sábado, 13 de julio de 2013

Stella Maris y la devoción al escapulario del Cármen

A lo largo de los siglos, la Orden del Carmen ha donado a la cristiandad innumerables tesoros espirituales: basta pensar en las vidas ejemplares y enseñanzas de santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz o santa Teresita de Lisieux, los tres nombrados Doctores de la Iglesia. Entre esas riquezas, destaca también la costumbre del escapulario, que san Josemaría vivió y difundió: “lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. —Pocas devociones —hay muchas y muy buenas devociones marianas— tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. —Además ¡es tan maternal ese privilegio sabatino!” (Camino, n. 500).

El escapulario asegura a quien lo porta con piedad dos prerrogativas: la ayuda para perseverar en el bien hasta el momento de la muerte y la liberación de las penas del purgatorio. El inicio de esta devoción se da en 1251, durante un momento de especial contradicción para la Orden, que daba sus primeros pasos en Europa. Según una redacción antigua del Catálogo de santos carmelitas, que está en la base del relato, un cierto san Simón —identificado más tarde con san Simón Stock, prior general inglés— acudía insistentemente a Nuestra Señora con la siguiente súplica:

Flos Carmeli / Flor del Carmelo; vitis florigera / vid florida; splendor coeli / esplendor del cielo; Virgo puerpera / Virgen fecunda; singularis / y singular; Mater mitis / oh Madre dulce; sed viri nescia / de varón no conocida; Carmelitis / a los Carmelitas; da privilegia / da privilegios; Stella Maris / Estrella del mar.

En respuesta a su oración, la Virgen se le apareció llevando en la mano el escapulario, y le dijo: este es un privilegio para ti y todos los tuyos: quien morirá llevándolo, se salvará. Una redacción más larga afirma: aquel que muera llevándolo, no sufrirá el fuego eterno... se salvará. El escapulario formaba entonces parte del hábito religioso, aunque en su origen había sido una prenda de trabajo que usaban los siervos y artesanos. Consistía en una tira de tela con una apertura para meter la cabeza, que se superponía a la túnica y colgaba sobre el pecho y la espalda.

La segunda prerrogativa, conocida como privilegio sabatino, procede de una tradición medieval. La Sede Apostólica estableció en 1613 a través de un decreto que el pueblo cristiano puede piadosamente creer en la ayuda de la Santísima Virgen a las almas de los frailes y cofrades de la Orden del Carmen que han fallecido en gracia, han vestido el escapulario, han observado la castidad según su estado, y han rezado el Oficio Parvo o —si no saben leer— han guardado los ayunos y abstinencias establecidos por la Iglesia; y que Nuestra Señora actuará con su protección especialmente el sábado, en el día dedicado por la Iglesia a la Madre de Dios. ´

Es decir, el privilegio sabatino se apoya en una verdad de la doctrina común cristiana: la solicitud maternal de Santa María para hacer que los hijos que expían sus culpas en el purgatorio alcancen lo antes posible por su intercesión la gloria del Cielo.

Al mismo tiempo que la Orden del Carmelo iba desarrollándose —especialmente en los siglos XVI y XVII, gracias a varias reformas—, también se extendieron sus cofradías. Atraían a muchos fieles que, sin abrazar la vida religiosa, participaban de la devoción a Nuestra Señora difundida por la espiritualidad carmelita. Lo manifestaban vistiendo el escapulario, que fue simplificando su forma hasta convertirse en dos cuadrados de tela unidos por cintas para echarlo al cuello.

La Sede Apostólica ha intervenido en numerosas ocasiones para fomentar esta costumbre, uniéndole la facultad de lucrar indulgencias y fijando algunas cuestiones prácticas: la ceremonia de imposición, que basta recibir una sola vez y puede realizar cualquier sacerdote; la bendición de un nuevo escapulario que reemplaza a otro ya gastado; o la posibilidad de sustituir el de tela por una medalla con las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen.

