miércoles, 13 de mayo de 2015

Canonización de dos santas de Tierra Santa


El próximo 17 de mayo el papa Francisco canonizará en la plaza de San Pedro a dos religiosas palestinas, la madre María Alfonsina Danil Ghattas (1847-1927) de Jerusalén, fundadora de la Congregación de las hermanas del Rosario, y a la monja carmelita Mariam Bawardi (1846-1878) del pueblo de Ibilline, en Galilea, fundadora del Carmelo de Belén, que como religiosa tomó el nombre de sor Mariam de Jesús Crucificado.

Ellas son las primeras santas de Tierra Santa de lengua árabe.

Ambas religiosas vivieron en una época anterior a la división entre Palestina e Israel y no conocieron los conflictos que después surgieron. Por eso muchos las ven como signo de paz para Tierra Santa y para el Medio Oriente.

En la carta pastoral escrita para la ocasión por el Patriarca latino de Jerusalén, monseñor Fuad Twal, dijo que “la noticia de la canonización de estas dos religiosas desciende como un rocío celestial sobre nuestra tierra sedienta de amor y de justicia y diezmada por la violencia. Hemos esperado por largo tiempo el anuncio de esta doble canonización, que nos dona confianza y esperanza en Cristo. El Señor quiere confortar a nuestros países llenos de conflictos y guerras y nuestras poblaciones que sufren por las continuas injusticias".

Mística greco-católica, viajera y fundadora. Mariam Bawardi nació en una familia griego-católica y ya grande entró en la orden carmelita. Vivió en Francia y fundó monasterios en India y en Belén. Habría querido fundar también en Nazaret, pero murió a la edad de 35 años. Durante su vida, recibió la gracia de las estigmas. Mística, tuvo también muchas visiones en las cuales se entretenía con Jesús. Su proceso de canonización se inició en 1927. Fue beatificada por Juan Pablo II en 1983.

Madre espiritual de las mujeres árabes. La madre María Alfonsina entró a la edad de 15 años en la congregación de San José de la Aparición y luego fundó la orden del Santo Rosario, muy presente en Medio Oriente en el trabajo pastoral; la asistencia a los niños, ancianos y jóvenes, al servicio de los pobres, pero también activa en la lucha contra la pobreza moral. De ella se dice que haya vivido una fecunda maternidad espiritual, sobre todo hacia las mujeres árabes. Fue beatificada en el año 2009 por el Papa Benedicto XVI.

Dos nuevas santas para Tierra Santa: «También los musulmanes y los hebreos pueden celebrarlo»Los milagros que dieron el sí a la proclamación de la santidad de ellas sucedieron en tiempos muy recientes.

El de la madre María Alfonsina sucedió justo el día de su beatificación, un hombre de Kfar Kana (Caná de Galilea), el señor Emile Mounir Salim Elías, experto geómetra, estaba trabajando en Bayt Dajan, cerca de Holon (Jafa) y fue golpeado por una descarga eléctrica de 30-49 mil voltios. Por 2 días estuvo en coma, con el corazón que no daba señales de vida. Sus parientes se confiaron en María Alfonsina y el señor Elías se despertó vivo.

El de Mariam Bawardi, se refiere a la curación de un niño siciliano, Emanuel Lo Zito, que sufría de una insuficiencia cardíaca congénita. Después de una operación quirúrgica, que los médicos hasta consideraban inútil, el niño se curó en modo prodigioso. Sus padres lo confiaron a Mariam Bawardi, cuya santidad ellos conocieron durante un viaje a Tierra Santa.

Joshua Lapide/AsiaNews
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sábado, 9 de mayo de 2015

La religiosidad judía en tiempos de Jesús

Nunca debemos olvidar que Jesús era judío. La iglesia cristiana comenzó su vida en la actual Palestina y sus primeros miembros eran judíos convertidos al cristianismo. Por esta razón el elemento más importante en el trasfondo religioso del Nuevo Testamento es la religión judía misma. Por ello el objetivo del presente estudio es el de describir en lo posible la composición religiosa judía de aquel tiempo, con el fin de comprender mejor el entorno religioso en el que se desenvolvió Jesús.

El último de los profetas del Antiguo Testamento, Nehemías, vivió alrededor de 400 años antes de la aparición de Juan el Bautista. Desde aquel tiempo la religión judía no había permanecido estática, ya que la religión clásica del Antiguo Testamento había evolucionado hacia el judaísmo.

Y con la aparición del judaísmo se originaron también partidos, sectas y movimientos dentro de la religión judía, así como algunas instituciones importantes de dicha religión, las cuales se pretende identificar y describir seguidamente.

INSTITUCIONES IMPORTANTES DEL JUDAISMO

1.- El Templo

El primer Templo fue construido por el rey Salomón en el año 960 a.C. con el propósito de sustituir al Tabernáculo como único lugar de sacrificio del pueblo judío. Después fue saqueado por Sheshong I (945-924 a.C.), primer faraón de la dinastía XXII de Egipto, y después destruido por los babilonios en el año 587 a.C. durante el reinado del rey persa Darío I, y suntuosamente reconstruido por Herodes el Grande (73 a.C. al 4 a.C.) y sus sucesores en el año 22 a.C. Fue destruido definitivamente por las tropas romanas al mando de Tito en el año 70 d.C. durante el sitio de Jerusalén en el transcurso de la revuelta de los zelotes.

Fue ese imponente complejo de edificios el que despertó la admiración de los discípulos de Jesús, tal como nos cuenta el apóstol Marcos: “Maestro, mira qué piedras y que construcciones” (Marcos 13:1). Allí se siguió celebrando el antiguo ritual del sacrificio y del culto con su elaborado sistema sacerdotal, aunque todo se hacía bajo la mirada vigilante de la guarnición romana que ocupaba la fortaleza Antonia, la cual dominaba los atrios del Templo.

También en este sector, concretamente en el atrio de los gentiles, más allá del cual ningún gentil podía pasar ya que se colocaba automáticamente bajo pena de muerte, estaba el próspero mercado de animales para el sacrificio y los puestos de cambio de moneda para las ofrendas al Templo, lugar en el que se suscitó la ira de Jesús en contra de los mercaderes del Templo. También en esta parte del Templo, más concretamente en los pórticos techados, los hombres se reunían para escuchar a cualquier maestro que quisiera difundir sus prédicas.

Monografias.com2.- La Sinagoga

Había solamente un Templo, pero cada comunidad tenía su Sinagoga. En ellas no había sacrificio ritual, sino que era el centro local de adoración a Yahvé y de estudio de la Ley. Las reuniones de la comunidad se celebraban siempre el día sábado; los hombres de un lado y las mujeres del otro lado, para oír la lectura y exposición de los pasajes establecidos de la ley y de los Profetas, además de unirse en las oraciones litúrgicas prescritas.

