sábado, 3 de septiembre de 2011

Peregrinación de la iglesia Montalegre II

"Dejando atrás aquel mar que recibe el nombre de muerto pues no vive ningún ser vegetal o animal en él, íbamos a tener una gran sorpresa: de repente nuestros ojos contemplaron la entrada a Jerusalem. En un punto estratégico, la visión de la ciudad, que tantas ganas teníamos de pisar, estaba a nuestros pies. Allí brindamos con un poquito de vino israelí y comimos un trocito de pan ácimo. Vimos allí el atardecer del día 20 de mayo. Por sorpresa nos vino a saludar el sacerdote Mn. Santiago Quemada que vive en Jerusalem desde hace bastantes años, y al que le entrevistamos unas semanas antes de ir a aquel país *. Estuvimos todos los peregrinos con él, en animada tertulia después de cenar; nos explicó cómo se desarrolla la labor del Opus Dei en Israel y nos situó en la realidad de las relaciones con el pueblo Palestino.
El quinto día de peregrinación, lo empezamos temprano para alcanzar el Huerto de los Olivos, Getsemaní, el lugar de la Ascensión del Señor, el Dominus Flevit, la Iglesia del Pater Noster, donde puedes leer en todos los idiomas del mundo la oración que nos enseñó Jesucristo cuando le pidieron sus discípulos “enséñanos a orar”. Todos estos lugares estaban muy concurridos de peregrinos y de turistas y de vendedores ambulantes, especialmente árabes musulmanes, que vendían todo tipo de objetos religiosos con el método que conocemos del regateo, cosa que fuimos perfeccionando a lo largo de todo el viaje. Llevábamos consigo el pasaporte pues a continuación nos desplazamos a Belén, población que está en la zona Palestina de Israel. En la frontera cambiamos por unas horas de autocar, de chofer y de guía. La Santa Misa la oímos en la gruta, a pocos metros del mismo lugar donde nació Jesús; después allí hicimos más de una hora de cola pero valió la pena tocar y estar tan cerca del primer lugar en el que estuvo Jesús en la tierra; estuvimos también en la iglesia de Santa Catalina y en el Campo de los Pastores. Y de vuelta a Jerusalem pues el domingo 22 de mayo iba a marcar un antes y un después, en nuestra vida cristiana.
Era ya el sexto día, estaba empezando a amanecer. Iniciamos el Via Crucis a les 5.30 h de la mañana, toda la subida al Calvario por aquellas callejuelas nos sobrecogía el corazón, cada peregrino leyó una a una las catorce estaciones del Via Crucis de San Josemaria, todas las tiendas estaban cerradas, apenas pasaba gente, algún vehículo, solo nosotros, nuestra fe, aquella comunidad cristiana iba rezando con devoción. Vimos el color rosado del cielo, cómo despuntaba el alba, en silencio, solo oíamos las voces de los lectores y rezadores, impresionante!. Llegamos al Calvario. El altar donde se celebró la misa también estaba a poquísimos metros del lugar que se venera como el punto donde estuvo clavada la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Los peregrinos nos mantuvimos de pie o de rodillas sobre aquellas alfombras tan pisadas, muy cerca del sacerdote, pues era un lugar de paso y de veneración. No podremos olvidar nunca cómo allí notamos la remisión de nuestros pecados".
Escrito por Isabel Hernández Esteban

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