Hace algunos años, cuando se celebró el 750 aniversario de la entrega del escapulario —la aparición a san Simón—, el beato Juan Pablo II, que lo llevaba desde joven, resumió así su valor religioso: «son dos las verdades evocadas en el signo del escapulario: por una parte, la protección continua de la Virgen santísima, no sólo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del paso hacia la plenitud de la gloria eterna; y por otra, la certeza de que la devoción a ella no puede limitarse a oraciones y homenajes en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un "hábito", es decir, una orientación permanente de la conducta cristiana, impregnada de oración y de vida interior, mediante la práctica frecuente de los sacramentos y la práctica concreta de las obras de misericordia espirituales y corporales. De este modo, el escapulario se convierte en signo de "alianza" y de comunión recíproca entre María y los fieles, pues traduce de manera concreta la entrega que en la cruz Jesús hizo de su Madre a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a ella, constituida nuestra Madre espiritual» (Beato Juan Pablo II, Mensaje a la Orden del Carmen con motivo de la dedicación del año 2001 a María, 25-III-2001).

Estas ideas están contenidas en las palabras que pronuncia el celebrante en la bendición del escapulario: «[Dios], mira con bondad a estos servidores tuyos, que reciben con devoción este escapulario para alabanza de la santísima Trinidad en honor de santa María Virgen, y haz que sean imagen de Cristo, tu Hijo, y así, terminando felizmente su paso por esta vida, con la ayuda de la Virgen Madre de Dios, sean admitidos al gozo de tu mansión» (De benedictionibus, n. 1218).

Al hablar del trato con Dios, san Josemaría animaba con frecuencia a hacernos niños, a reconocer que necesitamos siempre la ayuda de la gracia. Y también nos enseñó a recorrer ese camino de la mano de Nuestra Señora:

“Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Así lo escribí hace ya muchos años, en el prólogo a unos comentarios al santo rosario, y desde entonces he vuelto a comprobar muchas veces la verdad de esas palabras. No voy a hacer aquí muchos razonamientos, con el fin de glosar esa idea: os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestras penas, pidiéndole que os ayude a conocer y a seguir a Jesús” (Es Cristo que pasa, n. 143).

sábado, 6 de julio de 2013

Stella Maris y la orden del Cármen

La historia del Carmelo está íntimamente ligada al profeta Elías, que vivió en el siglo IX antes de Cristo. Según tradiciones recogidas por los Santos Padres y por escritores antiguos, varios lugares conservaban el recuerdo de su presencia: una gruta en la ladera norte, sobre el cabo de Haifa, donde estableció su morada primero él y después Eliseo; cerca de allí, el sitio donde reunían a sus discípulos, llamado por los cristianos Escuela de los Profetas y en árabe también El Hader; en la misma zona, hacia el oeste, un manantial conocido como fuente de Elías, que él mismo habría hecho brotar de la roca; y en el sureste del macizo, la cima de El-Muhraqa y el torrente del Qison, donde se enfrentó a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal: por su oración Dios hizo bajar fuego del cielo y de este modo el pueblo abandonó la idolatría, según relata el primer libro de los Reyes (Cfr. 1 Re 18, 19-40).

En estos lugares venerados desde los albores del cristianismo, donde se habían construido iglesias y monasterios en memoria de Elías, nació la Orden del Carmen. Su origen se remonta a la segunda mitad del siglo XII, cuando san Bertoldo de Malafaida, un cruzado de origen francés, reunió en torno suyo a algunos ermitaños que vivían dispersos en El Hader, en la zona del monte Carmelo próxima a Haifa. Edificaron un santuario allí y, algo más tarde, hacia 1200, otro en la pendiente occidental, en Wadi es-Siah. San Brocardo, sucesor de Bertoldo como prior, en los primeros años del siglo XIII pidió al patriarca de Jerusalén una aprobación oficial y una norma que organizase su vida religiosa de soledad, ascesis y oración contemplativa: es la Regla del Carmen —también llamada Regla de nuestro Salvador—, en vigor hasta nuestros días. 

Por diversas circunstancias, el reconocimiento del Papa se retrasó hasta 1226. A partir de entonces, y a causa de la incertidumbre que pesaba sobre los cristianos en oriente, algunos carmelitas regresaron a sus patrias en Europa, donde constituyeron nuevos monasterios. Este éxodo se demostró providencial para la supervivencia y expansión de la Orden, pues en 1291 los ejércitos de Egipto conquistaron Acre y Haifa, quemaron los santuarios del monte Carmelo y asesinaron a sus monjes.

