron de la cabeza. Pero más importante es quizá la forma de la corona. No tenía, como acostumbramos a ver en las representaciones artísticas, forma de diadema, sino más bien de gorro o casquete de espinas que cubría toda la cabeza: la frente, el occipital y todo el cuello por detrás, incluida la nuca. En el lienzo de Turín se han contabilizado unas 50 heridas puntiformes procedentes de las espinas, con sus regueros de sangre vital, venosa y arterial. Estas se clavaron profundamente en su cuero cabelludo, como se puede deducir por la sangre que originaron. Debieron afectar a troncos nerviosos, como los occipitales entre otros, provocando dolores intensísimos. En Jerusalén se encuentran plantas espinosas, tales como el Zízyphus spina o el Paliurus spina Christi, que con alta probabilidad utilizaron los soldados romanos de la cohorte para trenzar dicha corona".
"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente.

sábado, 9 de abril de 2011

Lugar de la resurrección de Lázaro

Betania se encuentra cerca de Jerusalén, en la parte oriental del Monte de los olivos, relativamente cerca del camino que conducía a Jericó. Antiaguamente aparece mencionada con el nombre de Ananías y situada como una población que pertenecía a la tribu de Benjamín. Aquí se establecieron judíos desterrados a la vuelta de Babilonia. Algunas inscripciones sepulcrales encontradas en Betania hacen suponer que hubo en ella población galilea. Distaba de Jerusalén unos 15 estadios (Jn 11,18), es decir, casi tres kilómetros; Eusebio (265-340 d.C.) sitúa Betania en la "cuesta del Monte de los olivos, a dos millas" de Jerusalén. Estos datos corresponden a la distancia que hay desde Jerusalén a las ruinas de la antigua Betania bíblica, y que han ido saliendo a luz en las excavaciones arqueológicas.

Betania encontraba un poco más arriba, al oeste del pueblo actual el- Azariye, que se halla ahora en dirección sudeste, contiguo a la tumba de Lázaro. El sepulcro se encontraba, como es natural, fuera de la población, a unos 300 metros conforme a las normas judías. El nombre árabe el- Azariye, población hoy día de mayoría musulmana, se deriva de Lazarium, mencionado hacia el año 385 por la peregrina Egeria, para la cual la tumba de Lázaro era el lugar más importante de Betania. A principios del siglo IV se enseñaba a los peregrinos, según afirman Eusebio de Cesarea (330 d.C.) y el peregrino de Burdeos (333 d.C.), la cueva sepulcral en que fue sepultado Lázaro (Jn 11,38) y de donde fue llamado a la vida por el Salvador. San Jerónimo y la peregrina Egeria atestiguan, además, hacia fines del siglo IV la existencia de una iglesia en el mismo lugar. Durante las excavaciones dirigidas por S. J. Saller en los años 1949-53 se descubrieron restos de tres iglesias superpuestas, edificadas sucesivamente y en tiempos distintos. Al lado de la iglesia del siglo IV, se construyó una basílica de tres naves con piso de mosaicos. Allí había un atrio, hoy día obstruido por la mezquita, por el que antes se accedía a la gruta sepulcral de Lázaro, cuyas paredes estaban cubiertas con grafitos y símbolos cristianos. La tumba de Lázaro, al igual que la de Jesús, constaba de antecámara y cámara propiamente sepulcral, excavadas en piedra (cf. Jn 11,38; 20,4-7), aunque con una diferencia importante: la tumba de Lázaro estaba cubierta con una losa en plano horizontal, mientras que la de Jesús lo estaba con una piedra redonda en plano vertical.

