"El lugar de la tumba del Señor actualmente no se corresponde ni remotamente a cómo fue en el momento del enterramiento. De esa época sólo queda el banco sepulcral y algún otro resto. La ley de Moisés obligaba a alejar las sepulturas de los recintos poblados y a ello fueron fíeles los israelitas palestinos. Este lugar estaba al oeste del Calvario, en la ladera oriental de la colina rocosa del Gareb. Sería un lugar sin viviendas en suave plano inclinado ascendente, con pequeños huertos y jardines, seguramente separados por hiladas de piedras, y con sepulcros excavados en las rocas que sobresalían de la tierra, recién pintados de blanco con cal, como era costumbre antes de Pascua. José de Arimatea tenía allí un pequeño huerto, tal vez un jardín, en el que había mandado hacerse una sepultura para él solo. Estaba excavado en roca viva y su construcción debió costarle mucho tiempo y dinero. Antes de la entrada del monumento tenía un vestíbulo totalmente abierto al exterior, con una puerta amplia al interior del sepulcro que permitía el paso sin agacharse, según testimonio de san Cirilo, su finalidad sería probablemente, además de dar entrada al sepulcro, cerrar la boca de él tapándolo con grandes piedras una vez pasado el tiempo y así evitar profanaciones.
El sepulcro, en sí mismo, estaba formado por dos cavidades que se comunican entre sí por una pequeña abertura. La oquedad que comunica con el vestíbulo, llamada antecámara, no tenía función sepulcral, solo era un recinto auxiliar para preparar el cuerpo para la sepultura y para dar cobijo a los deudos. Es una oquedad de techo bajo pero lo suficientemente alta como para que una persona pueda estar de pie. Las paredes de la estancia están labradas bastamente, sin ángulos. Es más bien circular, con un diámetro de unos 6 codos judíos (3.30 metros). Esta dimensión ha sido obtenida por estimación, porque los autores no dan referencias de ella y me baso en que como en aquel tiempo la unidad de medida era el «codo judío» y a la cámara sepulcral su propietario le dio la proporción de 4 codos judíos (2.20 metros), he pensado que, quizás, a la antecámara le daría un poco más de espacio, 6 codos judíos de profundidad (3.30 metros), pues debería albergar la piedra de la unción y un espacio para los familiares. No la haría más grande, porque ésta es una excavación en la roca y le llevaría mayor costo y más tiempo. En la pared del fondo, frente a la entrada principal, se abría un hueco de solo 0.80 metros de alto por 0.70 de ancho para dar paso al sepulcro, por lo que hay que entrar de rodillas y encorvándose. Los lados superior e inferior estaban tallados en forma oval sin dejar ángulos. Así lo describe el peregrino ruso Daniel (1106-1109). El hueco se cerraba con una piedra grande tallada en forma de rueda muy pesada, con dimensiones de 1.30 metros de diámetro, 0.35 metros de grosor y un peso estimado en 980 kg. Para ocluir el monumento, se hacía rodar la piedra hacia la izquierda por una ranura tallada en el suelo en plano inclinado hacia bajo de unos 40 cm. de anchura por 20 cm. de profundidad. Para abrirlo se deslizaba hacia la derecha, contra el plano inclinado, por lo que la apertura se hacía mucho más difícil. Esta piedra redonda estuvo muchos años en la zona de la antecámara pero partida. Hoy día ha desaparecido. Solamente se conserva un pequeño trozo, como reliquia, encastrada en la piedra cuadrada que hay actualmente antes de la entrada del Sepulcro, llamada la «piedra del Ángel». Entramos en la cámara sepulcral. Es la parte más importante del monumento, ya que fue el lugar del enterramiento y de la resurrección. El lugar era muy reducido, de techo bajo, pero con una altura suficiente como para estar de pie; testimonio del obispo Aimón (840-853). Tendría una capacidad para nueve personas apretadas, según testimonia Arculfo. Las paredes también estaban labradas toscamente en forma circular, sin dejar ángulos, con un diámetro de cuatro codos (2.20 metros). Fue descrita por el obispo Arculfo en el siglo VII, y por el ruso Daniel en el siglo XII. En la pared orientada hacia el septentrión, al norte, está tallado el banco sepulcral y tiene forma de la misma roca. Está empotrado paralelamente en la pared y tendría un arco tallado también sobre la roca, según el obispo galo Arculfo. Sus dimensiones son: 1.80 metros le longitud y una anchura de 0.90, también según Arculfo. Su altura respecto del suelo sería de 0.60 metros, según san Beda el Venerable. Estas cifras son estimativas, ya que el sepulcro fue casi en su totalidad destruido, se basan en estos testimonios antiguos citados. Lo que hoy día se puede ver está modificado. Las paredes del nicho estarían más trabajadas y terminadas. No se sabe cómo es la superficie superior del banco sepulcral que se conserva, al estar tapado por planchas de mármol. Es posible que esté tallado en forma de sarcófago. Tan solo se conserva el banco sepulcral, que es original, emergiendo del suelo de su roca madre. El resto del monumento es una reconstrucción con dimensiones similares a las iniciales. La cámara es un habitáculo muy estrecho al que se accede actualmente por un hueco de 1.40 metros de altura, practicado en 1113, que está recubierto de mármol tallado. Hay que agacharse un poco para entrar.
Justo antes de esta entrada hay una piedra cuadrada, también de mármol tallado, llamada «piedra del Ángel», que está hueca y en su interior se halla parte de la piedra redonda que cerraba el Sepulcro. Se puede ver ésta a través de un cristal que hay por encima tapando y protegiendo dicha reliquia. Según se entra, en la pared del fondo hay una imagen de María. A su derecha y en la pared norte se encuentra el banco sepulcral donde estuvo depositado el cuerpo el Señor y desde donde resucitó. Es original, aunque está un poco modificado y recubierto por las planchas de mármol amarillento que lo protegen y unas velas encendidas por encima. El mármol que cubre el banco sepulcral tiene una muesca, de 4 centímetros de ancho que lo divide en dos, aunque en realidad es de una sola pieza. Las planchas datan de 1555 y se trata de una aportación económica de Felipe II. Los mármoles que lo protegen sólo se han levantado dos veces en su historia. Relatan los autores que cuando se hizo esto en 1808, salía un intenso olor a perfume. El resto del habitáculo está presidido por una imagen del Señor resucitado".
"La primera Semana Santa de la historia", de Carlos Llorente