Relatar la historia de la Orden del Carmen sería prolijo. Por lo que respecta a Tierra Santa, bastará con decir que, salvo un paréntesis en el siglo XVII, no pudo restablecerse en el monte Carmelo hasta principios del XIX. Entre 1827 y 1836, se construyó en la punta norte, sobre una gruta que recordaba la presencia de Elías, el actual monasterio y santuario de Stella Maris: así como la nubecilla que atisbó el criado de Elías trajo la lluvia que fecundaría la tierra de Israel, después del episodio de los falsos profetas (Cfr. 1 Re 18, 44), así también de la Virgen María nació Cristo, por quien la gracia de Dios se derrama por toda la tierra. Los edificios, de tres alturas, forman un complejo rectangular de sesenta metros de largo por treinta y seis de ancho. 
Hacia el norte, la vista de la bahía de Haifa es magnífica, e incluso en días despejados puede distinguirse Acre siguiendo la línea del litoral. Se accede a la iglesia desde la fachada oeste: el espacio central es octogonal y está cubierto por una cúpula decorada con escenas de Elías y otros profetas, la Sagrada Familia, los Evangelistas y algunos santos carmelitas. Las pinturas se realizaron en 1928.

También es de entonces el revestimiento marmóreo del templo, terminado en 1931. El foco de atención se dirige al presbiterio: detrás del altar, en un camarín, encontramos una talla de la Virgen del Carmen; y debajo, la cueva donde según la tradición habitó Elías. Se trata de un ambiente de unos tres por cinco metros, separado de la nave por dos columnas de pórfido y unos escalones; al fondo, hay un altar y una imagen del profeta. 

Además de Stella Maris, la Orden del Carmen cuenta con otro santuario en la punta sur del monte Carmelo, en El-Muhraqa, conocido como el Sacrificio de Elías: recuerda el episodio de los profetas de Baal ya referido. Sin embargo, del antiguo monasterio fundado en Wadi es-Siah —actualmente Nahal Siakh— solo quedan ruinas.

sábado, 29 de junio de 2013

Stella Maris y la historia del Carmelo

Por la cercanía de la fiesta de la Virgen del Carmen del día 16 de julio, había pensado que estas entradas nos podrían ayudar a prepararnos. En la ciudad de Haifa tiene su origen esta fiesta que, como es lógico, se celebra mucho por los cristianos de Tierra Santa. En las siguientes entradas se hablará de la devoción a la Virgen del Carmen, y al escapulario del Carmen

 La historia del Carmelo está íntimamente ligada al profeta Elías, que vivió en el siglo IX antes de Cristo. Según tradiciones recogidas por los Santos Padres y por escritores antiguos, varios lugares conservaban el recuerdo de su presencia: una gruta en la ladera norte, sobre el cabo de Haifa, donde estableció su morada primero él y después Eliseo; cerca de allí, el sitio donde reunían a sus discípulos, llamado por los cristianos Escuela de los Profetas y en árabe también El Hader; en la misma zona, hacia el oeste, un manantial conocido como fuente de Elías, que él mismo habría hecho brotar de la roca; y en el sureste del macizo, la cima de El-Muhraqa y el torrente del Qison, donde se enfrentó a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal: por su oración Dios hizo bajar fuego del cielo y de este modo el pueblo abandonó la idolatría, según relata el primer libro de los Reyes (Cfr. 1 Re 18, 19-40).
En estos lugares venerados desde los albores del cristianismo, donde se habían construido iglesias y monasterios en memoria de Elías, nació la Orden del Carmen. Su origen se remonta a la segunda mitad del siglo XII, cuando san Bertoldo de Malafaida, un cruzado de origen francés, reunió en torno suyo a algunos ermitaños que vivían dispersos en El Hader, en la zona del monte Carmelo próxima a Haifa. Edificaron un santuario allí y, algo más tarde, hacia 1200, otro en la pendiente occidental, en Wadi es-Siah. San Brocardo, sucesor de Bertoldo como prior, en los primeros años del siglo XIII pidió al patriarca de Jerusalén una aprobación oficial y una norma que organizase su vida religiosa de soledad, ascesis y oración contemplativa: es la Regla del Carmen —también llamada Regla de nuestro Salvador—, en vigor hasta nuestros días. 

