Este es el patio del colegio donde se piensa que estaba antes el lugar de la flagelación. En estos días tan especiales previos a la Semana Santa y durante la misma, publicaré entradas cada dos días sobre la Pasión del Señor. Utilizaré los textos de un libro recientemente escrito por Carlos Llorente, y que se titula: "La primera Semana Santa de la historia".
"Siempre solemos observar los golpes recibidos en la parte delantera del cuerpo de Jesús, pero también la parte trasera estaba llena como de una granizada de golpes debido a la flagelación. Para esta tortura se utilizó un flagelo especialmente cruel porque desollaba la piel del reo y con frecuencia provocaba su muerte. Los que sobrevivían quedaban lisiados para el resto de su vida. Estaba solamente reservado para delitos especialmente odiosos. Se llama lagrum taxilatum, formado por tres cuerdas de cuero atadas con cera, rematadas cada una por dos bolas de lomo de un diámetro alrededor de 0.9 y 1 centímetro unidas por una barrita metálica; cada bola pesaba unos 20 gramos. Este instrumento de castigo tan terrorífico se conoció tras unas excavaciones en el pasado siglo, antes solo se sabía de su existencia documentalmente. Sus huellas han quedado impresas en el lienzo por la sangre que provocaron. El numero de golpes contabilizado pasa de 120 en todo el cuerpo. Hay zonas ocultas del cuerpo en las que no pueden visualizarse los golpes, aunque se supone que también los recibiría. Sin embargo, vemos que los brazos, la cara, la cabeza y la zona precordial del pecho fueron respetados. La razón por la que no le pegaron en la zona del corazón fue para no provocarle la muerte inmediata. Sin embargo, la flagelación fue extraordinariamente cruel y dura. No se comprende cómo sobrevivió, ni tampoco cómo pudo estar tan sereno después. Sin duda, otra prueba de su divinidad. El número 120 no es frío, estadístico: es un dato asombroso; 120 golpes suponen muchísimo castigo. Resulta difícil creerlo, pero, sin embargo, los golpes están marcados en el lienzo de Turín y son reales, no fruto de una falsificación. La medicina moderna ha dictaminado sobre la autenticidad de estas muestras de sangre. ¿Cómo fue la flagelación? Por el estudio de las marcas que dejaron las bolas de plomo sobre el cuerpo se puede interpretar que a Jesús le pusieron de pie, de espaldas a una columna con los brazos hacia arriba y las manos atadas a alguna argolla en lo alto, por lo que no hay huellas de flagelación en los brazos, ni en la cabeza. Los pies debieron de amarrarlos a otra argolla en la base de la columna. El cuerpo lo dejaron totalmente desnudo y a merced de los verdugos. Comenzarían a golpearle sin piedad por delante, posición apropiada para controlar los golpes y no darle en la zona cardiaca ni tampoco en la cara para no dejarlo ciego. Un verdugo le castigaba por un lado y, al finalizar el golpe, el segundo comenzaba a pegarle por el otro lado, sucediéndose rítmicamente en la acción. El trabajo fue sistemático, no dejando zona del cuerpo sin castigar. Cada golpe de flagelo lleva tres cuerdas con dos bolas de plomo cada una por lo que golpean el cuerpo, cada vez, seis bolas con sus cuerdas. Si multiplicamos 120 golpes por las seis bolas de plomo, nos da la cantidad de 720 golpes de bolas de plomo aplicadas con todas las fuerzas del verdugo. Hay que tener en cuenta la energía cinética con que se estrella el plomo contra el cuerpo. Se ha calculado la energía liberada en la flagelación, y resulta ser de aproximadamente 396 kilos. Es tan fuerte que hace rasgar la piel donde golpea y, sobre todo, por su efecto más pernicioso, que actúa en profundidad, se daña todo el sistema nervioso periférico y sus receptores del dolor, el tejido muscular, vasos sanguíneos, nervios y órganos adyacentes, como la pleura, el corazón, el hígado y los riñones. Las fibras musculares se desgarran con cada golpe que reciben. Sus consecuencias serían una gran impotencia para moverse y respirar, no solo por el tejido muscular destruido, sino también por el inmenso dolor que provocaría cada movimiento. En cuanto al hígado, su lesión produce una caída dramática del glucógeno, elemento esencial para la energía celular, que originaría una pérdida de fuerza muy grande. El riñón quedaría inflamado por los golpes, y, además, se taponaría por los fragmentos de mioglobina procedentes de la destrucción muscular, que, transportados por la vía sanguínea, sin duda, le produciría una insuficiencia renal aguda con todo su cortejo de cambios electrolíticos y una gravísima uremia. En cuanto al corazón, debió sufrir una inflamación del pericardio por el traumatismo y la fatiga, que al exudar líquido seroso se comprimiría, disminuyendo su eficacia y provocando un dolor torácico como de muerte. Médicamente es inexplicable que, después de sufrir este tormento, fuese capaz de caminar hasta el Calvario. Una vez que se cansaron de golpearle por delante, aflojaron las cuerdas que lo tenían amarrado por las manos y el cuerpo se derrumbaría. Debieron de seguir golpeándole por la parte de atrás, estando Jesús, esta vez, de rodillas con los pies atados al suelo y el cuerpo inclinado hacia delante. Esto último se sabe por el estudio microscópico de las marcas que han dejado en el dorso de la espalda los plomos.
Ahora hablaremos de la coronación de espinas. En todo crucifijo la podemos encontrar. Tras el fallecimiento se la retiraron de la cabeza. Pero más importante es quizá la forma de la corona. No tenía, como acostumbramos a ver en las representaciones artísticas, forma de diadema, sino más bien de gorro o casquete de espinas que cubría toda la cabeza: la frente, el occipital y todo el cuello por detrás, incluida la nuca. En el lienzo de Turín se han contabilizado unas 50 heridas puntiformes procedentes de las espinas, con sus regueros de sangre vital, venosa y arterial. Estas se clavaron profundamente en su cuero cabelludo, como se puede deducir por la sangre que originaron. Debieron afectar a troncos nerviosos, como los occipitales entre otros, provocando dolores intensísimos. En Jerusalén se encuentran plantas espinosas, tales como el Zízyphus spina o el Paliurus spina Christi, que con alta probabilidad utilizaron los soldados romanos de la cohorte para trenzar dicha corona".
"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente.
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