Pero la Sinagoga era más que un lugar de culto; era la escuela local, el centro comunal y la sede del gobierno local. Sus Ancianos eran las autoridades civiles de la comunidad, los magistrados y custodios de la moral pública.

LA LEY Y LAS TRADICIONES

Israel siempre respetaba la Ley desde los tiempos de Moisés. Pero desde el siglo V a.C., en tiempos del sacerdote Esdras cuando el pueblo judío regresó de su exilio en Babilonia, los Profetas vieron que lo que había sucedido era resultado directo de la desobediencia de la nación judía a la Ley. Por ello se puso un mayor énfasis en el estudio de la Ley, hasta que los judíos se convirtieron en el pueblo de la Ley.

Este estudio intensivo tuvo como resultado un creciente cuerpo de tradiciones, que pasaron a ser tan obligatorias para el pueblo judío como la Ley misma. Se necesitó de Escribas, estudiantes profesionales y expositores de la Ley y de las tradiciones, para prescribir las reglas exactas para cada ocasión. Un ejemplo de ello eran los treinta y nueve tipos de acción prohibidos para todos los sábados: segar y trillar estaba prohibido, así como arrancar espinas y restregar el grano con las manos. También estaba la prohibición de caminar en un solo día más de novecientos metros aproximadamente. Pero lamentablemente, en su cuidado meticuloso por los detalles de la Tradición, los escribas olvidaban a veces el propósito fundamental de la Ley misma.

PARTIDOS, SECTAS Y MOVIMIENTOS DEL JUDAISMO

1.- Los Fariseos

El término fariseo proviene del hebreo perushim, y éste de parash, que significa separar. Los fariseos formaban una comunidad judía que existió hasta el segundo siglo d.C. y ellos mismos atribuían su origen al período de la cautividad en Babilonia (587 al 536 a.C.). Pero otros situaban su origen durante la dominación persa (560 a.C.), e incluso se consideraban sucesores de los hadishim, palabra que significa devotos. Se definieron como partido durante la revuelta de los Macabeos contra los invasores seléucidas (167 al 165 a.C.).

Los fariseos eran los puristas religiosos que se concentraron en el control de los asuntos relacionados a la religión judía, más que en sus temas políticos. Los fariseos lograron que sus interpretaciones religiosas fueran aceptadas por la gran mayoría de los judíos, por lo cual, tras la caída del Templo de Jerusalén, ellos tomaron el control del judaísmo oficial y, con ello, transformaron el culto.

El más alto representante del judaísmo era el Sumo Sacerdote, cargo que después de la destrucción del Templo se volvió innecesario, pasando entonces el culto religioso a la Sinagoga, que por ello se denominó desde entonces beit knéset o casa de reunión. De los antiguos fariseos surgió la línea rabínica ortodoxa de los Doctores de la Ley, que fue la que redactó el Talmud.

Su preocupación suprema era la fiel observancia de la Ley y de las tradiciones judías en cada detalle. Si los juzgamos por estas normas, podríamos considerarlos como judíos modelo. Por ello se mantenían lo más apartados posible de los demás ciudadanos: no podían comer con quien no fuera fariseo, puesto que el alimento que consumían podría no haber sido diezmado; es decir, pudiera no habérsele ofrecido la décima parte a Yahvé.

Quizás inevitablemente, esta política de separación les llevó a desdeñar a los demás mortales al considerarles como de categoría inferior a la de ellos, y además les condujo a asumir una actitud santurrona que ha hecho que el término fariseo se considere una palabra de reproche en la actualidad. Esta arrogancia, combinada con un seco legalismo que ponía que ponía la exacta observancia ritual por delante de la misericordia y del amor por los demás humanos, les hizo entrar en conflicto con Jesús, quien no puso en duda la ortodoxia de ellos sino el orgullo y el modo falto de amor con que la sustentaban. A causa de ello Jesús no dejó de catalogarlos como hipócritas delante del pueblo judío (Mateo 23:13-31) por cuanto sus acciones estaban muy lejos de sus palabras.

La influencia de los fariseos estaba fuera de toda proporción con su número, que raras veces era grande. Los fariseos fueron quienes establecieron las líneas para el desarrollo del judaísmo después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. Aseguraron un constante énfasis en la piedad individual y estrictas normas éticas, así como su bien conocido y rígido legalismo. Eran respetados, si no amados, por los demás judíos.

2.- Los Saduceos

Los saduceos eran el otro partido principal en tiempos de Jesús, a pesar de que en aquel entonces su influencia estaba en declive. Podría ubicarse su origen como partido político en el siglo II a.C. y su desaparición en el siglo II d.C. Caifás, el Sumo Sacerdote responsable del enjuiciamiento y de la sentencia a Jesucristo, era saduceo. Flavio Josefo, el historiador judío-romano del siglo I d.C., dijo de ellos que eran un grupo belicoso cuyos seguidores eran de clase rica y poderosa, y que se les consideraba groseros en sus interacciones sociales.

Etimológicamente el término saduceo proviene del hebreo tsedduquim, también conocidos como zadokitas. Son los descendientes del Sumo Sacerdote Sadoq, de la época de Salomón (1011 a.C. al 931 a.C.), cuyo nombre significa justicia o rectitud, por lo que la palabra saduceos puede interpretarse como justos o rectos.

El origen de los saduceos se remonta a la protesta de muchos sacerdotes cuando en el año 175 a.C. se interrumpió el ejercicio y la sucesión legal del Sumo Sacerdote en el Templo de Jerusalén. Entonces el cargo fue comprado al rey seléucida Antíoco V Epífanes (215 a.C. al 176 a.C.) y lo usurpó Jasón, hermano de Onías II y legítimo Sumo Sacerdote (2ª. Macabeos 4:7-20). La venta del puesto de Sumo Sacerdote recayó luego en Menelao, hermano del administrador del Templo, quien logró derrotar a Jasón (2ª. Macabeos 4:24-26). El comercio del más alto cargo religioso tuvo como colofón la sustitución de las costumbres judías por las griegas, la imposición del culto a los dioses helénicos, y la persecución de los judíos que seguían fieles a la Ley.

Los saduceos eran los miembros de la clase alta de la sociedad judía de aquella época, por lo que todos los conquistadores buscaron su apoyo para poder someter al pueblo. En otras palabras, los saduceos eran los colaboracionistas que se sometían al poder extranjero, adoptando sus modas y cultura, por lo cual eran odiados por el grupo más extremista, los zelotes. Esta sumisión al poder extranjero les permitía ostentar los cargos públicos más importantes. El Sumo Sacerdote era miembro de este grupo, así como la aristocracia y los principales terratenientes de aquel entonces.