Por diversas circunstancias, el reconocimiento del Papa se retrasó hasta 1226. A partir de entonces, y a causa de la incertidumbre que pesaba sobre los cristianos en oriente, algunos carmelitas regresaron a sus patrias en Europa, donde constituyeron nuevos monasterios. Este éxodo se demostró providencial para la supervivencia y expansión de la Orden, pues en 1291 los ejércitos de Egipto conquistaron Acre y Haifa, quemaron los santuarios del monte Carmelo y asesinaron a sus monjes.
Relatar la historia de la Orden del Carmen sería prolijo. Por lo que respecta a Tierra Santa, bastará con decir que, salvo un paréntesis en el siglo XVII, no pudo restablecerse en el monte Carmelo hasta principios del XIX. Entre 1827 y 1836, se construyó en la punta norte, sobre una gruta que recordaba la presencia de Elías, el actual monasterio y santuario de Stella Maris: así como la nubecilla que atisbó el criado de Elías trajo la lluvia que fecundaría la tierra de Israel, después del episodio de los falsos profetas (Cfr. 1 Re 18, 44), así también de la Virgen María nació Cristo, por quien la gracia de Dios se derrama por toda la tierra. Los edificios, de tres alturas, forman un complejo rectangular de sesenta metros de largo por treinta y seis de ancho. 

Hacia el norte, la vista de la bahía de Haifa es magnífica, e incluso en días despejados puede distinguirse Acre siguiendo la línea del litoral. Se accede a la iglesia desde la fachada oeste: el espacio central es octogonal y está cubierto por una cúpula decorada con escenas de Elías y otros profetas, la Sagrada Familia, los Evangelistas y algunos santos carmelitas. Las pinturas se realizaron en 1928. 

También es de entonces el revestimiento marmóreo del templo, terminado en 1931. El foco de atención se dirige al presbiterio: detrás del altar, en un camarín, encontramos una talla de la Virgen del Carmen; y debajo, la cueva donde según la tradición habitó Elías. Se trata de un ambiente de unos tres por cinco metros, separado de la nave por dos columnas de pórfido y unos escalones; al fondo, hay un altar y una imagen del profeta. 

Además de Stella Maris, la Orden del Carmen cuenta con otro santuario en la punta sur del monte Carmelo, en El-Muhraqa, conocido como el Sacrificio de Elías: recuerda el episodio de los profetas de Baal ya referido. Sin embargo, del antiguo monasterio fundado en Wadi es-Siah —actualmente Nahal Siakh— solo quedan ruinas.

sábado, 22 de junio de 2013

Iglesia del lugar del Primado Petrino

“Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: -Apacienta mis corderos. Volvió a preguntarle por segunda vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: -Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió: -Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero. Le dijo Jesús: -Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-17).

Las investigaciones arqueológicas realizadas en 1969 han confirmado que bajo la iglesia del Primado se encuentran restos de dos santuarios más antiguos: del primero, datado a finales del siglo IV, quedan visibles algunos fragmentos de sus paredes con revoque blanco; el segundo, construido cien años más tarde en piedra basáltica, es reconocible en los muros perimetrales. Los dos tenían como centro una roca llamada por los peregrinos ‘Mensa Christi’, que sigue venerándose en la actualidad delante del altar como el sitio del almuerzo con los Apóstoles. Además, los escalones referidos por Egeria se pueden observar en el exterior, en el lado sur de la capilla, protegidos por una verja.

