"Previamente a la crucifixión habrían amarrado a Jesús fuertemente con cuerdas los pies por los tobillos, colocándole el izquierdo por encima del derecho para que no se defendiera con los pies y para facilitar posteriormente el enclavamiento de éstos en el palo vertical. En la Sábana de Turín se ven en el tobillo izquierdo las huellas dejadas por esta cuerda, y también la posición de los pies que tuvieron al ser clavados en la cruz. Los brazos también los inmovilizarían atándolos al patíbulo con la misma finalidad, y evitar que opusiese resistencia a la hora de ir a clavarle las manos en el madero horizontal. No haría falta esto, porque no se resistió nunca a las las injurias que le hicieron. ¿Cómo sería el enclavamiento? Dos verdugos sostendrían los extremos de este madero, otro tiraría de la mano con una cuerda para que coincidiese el clavo, al traspasar la mano, con el orificio del patíbulo que previamente se había hecho. Un cuarto verdugo con una maza le clavaría un clavo de gran tamaño. La parte puntiaguda del clavo saliente la doblaron a martillazos hasta incrustarla en la madera; por eso tardaron tanto después para separarlo del madero, porque los golpes de martillo habían hecho que clavo y madera formaran un solo cuerpo. La cabeza de éste era plana y grande, en forma de disco, para impedir que se saliese la mano. Por seguridad era necesario remachar la punta del clavo. Al crucificado había que elevarlo con el madero clavado y situarlo arriba del estipe donde quedaría hasta su muerte: era, pues, preciso que el clavo resistiera sin desclavarse las tensiones de la subida del patíbulo y del crucificado. Además, una vez colgado, el reo necesitaba hacer fuerza con los brazos para intentar respirar. Una vez clavadas las manos en el madero, quitadas cuerdas de los brazos y la que sujetaba su cuerpo al palo vertical, lo elevarían tirando de las cuerdas hasta un encaje en el estipe. Allí, un verdugo colocado por detrás de la Cruz y subido a una escalera aseguraría el madero por medio de una cuerda, mientras los tres que estaban abajo le clavarían los pies con un solo clavo más largo que el de las manos, y aprovechando que éstos estaban fuertemente atados; terminado el enclavamiento quitarían esta cuerda. Al dejarlo definitivamente clavado en la cruz, el cuerpo descendió por su propio peso, y los brazos que habían sido clavados muy estirados se pusieron en posición oblicua, formando un ángulo con la vertical de 65 grados. Las articulaciones de sus extremidades se forzaron al máximo. El hecho de clavar los pies a los crucificados se hacía con la finalidad de que el reo pudiese respirar elevando su cuerpo, empujando con sus piernas clavadas en el madero. No se hacía esto por humanidad, sino para así prolongar muchas horas el horrible tormento, que es lo que buscaban con este espectáculo. Aunque sería sumamente doloroso, les permitiría expulsar el aire viciado de sus pulmones, tomar aire nuevo y seguir viviendo. Si no tenía el apoyo de los pies, el reo fallecería a los pocos minutos por asfixia, ya que en esa postura no puede respirar. Les dejaban las rodillas dobladas para que pudieran estirar el cuerpo hacia arriba, y para esto se apoyaban en el clavo de los pies y se ayudaban con los brazos clavados al patíbulo. El crucificado no tenía más remedio que adoptar estas dos posturas forzadas: una, con el cuerpo hacia abajo, las rodillas dobladas con los brazos estirados oblicuamente, la cabeza caída y el cuerpo combado hacia delante, en la que al reo se le van llenando de aire y vaciando los pulmones; la segunda, el cuerpo hacia arriba con las rodillas estiradas apoyándose en la herida del clavo del pie y con los brazos horizontales, la cabeza hacia arriba, y arrastrando contra el palo vertical la zona de los músculos glúteos cada vez que se izaba, los pulmones expandidos al máximo buscando un poco de aire. Con esta postura la caja torácica se dilata al máximo. Estos movimientos no los hacían voluntariamente, sino por reflejo imperioso para la conservación de la vida La cabeza quedó a unos 3 metros del suelo. Esto se puede calcular, pues dicen los evangelios que le dieron vinagre en una esponja colocada en el extremo de una rama de hisopo, que mediría medio metro, lo que sumado a la altura del soldado, más la longitud del brazo extendido de éste hacen los 3 metros. La longitud total del palo vertical sería de 4 metros. La razón de esto último es que para que funcionen bien las cuerdas, para ascender el patíbulo y colocarlo en el encaje del estipe, la parte de palo por encima de éste debe tener, por lo menos, un metro de longitud por encima del encaje, pues si es más corta, el patíbulo no sube bien.