En la época en que vivió Jesús los saduceos se encontraban muy reducidos en su poderío, ya que los romanos les habían quitado su poder político y gran parte del religioso, perdiendo con ello su influencia ante el pueblo en manos de los fariseos. Los dominadores romanos incluso se reservaron el poder de elegir a la persona que ocuparía el puesto de Sumo Sacerdote.

La postura religiosa de los saduceos era muy conservadora, hasta el punto de negarse a aceptar cualquier revelación aparte de los Cinco Libros de Moisés, desde el Génesis hasta el Deuteronomio. De este modo rechazaban las ideas religiosas más novedosas, tales como la creencia en la inmortalidad del alma, la resurrección, los ángeles y los demonios, ideas que eran promovidas por los fariseos (Marcos 12:18 y Hechos 23:8). Según el historiador Flavio Josefo, no aceptaban tampoco la predestinación y enfatizaban el libre albedrío humano para poder elegir entre el bien y el mal.

Asimismo los saduceos rechazaban la interpretación de los rabinos sobre la Torá, y se les presenta negando que nada de la Biblia hebrea era válido, sino solamente la Torá, la cual los saduceos la interpretaban literal y rigurosamente en materias que la misma cubre directamente, rechazando con ello las tradiciones rabínicas o las leyes orales que mitigaban los más duros castigos. Los saduceos insistían en la ejecución literal de la ley de la venganza aplicando aquello de ojo por ojo y diente por diente.

Además sostenían que Yahvé premiaba a los hombres buenos en vida, por lo que ellos, al ser ricos, se consideraban el pueblo bueno. Su filosofía era totalmente materialista, liberal y mucho más mundana que la de los demás grupos.

3.- Los Escribas

El término escriba procede del latín scriba y del hebreo so-fer, que se traduce como secretario, escribano o copista, y alude a una persona instruida. En efecto, en los días del sacerdote Esdras (538 a.C. al 432 a.C.) se empezó a reconocer a los escribas o soferim como un grupo diferenciado. Eran los copistas de las Escrituras hebreas, muy cuidadosos en su trabajo, y a quienes les aterraban los errores.

Pero con el transcurso del tiempo se hicieron extremadamente meticulosos, hasta el punto de que no solo contaban las palabras copiadas, sino incluso las letras, ya que la lengua hebrea sólo contaba con consonantes hasta varios siglos después de Cristo, y omitir una sola letra cambiaría con facilidad el sentido de una palabra. El simple hecho de escribir una palabra de memoria sin haberla pronunciado antes, se consideraba un pecado grave. Se dice que los escribas religiosos limpiaban con gran meticulosidad su pluma antes de escribir la palabra Elohim (Dios) o Adonai (Señor).

Sin embargo, a pesar de este cuidado extremo para evitar errores involuntarios, con el transcurso del tiempo los escribanos o soferim empezaron a tomarse libertades al introducir cambios en el texto, como fue el caso de 134 pasajes en el texto hebreo primitivo a fin de que se leyese Adho-nái en lugar de YHWH y en otros pasajes se utilizó como sustituto de la palabra Elo-him. Muchos de los cambios que hicieron los escribanos se debieron a un espíritu supersticioso en relación con el nombre de Dios, y también para evitar antropomorfismos; es decir, dar a Dios atributos humanos.

En un principio los sacerdotes eran a su vez escribas (Esdras 7:1-6). Sin embargo se dio mucha importancia a que todos los judíos tuvieran conocimiento de la Ley. Los que estudiaron y tuvieron buena formación consiguieron el respeto del pueblo y con el tiempo estos eruditas, muchos de los cuales no eran sacerdotes, formaron un grupo independiente. Por ello en tiempos de Jesús la palabra escribas designaba una clase de hombres a quienes se había instruido en la Ley, por lo cual se les mencionaba como Maestros de la Ley o versados en ella (Lucas 5:17 y 11:45).

Por lo general los escribas pertenecían a la secta religiosa de los fariseos, pues este grupo reconocía las interpretaciones o tradiciones de los escribas que, con el transcurso del tiempo, habían llegado a ser un laberinto desconcertante de reglas minuciosas y técnicas. La expresión escribas de los fariseos aparece varias veces en las Escrituras (Marcos 2:16, Lucas 5:;30, Hechos 23:9). Sin embargo algunos escribas pertenecían al grupo de los saduceos, los cuales creían sólo en la Ley escrita, mientras que los escribas fariseos defendían con celo tanto la Ley como las tradiciones orales que se habían ido acumulando.

La gente respetaba a los escribas llamándolos Rabí, que significa mi grande y mi excelso. Era un título de respeto que se usaba para dirigirse a los Maestros, el cual se le aplica a Cristo en varios versículos del Nuevo Testamento.

Jesús condenó a los escribas judíos, principalmente a los fariseos, porque habían hecho añadiduras a la Ley de Moisés y también habían ideado subterfugios para burlarla convirtiéndola en una carga para la gente al saturarla con sus añadiduras. Además, como clase, no le tenían ningún respeto a la gente ni deseos de ayudarla. Amaban los aplausos de los hombres y los títulos altisonantes. Su religión era sólo una fachada, un ritual que cubría su hipocresía. Jesús mostró lo difícil que sería para ellos el poder obtener el favor de Dios debido a su actitud y a sus prácticas, al decirles: “Serpientes, raza de víboras, ¿cómo vais a escapar de la condenación de la Gehena?” (Mateo 23:1-33).

Los escribas no solo eran responsables como rabinos de las aplicaciones teóricas de la Ley y de la enseñanza de ésta, sino que también poseían autoridad judicial para dictar sentencias en tribunales de justicia y en el Sanedrín (Mateo 26:57, Marcos 15:1). No recibían ningún pago por juzgar y la Ley prohibía los regalos o sobornos, por lo que es posible que fueran remunerados únicamente por enseñar la Ley. Esto puede interferirse de las palabras que dijo Jesús cuando advirtió a la gente sobre la avaricia de los escribas, comparándolos con el asalariado a quien no le importaban las ovejas (Marcos 12:38-40, Juan 10:12-13).

4.- Los Esenios

Los esenios eran los miembros de un movimiento judío establecido en el año 165 a.C. tras la revuelta de los Macabeos, y cuya existencia hasta el 68 d.C. está documentada por distintas fuentes. Sus antecedentes inmediatos podrían estar en el movimiento hasideo ocurrido en la época de la dominación seléucida (197 a.C. al 142 a.C.).