Comentando el diálogo entre Jesús y san Pedro que hemos considerado, san León Magno -romano pontífice entre los años 440 y 461- destacaba que la solicitud del Príncipe de los Apóstoles se extiende especialmente a sus sucesores: «en Pedro se robustece la fortaleza de todos, y de tal modo se ordena el auxilio de la gracia divina, que la firmeza que se confiere a Pedro por Cristo se da a los demás apóstoles por Pedro. Por eso, después de la resurrección, el Señor, para manifestar la triple confesión del eterno amor, después de haber dado al bienaventurado apóstol Pedro las llaves del reino, con demostración llena de misterio, dice tres veces: apacienta mis ovejas. Esto lo hace sin duda ahora, y el piadoso pastor manda que se realice el mandato del Señor, confirmándonos con exhortaciones y rogando sin cesar por nosotros, para que no seamos vencidos por ninguna tentación. Si realiza este cuidado de su piedad para con todo el pueblo de Dios, y en todo lugar, como se ha de creer, ¿cuánto más se dignará conceder su ayuda a nosotros, que inmediatamente fuimos instruidos por él, que estamos junto al sagrado lecho de su sueño, donde descansa la misma carne que presidió?» (San León Magno, Homilía en la fiesta de san Pedro Apóstol).


En el inicio de su pontificado, Benedicto XVI también se refirió a la misión de velar por la Iglesia que el Señor confió a Pedro y sus sucesores, y por tres veces pidió oraciones para ser fiel a su ministerio: «una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. "Apacienta mis ovejas", dice Cristo a Pedro, y también a mí, en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento. Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros» (Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005)





sábado, 15 de junio de 2013

Tabga, lugar del Primado de Pedro


Tabgha. Se trata de un paraje situado a tres kilómetros al oeste de Cafarnaún, que se extiende por unas pocas hectáreas desde la orilla del lago tierra adentro, hacia las colinas que lo rodean. El nombre parece una derivación árabe del original bizantino Heptapegon, que significa en griego “siete fuentes”: se debe a los manantiales que existían entonces, y que siguen activos todavía hoy. Según la tradición de los cristianos que habitaron aquella zona ininterrumpidamente desde los tiempos de Jesús, allí habría multiplicado los cinco panes y los dos peces para dar de comer a una multitud (Cfr. Mt 14, 13-21; Mc 6, 32-44; Lc 9, 12-17; Jn 6, 1-15); allí habría pronunciado el Discurso de la Montaña que comienza con las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5, 1-11; Lc 6, 17-26); y allí se habría aparecido a los Apóstoles después de resucitado, cuando propició la segunda pesca milagrosa y confirmó a san Pedro como primado de la Iglesia (Cfr. Jn 21, 1-23). Apenas unos cientos de metros separan los tres lugares donde se sitúan estos episodios de la vida del Señor.


Un texto atribuido a la peregrina Egeria, quien visitó Palestina en el siglo IV, nos ofrece un testimonio elocuente de la memoria cristiana sobre Tabgha: «no lejos de Cafarnaún se ven los peldaños de piedra sobre los cuales se sentó el Señor. Allí, junto al mar se encuentra un terreno cubierto de hierba abundante y muchas palmeras y, junto al mismo lugar, siete fuentes manando de cada una de ellas agua abundante. En este lugar el Señor sació una multitud con cinco panes y dos peces. La piedra sobre la cual Jesús depositó el pan ha sido convertida en un altar. Junto a las paredes de aquella iglesia pasa la vía pública, donde Mateo tenía su telonio. Sobre el monte vecino hay un lugar donde subió el Señor para pronunciar las Bienaventuranzas» (El texto aparece en el Liber de Locis Sanctis, escrito por el monje de Montecassino san Pedro Diácono en 1137).


Centraremos nuestra atención en el primer sitio enumerado por Egeria: «los peldaños de piedra sobre los cuales se sentó el Señor». Según esta tradición, se refieren al sitio desde el que Jesús habría indicado a los de la barca que echaran la red a su derecha, durante la aparición del Señor resucitado que narra san Juan al final de su evangelio: “Estaban juntos Simón Pedro y Tomás —el llamado Dídimo—, Natanael —que era de Caná de Galilea—, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: —Voy a pescar. Le contestaron: —Nosotros también vamos contigo. Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. Les dijo Jesús: —Muchachos, ¿tenéis algo de comer? —No —le contestaron. Él les dijo: —Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: —¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces. Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez encima y pan. Jesús les dijo: —Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y a pesar de ser tantos no se rompió la red. Jesús les dijo: —Venid a comer. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor. Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos”