No se sabe con exactitud a qué hora crucificaron a Jesús. San Juan, en su Evangelio, capítulo 19.14, dice que el momento en que se dictó la sentencia de muerte era la hora sexta, que comenzaba a las 12.00. Pero san Marcos dice que le crucificaron a la hora tercia, de 9.00 a 12.00. Se aclara esta discrepancia de horas interpretando que señalaban el tiempo según la altura del sol. Dividían el día en 4 horas: hora prima, de 6.00 a 9.00; hora tercia, de 9.00 a 12.00; hora sexta, de 12.00 a 15.00; y hora nona, de 15.00 a 18.00. San Juan dice que era la hora sexta cuando le condenaron; se explica esto porque el comienzo de esta hora sería muy próximo al mediodía. San Marcos apunta la hora tercia cuando le crucificaron. Estas dos horas se solapaban en torno a las 12.00 horas actuales. Además, la orden de condena incluía dos aspectos; uno, “caminar al lugar de la ejecución” y el segundo, “la crucifixión en sí misma”. Se puede comentar que san Marcos querría decir: que comenzaría el recorrido de la Vía Dolorosa hacia el Calvario hacia las 12.00, al final de a hora tercia, inmediatamente después de dictarse sentencia. Como el recorrido desde la fortaleza Antonia hasta el Calvario debía de hacerse en no menos de una hora, se deduce que a Jesús le clavarían en la cruz entre las 13.00 y las 13.30; esta media hora incluye el tiempo de las caídas, la demora en iniciar la marcha, etc. Su muerte tuvo lugar, con seguridad, en la hora nona, hacia las 15.00 de hoy. Fue muy rápido su fallecimiento. “Estuvo colgado vivo de la Cruz alrededor de hora y media” y expuesto muerto en ella hasta las 17.00, momento en que descenderían su cuerpo tras la lanzada.
El autor Manuel Carreira S. J. afirma que fue el 3 de abril del año 33 según nuestro calendario actual, y que aquella tarde tuvo lugar un eclipse parcial de luna llena, que comenzaría a las 18.20 y terminaría a las 18.50 horas. La luna llena apareció con un 20% de su cara oculta por la sombra de la tierra. El profeta Joel, seis siglos antes, lo anunció con esta profecía: “El sol se cambiara en tinieblas y la luna en sangre, al acercarse el día del Señor, grande y terrible” (Joel, capítulo 3, 4). Y fue así. El sol se oscureció desde las 12.00 del mediodía hasta las 15.00 horas, de tal manera que en Jerusalén y en torno al Calvario apenas se veía, según el Evangelio, y posteriormente la luna fue cubierta parcialmente por un eclipse de tierra y teñida de rojo sangre. Causa asombro la coincidencia del tiempo del eclipse lunar con el entierro de Jesús. La oscuridad del sol no hay que atribuirla a un eclipse de éste, pues no puede durar tres horas como duraron las tinieblas: su causa se ignora. Lo conocemos porque es citado el fenómeno en el Evangelio. También esto fue predicho por otro profeta, Amós, capítulo 8. 9: “Aquel día, oráculo del Señor, haré que el sol se ponga al mediodía y en pleno día cubriré la tierra de tinieblas”. Otros datos que complementan esta fecha son: este día es el año 16 del reinado de Tiberio César, y el día 14, viernes, del primer mes de Nisán de los judíos.
El exactor, hacia las 17.00, fue desde el palacio de Herodes hasta el Calvario y ordenó al centurión encargado de la crucifixión que clavase una lanza en el corazón de Jesús para certificar que verdaderamente había muerto. El centurión debió clavar la lanza con sus dos manos y desde el lado derecho de Jesús para asegurar la exactitud del golpe al corazón. La herida de entrada de la lanza se encuentra entre la quinta y la sexta costilla derechas, muy a la derecha del costado, con una longitud de 4,5 centímetros. La anchura de la hoja de una lanza romana de la época es de 4 centímetros. La hoja penetró y alcanzó la aurícula derecha, que al morir estaba llena de sangre pues la muerte ocurre pasada la sístole, estando los ventrículos contraídos, las válvulas tricúspide y mitral cerradas, y sus aurículas en expansión llenas de sangre. La contenida en la aurícula y en la vena cava superior salió en forma de grandes grumos tras la hoja de la lanza inundando el lado derecho del pecho. A continuación la herida exudó suero en gran cantidad -«agua», dice el Evangelio- debido al líquido seroso transparente almacenado en el pericardio. Este edema fue consecuencia de la flagelación que le inflamó la membrana cardiaca, produciéndole una pericarditis traumática con la acumulación de suero antes referida".
"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente.