martes, 5 de julio de 2016

Los cinco lugares más especiales para un cristiano en Jerusalén

1. Explanada del templo
La Virgen y san José fueron a Jerusalén para presentar al Niño en el Templo, y entregar la ofrenda para el sacrificio. Establecía la Antigua Ley que se rescatara de este modo al hijo primogénito. La explanada del templo es uno de los lugares en los que podemos afirmar con mayor seguridad que el Señor estuvo muchas veces. 

Hoy día es posible visitar la explanada en dos horas distintas durante el día, también se puede visitar lo que queda del muro del templo. Y son visitables los túneles que se hallan debajo de la antigua muralla del templo. Al recorrerlos se camina sobre el mismo suelo de la época de Jesucristo. En aquel entonces el nivel estaba varios metros por debajo del pavimento actual de la explanada.


2. Cenáculo
Las habitaciones que hoy veneramos como «el Cenáculo» son de la época cruzada: de ese momento es la construcción de la actual sala gótica. Además de las paredes, el techo y las columnas, todavía hoy se conservan algunos detalles de ese periodo. Hay un capitel en el baldaquino de la escalera que desciende a la planta inferior. Representa al pelícano alimentando a sus polluelos con su propia sangre.

En este emplazamiento han tenido lugar algunos de los acontecimientos más grandes de la Iglesia: los regalos de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. Después de resucitado, el Señor se apareció allí a los discípulos en varias ocasiones. 

También se hallaban reunidos con la Virgen en el mismo sitio cuando recibieron al Espíritu Santo prometido. Ya en el siglo IV, san Cirilo de Jerusalén mencionaba la iglesia superior, donde se mantenía el recuerdo de la venida del Espíritu Santo. Al fondo de la gran estancia, por unas escaleras se sube a esa habitación de tamaño más reducido: es la que conocemos como «Sala del Espíritu Santo». Solo se puede acceder a esta sala la solemnidad de Pentecostés.

Actualmente el lugar Santo está a disposición de todos los cristianos. Se puede rezar y cantar, pero no celebrar la Eucaristía.


3. Getsemaní
El Señor acudió a este lugar con los discípulos antes de la Pasión. Vino a rezar para hacer la voluntad de su Padre Dios.

En la vertiente oriental del valle del Cedrón, al pie del monte de los olivos, existen todavía algunos cercados. Uno de ellos, comúnmente conocido como «el huerto de los olivos», tiene una extensión de unos mil doscientos metros cuadrados. A este lugar se le ha llamado Getsemaní. Este nombre proviene de la palabra hebrea gat shmanim, que significa «prensa de aceite». Los ocho olivos del huerto contiguo son muy antiguos. Resulta difícil establecer su edad ya que, durante siglos, estos árboles han ido renovando tanto sus troncos como sus raíces. Así, un olivo que da la impresión de ser joven, puede tener raíces muy antiguas. La edad de los árboles del huerto muchas veces ha suscitado debates. Numerosos peregrinos y guías turísticos los consideran como retoños de los viejos olivos de la época de Cristo.

Rezar aquí el Jueves Santo por la noche es impresionante. Te imaginas a Jesús solo de rodillas viendo lo que iba a sufrir en la Pasión y cargando sobre sí todos los pecados de los hombres.

El templo construido en este lugar consta de poca luz, y esto muestra muy bien aquella noche oscura. El Señor se tumbó en la roca, y sintiendo el peso de los pecados de todos los hombres sudó sangre.

4. Calvario
El Calvario no era un monte, sino una gran roca: media unos cinco o seis metros de alto, por otros seis de largo, y seis de ancho. La palabra «monte», para referirse al Calvario, comenzó a utilizarse en el siglo IV, a iniciativa del llamado «peregrino de Burdeos». Al escribir sobre su viaje a Tierra Santa, popularizó la expresión «monte calvario». Se trataba de una antigua cantera, en la que se hallaba esta roca inmensa. Era una zona que se encontraba fuera de los muros de la ciudad. Allí había restos de una antigua cantera de malaquita. Fue explotada desde el siglo IV hasta el siglo I a. C. 

En el momento de la muerte del Señor solo quedaban los muros de piedra, en semicírculo. Es habitual encontrarlos en las canteras. En ese lugar había un gran promontorio, y no era de tierra sino de piedra. Al lugar se le llamaba Gólgota, que proviene del arameo Gugultha, y que significa «cráneo». En Hebreo se llama Galgolet, y en Griego Dránion. Locus Calvariae en latín. En castellano se puede traducir como «calavera, cabeza, o calva». De ahí proviene el nombre «lugar de la calavera o Calvario». No parece que se llamara así porque hubieran encontrado calaveras de gente que había muerto allí. También era conocido como «lugar de la calavera», debido a que la forma de esa roca grande recordaba a una gran calavera.

Se podría decir que, para un cristiano, el Calvario es el lugar central de Tierra Santa. Al morir en la Cruz, el Señor nos ha rescatado, nos ha elevado a la condición de hijos adoptivos, y nos ha abierto las puertas del cielo.

Un chico me preguntó: ¿Qué ha pasado en este lugar? Le contesté: aquí un hombre que es Dios y que se llama Jesús ha muerto por ti para que puedas vivir para siempre en el cielo.

5. La Tumba
A diferencia de otras tumbas, esta se encuentra vacía. Jesucristo resucitó. Consta de dos estancias. La primera se llama «Capilla del ángel». El relicario de mármol en forma de columna, en el medio de la antesala, contiene un fragmento de la piedra del ángel: se la denomina así porque le vieron sentado encima la mañana de Pascua. «Y he aquí que se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor descendió del Cielo y, acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella» (Mt 28, 2). Es uno de los trozos que perduraron de la Tumba, después de su profanación en el año 1009. En la segunda estancia, sobre la losa del Sepulcro, arden día y noche cuarenta y cuatro lámparas de plata. La cubierta de mármol es del año 130. Pertenecía al antiguo templo de Adriano, y ahora cumple la función de proteger la piedra original de la Tumba. 

 Al entrar, primero se accede a la antesala. Allí se espera turno: en el recinto pequeño de la Tumba solo hay capacidad para tres personas. A veces se permite la entrada hasta cuatro visitantes a la vez: no cabe más gente de rodillas delante de la losa. Habitualmente, solo se permite rezar unos pocos segundos. Casi todo el mundo coincide en que es uno de los lugares que más impresión produce. 

También es posible —reservando con tiempo— celebrar y asistir a la Santa Misa dentro de la Tumba. Impacta mucho pensar, durante el Santo Sacrificio, que aquí fue depositado el cuerpo muerto del Señor, y aquí resucitó a los tres días con su cuerpo glorioso. Y de nuevo, cuando el sacerdote consagra la Eucaristía, aquí y ahora, se vuelve a hacer realmente presente en el altar preparado sobre la Tumba.

Mis mayores impresiones en Tierra Santa han sido celebrar la Misa dentro de la Tumba. En la Eucaristía Jesús vuelve a aparecer con vida en la Tumba. San Juan Pablo II hablaba en Ecclesia de Eucharistia de la inmensa gracia que era celebrar la Misa en la Tumba, era como volver a la hora de su Resurrección.

Extractos del libro: "Huellas de Jesús. El Evangelio desde Tierra Santa".

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