No es posible localizar, en cambio, el lugar donde vivía Lázaro con sus hermanas (Jn 11,1; 12,1), que se encontraría, naturalmente, en el pueblo antiguo. San Jerónimo decía que el "albergue de María y Marta", es decir su casa, se encontraba a una cierta distancia de la tumba de Lázaro. Con la invasión de los árabes, el lugar con la capilla que conmemora este lugar fue profanado. A fines del siglo XVI transformaron las ruinas de la iglesia antigua en mezquita y prohibieron a los católicos acercarse al sepulcro de Lázaro. Más tarde los franciscanos, custodios de Tierra Santa, consiguieron mediante una buena cantidad de dinero, abrir otro acceso al sepulcro. Desde entonces el peregrino que desea visitar este lugar Santo tiene que bajar 24 escaleras desgastadas y estrechas para llegar al vestíbulo de que hablábamos. Recienteme, la Custodia de Tierra Santa ha levantado sobre el lugar una devota iglesia. Esta la construyó el arquitecto Barluzzi en 1952-53, y está levantada sobre los restos de las antiguas basílicas adyacentes a la tumba de Lázaro.

sábado, 2 de abril de 2011

Alégrate Jerusalén

"Alégrate, Jerusalén, vosotros, y todos los que la amáis, reuníos. Regocijaos con ella todos los que participais de su duelo y quedaréis saciados con la abundancia de sus consuelos" (Sal. 121, 1).

Con estas palabras celebra la Misa en su introito el domingo laetare o de la alegría. La Iglesia no puede permanecer seria durante tanto tiempo y, a mitad de Cuaresma, celebra el domingo de la alegría. Entre otras cosas se usa el color rosaceo en los ornamentos, siempre que sea posible, y está permitido hacer sonar el órgano en las celebraciones litúrgicas. Así, aprovecharé esta semana para contar algunas anécdotas simpáticas recientes que han sucedido alrededor de los lugares santos.

Tres sacerdotes que estudian Biblia en la Flagelación -Instituto llevado por los Franciscanos- se encontraban cerca de la Via dororosa. Se les acercaron un grupo de italianos y les dijeron en italiano que estaban buscando una iglesia que debía estar por allí cerca. Uno de los sacerdotes les habló de la iglesia de Santa Ana, pues se encuentra relativamente cerca de donde estaban, y que de hecho se encuentra en la misma Via dolorosa. Contestaron que no era esa la que estaban buscando. Otro sacerdote les dijo que quizá se referían a la iglesia de la Flagelación. Tampoco parecía que esa era la iglesia a la que se dirigían. Finalmente, a un sacerdote se le ocurrió mencionar la Basílica del Santo Sepulcro. Ahí los peregrinos saltaron diciendo: sí, sí, ese es el nombre. Del grupo de sacerdotes salió una carcajada espontánea. El Santo Sepulcro no es una iglesia de por aquí, es LA IGLESIA. Debían estar bastante perdidos, pues también preguntaron después si sabían cual era la Via della rosa. Rápidamente los sacerdotes se dieron cuenta de que se estaba refiriendo a la Via Dolorosa, que no es lo mismo, y que no fue precisamente un camino de rosas para el Señor.

La otra anécdota que quería contar sucedió en el Calvario. Había allí un grupo de soldados israelíes. Una chica, también soldado, que sabía más, les estaba explicando quién era Jesús, cómo había cargado con la Cruz hasta ese lugar, y los hechos de su crucifixión y muerte. Les explicó todo lo que había sufrido antes de llegar a ese lugar: cárcel, ir de un sitio a otro, golpes, sueño, la terrible flagelación, la coronación de espinas... Los soldados escuchaban asombrados. Ya se ve que no habían oído antes hablar de la Pasión del Señor, y uno de ellos comentó:

-Pues con lo mal que estaba sí que le habrá costado llegar hasta aqui. Las escaleras para acceder a este lugar me han parecido bastante empinadas.

Ya se ve que no se situaba mucho de cuando sucedieron los hechos de la Pasión del Señor y cuándo estaba construida la Iglesia del Santo Sepulcro. Da pena ver la gente que no sabe cosas básicas de los lugares santos, como este soldado, cuando fue precisamente ahí, en el Calvario, donde Jesucristo murió por él y por sus pecados para abrirle las puertas del cielo.