Durante mucho tiempo los esenios fueron únicamente conocidos por las referencias de autores antiguos, tales como Plinio el Viejo, Flavio Josefo, Filón, Dión Crisóstomo, Hipólito de Ostia y Epifanio de Constancia, quienes los describieron como un grupo de ascetas que vivían aislados en las cuevas de Qumrán bajo el mando de un líder al que denominaban Maestro de Justicia, aunque también una importante comunidad esenia vivía en Jerusalén, en cuyas murallas los arqueólogos han encontrado la Puerta de los esenios. Los integrantes de la comunidad esenia le dieron el nombre de Damasco al lugar que ocupaban en Qumrán, junto al Mar Muerto.

Si alguien deseaba se miembro activo de dicha comunidad esenia debía ser instruido como tal, aceptado y luego pasar dos años de prueba antes de su ingreso definitivo. A quienes lo lograban se les exigía una vida entera de estudio de la Ley, además de humildad y disciplina. Sus bienes pasaban a ser parte común de toda la comunidad, y los frutos de su trabajo personal basado principalmente en labores agrícolas, ingresaban en un fondo común y se distribuían según las necesidades de cada uno, auxiliando además a pobres, viudas, huérfanos y mujeres de edad avanzada, así como a personas que estaban de paso por el lugar, aunque no fuesen integrantes de la comunidad esenia.

Según parece, Juan Bautista perteneció a esta secta, y quizás el propio Jesús fue muy cercano a dicha comunidad en la época en que aún no había iniciado su ministerio. Algunos historiadores asocian también a Pablo de Tarso con alguna forma de relación con los esenios. En cualquier caso, en los rollos y manuscritos hallados en Qumrán hay múltiples puntos de contacto con el mensaje cristiano.

Nota: Si desea profundizar más en este tema de los esenios, puede consultar el trabajo que sobre los mismos se encuentra en el blog afabrag.obolog.com bajo el título de “Los esenios y los manuscritos de Qumrán” ingresado el 21 de diciembre del 2011.

5.- Los Zelotes

Mientras los fariseos y los saduceos trataban de acomodarse de la mejor forma posible al dominio romano, y los esenios de Qumrán esperaban la intervención divina para librarlos de dicha dominación, otros judíos buscaba la liberación en una forma más activa: los zelotes, un movimiento político-nacionalista en el Israel del siglo I d.C., fundado por Judas el Galileo junto con el fariseo Zadoq poco después del nacimiento de Jesús.

Los zelotes fueron la facción más violenta del judaísmo de su época, enfrentados a menudo con fariseos y saduceos a quienes acusaban de tener celo por el dinero. Debido a ello el vocablo zelote o zelota ha pasado a ser en varios idiomas sinónimo de intransigencia o de radicalismo militante.

Algunos historiadores los consideran como uno de los primeros grupos terroristas de la historia, ya que utilizaban el homicidio de civiles, quienes a su entender colaboraban con los invasores romanos, para disuadir a los demás de hacer lo mismo. Dentro del movimiento zelota había una facción radicalizada conocida como los sicarios, quienes se distinguían por su particular virulencia y sectarismo.

El objetivo de los zelotes era el de una Judea independiente del Imperio Romano mediante la lucha armada, tal como sucedió desde el año 66 d.C. hasta el 73 d.C., durante cuya época controlaron la ciudad de Jerusalén hasta que fue tomada nuevamente por las tropas romanas, quienes destruyeron el Templo en el año 70 d.C., invadieron posteriormente la colonia esenia de Qumrán, y después ocuparon la fortaleza de Masada, el último refugio zelote, tras el suicidio colectivo de sus defensores.

Judas el Galileo fue recordado por sus acciones en la época del primer censo en Judea y por el asalto a la guarnición romana de Séforis. También posiblemente el preso Barrabás era zelote, a quien la muchedumbre prefirió que liberaran en lugar de Jesús (Marcos 15:7, Lucas 23:18).

Uno de los discípulos de Jesús, elegido por Él mismo como apóstol, provenía del movimiento zelota pues es designado inequívocamente como Simón el Zelota en los Evangelios (Lucas 6:15). En realidad el apóstol Simón perteneció a la comunidad zelota antes de unirse al grupo de discípulos de Jesús.

Muchos estudiosos y exégetas bíblicos consideran que Jesús fue rechazado por la comunidad judía como una actitud de desengaño respecto a Él por haberse revelado como un líder espiritual, ya que Él prometía una liberación más allá de este mundo, en lugar de hacerlo como un líder que liberara a los judíos de la opresión romana, tal como pretendían los zelotes.

En efecto, la mayoría del pueblo judío esperaba una victoria sobre los romanos y con ello una independencia política, lo cual no era la misión de Jesús. Pero Él vino a un pueblo que realmente nunca esperaba la clase de liberación que les ofrecía Jesús, aunque esperaban la consolación de Israel (Lucas 2:25). Sin embargo, ninguno de ellos esperaba que esta liberación y consolación llegara por la vía de la cruz, y aún muchos nunca lo comprendieron.

A menudo los judíos de aquella época se han visto acusados injustamente de un rígido exclusivismo. En realidad y particularmente en la época de la Diáspora o Dispersión, reconocieron su misión ante los gentiles y hubo un sincero esfuerzo por ganar convertidos,

Aceptar la religión no era un asunto liviano para un gentil. Debía aceptar la circuncisión y el bautismo, y estar de acuerdo en guardar toda la Ley de Moisés en cuanto a las prescripciones rituales. Quienes lo aceptaban eran denominados prosélitos.

Muchos más fueron atraídos por la fe monoteísta y la estricta moralidad del judaísmo, que contrastaba con el politeísmo decadente de Roma. Estaban dispuestos a identificarse con la fe y los ideales de los judíos, pero no llegaban al compromiso total de los prosélitos. Estos simpatizantes, muchos de ellos ricos e influyentes, se conocen en el Nuevo Testamento como los que temían a Dios o los devotos (Hechos 13:26).

Agustín Fabra

sábado, 2 de mayo de 2015

Descubierta una casa al lado de la basílica de Nazaret

Un grupo de arqueólogos liderado por Ken Dark, un profesor de la Universidad de Reading (ubicada en el Reino Unido) ha descubierto una cueva en Nazaret que, según creen, podría ser la casa en la que Jesucristo pasó su infancia.

Así lo afirma, al menos, el susodicho investigador en un artículo publicado por la revista «Biblical Archaeology Review». La vivienda está fechada en el siglo I y, según afirman, podría ser el lugar en el que María y José criaron a su hijo.