El relato de Egeria no afirma que existiera una iglesia en la orilla donde se apareció Jesús, pero un texto tardío -de los siglos X-XI- atribuye a la emperatriz santa Elena la construcción de un santuario dedicado a los Apóstoles en el lugar donde el Señor comió con ellos. Algunos documentos a partir del siglo IX lo denominan indistintamente ‘Mensa, Tabula Domini’, de los Doce Tronos o de los Carbones, nombres todos que rememoran aquel almuerzo. Por un testimonio de la Edad Media, sabemos también que el templo estaba dedicado en particular al Príncipe de los Apóstoles: «al pie del monte está la iglesia de san Pedro, muy hermosa pero abandonada», afirma el peregrino Saewulfus en 1102 (Saewulfus, Relatio de peregrinatione ad Hierosolymam et Terram Sanctam). Tras diversas vicisitudes, fue definitivamente destruida en 1263. La actual, levantada por los franciscanos en 1933 sobre los cimientos de la antigua capilla, se llama iglesia del Primado para recordar el sitio donde Jesús confirmó a Pedro como pastor supremo de la Iglesia

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sábado, 8 de junio de 2013

Mar de Galilea, lugar del Primado de Pedro

Pocos lugares de Tierra Santa acercan con tanta inmediatez al Nuevo Testamento como el mar de Genesaret, en Galilea. En otros sitios, después de dos mil años de historia, la topografía se ha transformado radicalmente: se han edificado iglesias, santuarios y basílicas; algunas se han destruido, reconstruido de nuevo, ampliado o restaurado; muchas aldeas y pueblos se han convertido en populosas ciudades, mientras otras han desaparecido; se han trazado calzadas, carreteras, autopistas... En cambio, en el lago, aunque sus alrededores no son ajenos a estas variaciones, el paisaje se mantiene casi inalterado; su contemplación, que recrea la vista y relaja el espíritu, llena el alma de una sensación intraducible: el recuerdo de Jesús y el eco de sus palabras, que aún parecen resonar en estos parajes, hacen trascender el tiempo presente.

Con todo, en el pasado quizá no se respiraba tanta calma en la zona. Cuando Jesús recorrió estas tierras, no menos de diez poblaciones se bañaban en el lago o se reflejaban en sus aguas desde las colinas circundantes. Existía un próspero comercio de orilla a orilla, sostenido por innumerables embarcaciones. Ninguna de esas ciudades bulliciosas ha llegado hasta nosotros. Solo la moderna Tiberias rememora en algo a la Tiberia romana, la más joven de las antiguas, fundada a principios de nuestra era y situada entonces más al sur. De las poblaciones que Jesús conoció, podemos hacernos una idea únicamente a través de sus ruinas.

La riqueza de la comarca se debía en primer lugar a los recursos de pesca en el lago, que tiene veintiún kilómetros de largo de norte a sur, una anchura máxima de doce kilómetros, y una profundidad media de cuarenta y cinco metros. Su caudal procede principalmente del río Jordán y de algunos manantiales que nacen en sus orillas o bajo la superficie del agua. El pescado más abundante es el “tilapie”, también conocido como “pez de san Pedro”.

La agricultura constituía el otro medio principal de subsistencia. Por encontrarse a 210 metros bajo el nivel del mar Mediterráneo, la región goza de un clima templado en invierno y primavera, mientras sufre un calor agobiante muchos días de verano. Estas condiciones favorecen una vegetación de tipo subtropical. El historiador Flavio Josefo fue testigo de la fertilidad que se daba allí en el siglo primero: «esta tierra no rechaza ninguna planta, y los agricultores cultivan en ella de todo, pues la temperatura suave del aire es apropiada para diversas especies. Los nogales, que son, más bien, árboles de climas fríos, florecen aquí en abundancia. Y junto a ellos también germinan las palmeras, que crecen en zonas calurosas, y las higueras y los olivos, que requieren un aire más templado.