El lugar fue descubierto en 1880 bajo una iglesia de la región. Sin embargo, fue en 2006 cuando los arqueólogos comenzaron a excavar los restos para descubrir –entre otras cosas- que la vivienda había sido edificada en mortero y piedra junto a una ladera.

A su vez, los expertos también han podido averiguar que, posteriormente, los gobernantes del Imperio Bizantino ordenaron construir una iglesia sobre este lugar para protegerlo. Todo ello, por considerar que era el hogar donde había crecido Jesucristo.

Por ello, Dark considera que existe la posibilidad de que esta vivienda sea la casa de Jesús, aunque también ha destacado en la revista su escepticismo a corroborarlo hasta que no se lleven a cabo las pruebas pertinentes. «No hay ninguna razón arqueológica para afirmar esto, aunque la identificación no debe descartarse», determinaba el experto en la publicación.

De lo que sí está seguro el profesor es de que muchas de las características de la vivienda están intactas (incluyendo puertas y ventanas) y de que posteriormente se utilizó como cementerio improvisado, cisterna de agua y, finalmente, templo.

«La estructura incluye una serie de habitaciones, uno de ellas tiene una altura considerable, otra de las habitaciones tenía una escalera ascendente junto a una de sus paredes», destaca el experto en su artículo. En palabras de Dark, la vivienda fue abandonada durante el siglo I. Posteriormente fue construida una iglesia encima y sus muros fueron venerados por los cruzados.

Además de la vivienda, el que se construyera un edificio encima de la cueva ha permitido recuperar todo tipo de objetos en un estado casi perfecto de conservación. Entre ellos destacan ollas de cocina o vasos de piedra caliza (muy usados por los judíos en aquella época).

sábado, 25 de abril de 2015

La iglesia ortodoxa reconoce como mártires a los 21 coptos de Egipto

El Patriarca de la Iglesia copta ortodoxa, Teodoro II (Tawadros), anunció que los nombres de los 21 cristianos egipcios decapitados en Libia por el Estado Islámico (ISIS), serán incluidos en el “Sinaxario”, el equivalente oriental del martirologio romano. 

“El martirio de estos 21 fieles se conmemorará el 8 de Amshir del calendario copto (el 15 de febrero del calendario gregoriano), que es también la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo”, señaló. 

El 15 de febrero, el Estado Islámico difundió un video titulado "Un mensaje firmado con sangre a la nación de la cruz", en el que mostró la ejecución de los 21 cristianos ortodoxos y donde amenaza con tomar Roma, a la que considera la capital “de los cruzados”. 

Días después del asesinato, el obispo copto católico de Guiza (Egipto), monseñor Anba Antonios Aziz Mina, afirmó que estas nuevas víctimas del ISIS murieron como mártires, que “en el momento de su bárbara ejecución, repetían: 'Señor Jesucristo'”. 

“El nombre de Jesús fue la última palabra surgida de los labios de los mártires. Al igual que en la pasión de los primeros mártires, se confiaron en las manos de Aquel que poco después los iba a recibir", añadió.

"Y así celebraron su victoria, la victoria que ningún asesino les podrá arrebatar. Ese nombre susurrado en el último momento es como el sello de su martirio”, señaló monseñor Azis.

sábado, 18 de abril de 2015

El Santo Sepulcro: Cristo vive

En Tierra Santa existen muchos lugares que conservan la huella del paso del Señor, y han sido venerados a lo largo de los siglos con toda justicia. Sin embargo, ninguno es comparable al Santo Sepulcro, el sitio preciso donde se produjo el acontecimiento central de nuestra fe: si Cristo no ha resucitado —advertía ya san Pablo a los fieles de Corinto—, inútil es nuestra predicación, inútil es también vuestra fe (1 Cor 15, 14).

Pero Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la Cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia (...). Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos (Es Cristo que pasa, 102).

Benedicto XVI repitió en numerosas ocasiones y de modos diversos que en el origen de la fe no hay una decisión ética o una gran idea, y que tampoco son solo saberes lo que los fieles debemos transmitir: «el cristiano, como sabemos, no comienza a creer al aceptar una doctrina, sino tras el encuentro con una Persona, con Cristo muerto y resucitado. Queridos amigos, en nuestra existencia diaria son muchas las ocasiones que tenemos para comunicar de modo sencillo y convencido nuestra fe a los demás; así, nuestro encuentro puede despertar en ellos la fe. Y es muy urgente que los hombres y las mujeres de nuestra época conozcan y se encuentren con Jesús y, también gracias a nuestro ejemplo, se dejen conquistar por él» (Benedicto XVI, Regina coeli, Lunes de Pascua, 9-IV-2007).

Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura.

Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña (...). Cada cristiano debe hacer presente a Cristo entre los hombres; debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi (cfr. 2 Cor 2, 15), el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro (Es Cristo que pasa, 105).

Pocos días después de empezar su pontificado, durante la Pascua, el papa Francisco se refirió a esa misión que corresponde a todo bautizado: «Cristo ha vencido el mal de modo pleno y definitivo, pero nos corresponde a nosotros, a los hombres de cada época, acoger esta victoria en nuestra vida y en las realidades concretas de la historia y de la sociedad. Por ello me parece importante poner de relieve lo que hoy pedimos a Dios en la liturgia: "Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron" (Oración Colecta del Lunes de la Octava de Pascua).

"Es verdad. Sí; el Bautismo que nos hace hijos de Dios, la Eucaristía que nos une a Cristo, tienen que llegar a ser vida, es decir, traducirse en actitudes, comportamientos, gestos, opciones. La gracia contenida en los Sacramentos pascuales es un potencial de renovación enorme para la existencia personal, para la vida de las familias, para las relaciones sociales. Pero todo esto pasa a través del corazón humano: si yo me dejo alcanzar por la gracia de Cristo resucitado, si le permito cambiarme en ese aspecto mío que no es bueno, que puede hacerme mal a mí y a los demás, permito que la victoria de Cristo se afirme en mi vida, que se ensanche su acción benéfica. ¡Este es el poder de la gracia! Sin la gracia no podemos hacer nada. ¡Sin la gracia no podemos hacer nada! Y con la gracia del Bautismo y de la Comunión eucarística puedo llegar a ser instrumento de la misericordia de Dios, de la bella misericordia de Dios" (Francisco, Regina coeli, Lunes de Pascua, 1-IV-2013).

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sábado, 11 de abril de 2015

El Santo Sepulcro vacío

Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y, muy de mañana, al día siguiente del sábado, llegaron al sepulcro cuando ya estaba saliendo el sol. Y se decían unas a otras: —¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Y al mirar vieron que la piedra había sido removida, a pesar de que era muy grande. Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron muy asustadas. Él les dice: —No os asustéis; buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo colocaron. Pero marchaos y decid a sus discípulos y a Pedro que él va delante de vosotros a Galilea: allí le veréis, como os dijo (Mc 16, 1-7).

Conocemos bien los relatos evangélicos de las apariciones del Señor resucitado: a María Magdalena, a los discípulos de Emaús, a los Once reunidos en el Cenáculo, a Pedro y otros Apóstoles en el mar de Galilea... Esos encuentros con Jesús, que les permitieron testimoniar el acontecimiento real de su Resurrección, estuvieron preparados por el hallazgo del sepulcro vacío. «Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección (...). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo" (Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro» (Catecismo de la Iglesia Católica, 640).

Para los primeros cristianos, la tumba vacía debió de constituir también un signo esencial. Podemos imaginar que se acercarían a ese lugar con veneración, lo contemplarían atónitos y gozosos... A esos fieles siguieron otros y otros, de forma que no se perdió la memoria del sitio ni siquiera cuando el emperador Adriano arrasó Jerusalén, en la primera mitad del siglo II. Esa tradición late con dramatismo en un relato de Eusebio de Cesarea, en el que describe las obras auspiciadas por Constantino en el año 325 y el descubrimiento de la tumba de Jesús: «cuando, removido un elemento tras otro, apareció el lugar al fondo de la tierra, entonces, contra toda esperanza, apareció el resto, es decir, el venerado y santísimo testimonio de la resurrección salvífica, y la gruta más santa de todas retomó la misma figura de la resurrección del Salvador. Efectivamente, después de haber estado sepultada en las tinieblas, volvía de nuevo a la luz, y a todos los que iban a verla les dejaba vislumbrar claramente la historia de las maravillas allí realizadas, atestiguando con obras más sonoras que cualquier voz la resurrección del Salvador» (Eusebio de Cesarea, De vita Constantini, 3, 28).

Los arquitectos de Constantino aislaron la zona de la tumba de Jesús y cortaron la peña donde había sido excavada, de forma que el sepulcro quedó separado en un cubo de piedra. Lo revistieron con un edículo y, tomándolo como centro, proyectaron alrededor un mausoleo de planta circular —la Anástasis—, cubierto por una gran cúpula con óculo. Aunque esta estructura se ha conservado hasta nuestros días, pocos elementos pueden remontarse a la obra original.

La capilla debe su aspecto a una restauración realizada en 1810 por los cristianos ortodoxos griegos, aunque el altar ubicado en el lado posterior, que pertenece a los coptos, data del siglo XII. Además, está apuntalada con travesaños de acero desde la primera mitad del siglo XX, a causa de los daños sufridos durante un terremoto. Sobre el techo plano del edículo, se levanta una pequeña cúpula de estilo moscovita, sostenida por pequeñas columnas; la fachada se presenta adornada con candeleros y lámparas de aceite; y en los laterales, numerosas inscripciones en griego invitan a todos los pueblos a alabar a Cristo resucitado.


El interior consta de una cámara y una recámara, comunicadas por una abertura baja y estrecha. La cámara mide tres metros y medio de largo por cuatro de ancho, y emula el vestíbulo del hipogeo original, que fue eliminado ya en tiempos de Constantino. Se llama Capilla del Ángel en recuerdo de la criatura celestial que, sentada sobre la gran piedra que cerraba el sepulcro, se apareció a las mujeres para anunciarles la resurrección. Una parte de esa roca se custodia en el centro de la sala, dentro de un pedestal; hasta la destrucción de la basílica en 1009 por orden de El-Hakim, se había conservado entera. La furia del sultán alcanzó también a la recámara, que corresponde exactamente a la tumba del Señor, aunque el deterioro fue pronto reparado. El nicho donde José de Arimatea y Nicodemo depusieron el cuerpo de Cristo se encuentra a la derecha, paralelo a la pared, cubierto por losas de mármol. Ahí, al tercer día resucitó de entre los muertos (Símbolo de los Apóstoles). Se comprende perfectamente la piedad con que los peregrinos entran en este reducido espacio, donde además es posible celebrar la Santa Misa en determinadas horas del día.

Fuera de la Rotonda, en el complejo que los cruzados construyeron sobre los restos del tripórtico y la basílica de cinco naves de Constantino, hay otras capillas. Las más importantes son las del Calvario, que ya se describieron en el artículo anterior; además cabe destacar: en el lado norte, propiedad de la Custodia de Tierra Santa, el altar de María Magdalena y la capilla del Santísimo Sacramento, que está dedicada a la aparición de Jesús resucitado a su Madre y conserva un fragmento de la columna de la Flagelación; en el centro de la iglesia, ocupando el antiguo coro de los canónigos y abierto solo hacia la Anástasis, el llamado Katholikon, un espacio amplio que depende de la Iglesia ortodoxa griega; detrás de este, en el deambulatorio, las capillas que recuerdan los improperios contra Jesús crucificado, la división de sus vestiduras y la lanzada del soldado Longinos; y en un nivel inferior, la de Santa Elena —que pertenece a la Iglesia armenia—, San Vartán —también de los cristianos armenios, donde hay un grafito de un peregrino del siglo II— y la Invención de la Santa Cruz.

Cada espacio tiene su memoria, pero sería prolijo detenerse en todos. Sin embargo, la cripta merece una explicación, pues la tradición sitúa allí un acontecimiento relevante: el hallazgo de la Cruz por santa Elena, la madre de Constantino, quien viajó a Jerusalén poco tiempo antes de morir, hacia el año 327. San Ambrosio lo relata con gran fuerza poética: «llegó Elena, comenzó a visitar los lugares santos y el Espíritu le inspiró que buscara el madero de la cruz. Se dirigió al Gólgota y dijo: he aquí el lugar de la contienda, ¿dónde está la victoria? Busco el estandarte de la salvación y no lo encuentro. ¿Yo estoy en el trono —dijo— y la Cruz del Señor en el polvo?, ¿yo en medio del oro y el triunfo de Cristo entre las ruinas? (...). Veo lo que has hecho, diablo, para que fuera sepultada la espada con la que has sido aniquilado. Pero Isaac descombró los pozos que habían obstruido los extranjeros y no permitió que el agua permaneciera escondida. Apártense pues los escombros, a fin de que aparezca la vida; sea esgrimida la espada con la que ha sido amputada la cabeza del auténtico Goliat (...). ¿Qué has logrado, diablo, con esconder el madero, sino ser vencido una vez más? Te venció María, que engendró al triunfador, que dio a luz sin menoscabo de su virginidad a quien, crucificado, te habría de vencer y, muerto, te sometería. También hoy serás vencido de modo que una mujer ponga al descubierto tus insidias. Ella, como santa, llevó en su seno al Señor; yo buscaré su cruz. Ella mostró que había nacido; yo, que ha resucitado» (San Ambrosio, De obitu Theodosii, 43-44). 