Podríamos hablar de un orgullo de la naturaleza, que se ha esforzado por unir en un solo lugar especies tan contrarias, y de una hermosa competencia de las estaciones, donde cada una de ellas parece aspirar a imponerse en esta tierra. Pues esta región no solo produce los frutos más diversos, en contra de lo que se esperaría, sino que también los conserva. Durante diez meses sin interrupción suministra los considerados reyes de todos los frutos, es decir, las uvas y los higos, mientras que el resto de los productos maduran a lo largo de todo el año. Además de la buena temperatura del aire, la zona está regada por una fuente muy caudalosa, que la gente de allí llama Cafarnaún. Algunos creían que esta era una rama del Nilo, pues en ella se cría un pez parecido al corvino del lago de Alejandría» (Flavio Josefo, La guerra de los judíos, III, 516-520).

Las huellas más importantes del paso del Señor por estas tierras se conservan en la parte noroeste del mar de Genesaret, alrededor de Cafarnaún. Al principio de su vida pública, después de haber abandonado Nazaret, Jesús convirtió en su segunda patria esa pequeña población de pescadores, donde algunos de los Doce o sus parientes disponían de casas. Son tantos los lugares que merecen nuestra atención en la comarca, que le dedicaremos varios artículos durante el año.

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sábado, 1 de junio de 2013

Expansión y crecimiento de Polis

Hoy hablaremos de la expansión y el crecimiento de Polis, el Instituto de Lenguas y Humanida­des de Jerusalén. En la semana de Pascua se ha realizado el traslado de sede, a la casa de la foto, a sólo 4 minutos de nuestro centro, en la misma calle. Actualmen­te trabajan allí 15 personas de forma regular.

Las clases del curso académico ordinario en Jerusalén, incluyen 3 niveles de griego, uno de hebreo bíblico, otro de hebreo moderno, cuatro grupos de árabe dialectal, dos de árabe standard y uno de español; en total hay más de 120 alumnos. En julio se repetirán los cursos intensivos de árabe y hebreo, pero se añadirá uno de siriaco clásico, que se da, como todos los demás, en la misma lengua que se aprende. Viene a darlo el especialista más conocido de esta lengua, Prof. George Kiraz, de New Jersey.

Los días 21 y 22 de febrero se tuvo un encuentro multi-disciplinar de expertos sobre el origen del alfabeto; se reunió un equipo internacional de investigadores para discutir cuándo y dónde se pasó de una escritura simbólica a las letras; una editorial de Cambrige se ofreció poco antes por propia iniciativa a publicar las actas, que han empezado a elaborarse. Y por fin, en septiembre 2013 comienza la docencia de rango universitario, con el Master bianual en Filología Antigua, que cuenta ya con unos pocos inscritos y con más de 30 personas que se han puesto en contacto mostrando interés.


También la proyección internacional va creciendo. El pasado mes de junio hubo un curso intensivo de griego y otro de latín en Florida. En julio le tocó a Roma, que tiene ya más solera: 3 niveles de latín, 2 de griego y 1 de hebreo bíblico, que sumaban 88 estudiantes de 17 países; como se enseña a hablar la lengua que se aprende, por los pasillos de la universidad se oían conversaciones en lenguas antiguas como si fueran actuales. En agosto hubo un curso de griego en Lima y se firmó un acuerdo con la Universidad de Piura, y allí mismo tuvo lugar en enero un curso intensivo de latín. Para el verano próximo, aparte de los cursos intensivos de Jerusalén, se repetirán los de Florida y Roma, que este año incluye también un curso de técnicas de enseñanza de lenguas, y en agosto habrá otras jornadas sobre métodos de aprendizaje de lenguas antiguas en Manila. Para el año siguiente está en estudio un curso de griego y otro de latín en Tokio.


Resulta difícil valorar el alcance de esta iniciativa a largo plazo. Pero ya desde ahora nos está poniendo en contacto con mucha gente que aprecia este trabajo. También hemos comprobado que no sólo es posible que trabajen juntos judíos, cristianos, musulmanes y drusos, sino que el ambiente de colaboración supera de modo natural prejuicios y barreras.