La narración continúa con el hallazgo de tres cruces escondidas en el fondo de una antigua cisterna, que corresponde a la actual capilla de la Invención. La Cruz de Cristo pudo ser reconocida gracias a los restos del titulus, el letrero ordenado por Pilato, que también fue encontrado; un fragmento se conserva en la basílica de la Santa Cruz en Roma. También se recuperaron algunos clavos: uno sirvió para forjar la Corona férrea de los emperadores que se custodia en Monza, un segundo se venera en el Duomo de Milán, y un tercero en la Urbe.

sábado, 4 de abril de 2015

Jerusalén: el Santo Sepulcro

La tumba del Señor está encerrada en una capilla en el centro del Anástasis. Foto: Israel Tourism (Flickr).Ya al atardecer, puesto que era la Parasceve —es decir, el día anterior al sábado—, vino José (Mc 15, 42-43), un hombre rico de Arimatea (Mt 27, 57), varón bueno y justo, miembro del Consejo, que no estaba de acuerdo con su decisión y sus acciones (Lc 23, 50-51). Era discípulo de Jesús, aunque a escondidas por temor a los judíos (Jn 19, 38). Con audacia llegó hasta Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si efectivamente había muerto. Informado por el centurión, entregó el cuerpo muerto a José (Mc 15, 43-45). Nicodemo, el que había ido antes a Jesús de noche, fue también llevando una mixtura de mirra y áloe, de unas cien libras —más de treinta kilos—. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos, con los aromas, como es costumbre dar sepultura entre los judíos. En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que todavía no había sido colocado nadie (Jn 19, 39-41). José lo había mandado excavar en la roca (Mt 27, 60). Como era la Parasceve de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús (Jn 19, 42). Hicieron rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se marcharon. Estaban allí María Magdalena y la otra María (Mt 27, 60-61), las mujeres que habían venido con él desde Galilea, que vieron el sepulcro y cómo fue colocado su cuerpo. Regresaron y prepararon aromas y ungüentos. El sábado descansaron según el precepto (Lc 23, 55-56).

Al entrar en la basílica del Santo Sepulcro, el peregrino se topa con un espacio reducido, cerrado por muros, que hace las veces de atrio. Ante la falta de perspectiva del conjunto arquitectónico, la vista se fija en lo que se conoce como la Piedra de la Unción, flanqueada por altos candeleros y decorada con una fila de lámparas votivas colgantes. Esta losa, levantada unos centímetros sobre el pavimento, a los pies del Calvario, ayuda a recordar los piadosos cuidados que José de Arimatea y Nicodemo dedicaron al cuerpo de Jesús tras desclavarlo de la Cruz.

Avanzando un poco hacia el oeste, hallamos un pequeño monumento: una plancha circular de mármol en el suelo, cubierta con un baldaquino. Según la tradición, desde ese punto siguieron las mujeres el descendimiento y la sepultura del Señor. Enfrente, atravesando un vano entre dos enormes columnas, se accede a la Rotonda o Anástasis, el mausoleo que Constantino hizo edificar como marco para la tumba de Jesús. Esta se encuentra en el centro, al nivel del pavimento de la basílica, encerrada en una capilla.

Las construcciones han transformado la zona e incluso parte del mismo sepulcro, pero gracias a los datos escriturísticos y arqueológicos podemos hacernos una idea de cómo era en el siglo I. El Gólgota formaba parte de una cantera abandonada. La tumba había sido excavada en una roca de esa pedrera y poseía una apertura baja en el lado este —la que se cerró rodando una gran piedra—, por la que posiblemente había que pasar arrodillándose. Tras un estrecho pasillo se entraba a un vestíbulo, que a su vez conducía a la cámara funeraria. Allí depositaron con premura el cuerpo del Señor, sobre un banco excavado a la derecha, en la pared norte, pues comenzaba a brillar el sábado (Lc 23, 54).

Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y, muy de mañana, al día siguiente del sábado, llegaron al sepulcro cuando ya estaba saliendo el sol. Y se decían unas a otras: —¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Y al mirar vieron que la piedra había sido removida, a pesar de que era muy grande. Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron muy asustadas. Él les dice: —No os asustéis; buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo colocaron. Pero marchaos y decid a sus discípulos y a Pedro que él va delante de vosotros a Galilea: allí le veréis, como os dijo (Mc 16, 1-7).

Conocemos bien los relatos evangélicos de las apariciones del Señor resucitado: a María Magdalena, a los discípulos de Emaús, a los Once reunidos en el Cenáculo, a Pedro y otros Apóstoles en el mar de Galilea... Esos encuentros con Jesús, que les permitieron testimoniar el acontecimiento real de su Resurrección, estuvieron preparados por el hallazgo del sepulcro vacío. «Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección (...). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo" (Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro» (Catecismo de la Iglesia Católica, 640).

Para los primeros cristianos, la tumba vacía debió de constituir también un signo esencial. Podemos imaginar que se acercarían a ese lugar con veneración, lo contemplarían atónitos y gozosos... A esos fieles siguieron otros y otros, de forma que no se perdió la memoria del sitio ni siquiera cuando el emperador Adriano arrasó Jerusalén, en la primera mitad del siglo II. Esa tradición late con dramatismo en un relato de Eusebio de Cesarea, en el que describe las obras auspiciadas por Constantino en el año 325 y el descubrimiento de la tumba de Jesús: «cuando, removido un elemento tras otro, apareció el lugar al fondo de la tierra, entonces, contra toda esperanza, apareció el resto, es decir, el venerado y santísimo testimonio de la resurrección salvífica, y la gruta más santa de todas retomó la misma figura de la resurrección del Salvador. Efectivamente, después de haber estado sepultada en las tinieblas, volvía de nuevo a la luz, y a todos los que iban a verla les dejaba vislumbrar claramente la historia de las maravillas allí realizadas, atestiguando con obras más sonoras que cualquier voz la resurrección del Salvador» (Eusebio de Cesarea, De vita Constantini, 3, 28).

Los arquitectos de Constantino aislaron la zona de la tumba de Jesús y cortaron la peña donde había sido excavada, de forma que el sepulcro quedó separado en un cubo de piedra. Lo revistieron con un edículo y, tomándolo como centro, proyectaron alrededor un mausoleo de planta circular —la Anástasis—, cubierto por una gran cúpula con óculo. Aunque esta estructura se ha conservado hasta nuestros días, pocos elementos pueden remontarse a la obra original.

La capilla debe su aspecto a una restauración realizada en 1810 por los cristianos ortodoxos griegos, aunque el altar ubicado en el lado posterior, que pertenece a los coptos, data del siglo XII. Además, está apuntalada con travesaños de acero desde la primera mitad del siglo XX, a causa de los daños sufridos durante un terremoto. Sobre el techo plano del edículo, se levanta una pequeña cúpula de estilo moscovita, sostenida por pequeñas columnas; la fachada se presenta adornada con candeleros y lámparas de aceite; y en los laterales, numerosas inscripciones en griego invitan a todos los pueblos a alabar a Cristo resucitado.

El interior consta de una cámara y una recámara, comunicadas por una abertura baja y estrecha. La cámara mide tres metros y medio de largo por cuatro de ancho, y emula el vestíbulo del hipogeo original, que fue eliminado ya en tiempos de Constantino. Se llama Capilla del Ángel en recuerdo de la criatura celestial que, sentada sobre la gran piedra que cerraba el sepulcro, se apareció a las mujeres para anunciarles la resurrección. Una parte de esa roca se custodia en el centro de la sala, dentro de un pedestal; hasta la destrucción de la basílica en 1009 por orden de El-Hakim, se había conservado entera. La furia del sultán alcanzó también a la recámara, que corresponde exactamente a la tumba del Señor, aunque el deterioro fue pronto reparado. El nicho donde José de Arimatea y Nicodemo depusieron el cuerpo de Cristo se encuentra a la derecha, paralelo a la pared, cubierto por losas de mármol. Ahí, al tercer día resucitó de entre los muertos (Símbolo de los Apóstoles). Se comprende perfectamente la piedad con que los peregrinos entran en este reducido espacio, donde además es posible celebrar la Santa Misa en determinadas horas del día.

Fuera de la Rotonda, en el complejo que los cruzados construyeron sobre los restos del tripórtico y la basílica de cinco naves de Constantino, hay otras capillas. Las más importantes son las del Calvario, que ya se describieron en el artículo anterior; además cabe destacar: en el lado norte, propiedad de la Custodia de Tierra Santa, el altar de María Magdalena y la capilla del Santísimo Sacramento, que está dedicada a la aparición de Jesús resucitado a su Madre y conserva un fragmento de la columna de la Flagelación; en el centro de la iglesia, ocupando el antiguo coro de los canónigos y abierto solo hacia la Anástasis, el llamado Katholikon, un espacio amplio que depende de la Iglesia ortodoxa griega; detrás de este, en el deambulatorio, las capillas que recuerdan los improperios contra Jesús crucificado, la división de sus vestiduras y la lanzada del soldado Longinos; y en un nivel inferior, la de Santa Elena —que pertenece a la Iglesia armenia—, San Vartán —también de los cristianos armenios, donde hay un grafito de un peregrino del siglo II— y la Invención de la Santa Cruz.

Cada espacio tiene su memoria, pero sería prolijo detenerse en todos. Sin embargo, la cripta merece una explicación, pues la tradición sitúa allí un acontecimiento relevante: el hallazgo de la Cruz por santa Elena, la madre de Constantino, quien viajó a Jerusalén poco tiempo antes de morir, hacia el año 327. San Ambrosio lo relata con gran fuerza poética: «llegó Elena, comenzó a visitar los lugares santos y el Espíritu le inspiró que buscara el madero de la cruz. Se dirigió al Gólgota y dijo: he aquí el lugar de la contienda, ¿dónde está la victoria? Busco el estandarte de la salvación y no lo encuentro. ¿Yo estoy en el trono —dijo— y la Cruz del Señor en el polvo?, ¿yo en medio del oro y el triunfo de Cristo entre las ruinas? (...). Veo lo que has hecho, diablo, para que fuera sepultada la espada con la que has sido aniquilado. Pero Isaac descombró los pozos que habían obstruido los extranjeros y no permitió que el agua permaneciera escondida. Apártense pues los escombros, a fin de que aparezca la vida; sea esgrimida la espada con la que ha sido amputada la cabeza del auténtico Goliat (...). ¿Qué has logrado, diablo, con esconder el madero, sino ser vencido una vez más? Te venció María, que engendró al triunfador, que dio a luz sin menoscabo de su virginidad a quien, crucificado, te habría de vencer y, muerto, te sometería. También hoy serás vencido de modo que una mujer ponga al descubierto tus insidias. Ella, como santa, llevó en su seno al Señor; yo buscaré su cruz. Ella mostró que había nacido; yo, que ha resucitado» (San Ambrosio, De obitu Theodosii, 43-44). 

La narración continúa con el hallazgo de tres cruces escondidas en el fondo de una antigua cisterna, que corresponde a la actual capilla de la Invención. La Cruz de Cristo pudo ser reconocida gracias a los restos del titulus, el letrero ordenado por Pilato, que también fue encontrado; un fragmento se conserva en la basílica de la Santa Cruz en Roma. También se recuperaron algunos clavos: uno sirvió para forjar la Corona férrea de los emperadores que se custodia en Monza, un segundo se venera en el Duomo de Milán, y un tercero en la Urbe.

En Tierra Santa existen muchos lugares que conservan la huella del paso del Señor, y han sido venerados a lo largo de los siglos con toda justicia. Sin embargo, ninguno es comparable al Santo Sepulcro, el sitio preciso donde se produjo el acontecimiento central de nuestra fe: si Cristo no ha resucitado —advertía ya san Pablo a los fieles de Corinto—, inútil es nuestra predicación, inútil es también vuestra fe (1 Cor 15, 14).

Pero Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la Cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia (...). Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos (Es Cristo que pasa, 102).

Benedicto XVI repitió en numerosas ocasiones y de modos diversos que en el origen de la fe no hay una decisión ética o una gran idea, y que tampoco son solo saberes lo que los fieles debemos transmitir: «el cristiano, como sabemos, no comienza a creer al aceptar una doctrina, sino tras el encuentro con una Persona, con Cristo muerto y resucitado. Queridos amigos, en nuestra existencia diaria son muchas las ocasiones que tenemos para comunicar de modo sencillo y convencido nuestra fe a los demás; así, nuestro encuentro puede despertar en ellos la fe. Y es muy urgente que los hombres y las mujeres de nuestra época conozcan y se encuentren con Jesús y, también gracias a nuestro ejemplo, se dejen conquistar por él» (Benedicto XVI, Regina coeli, Lunes de Pascua, 9-IV-2007).

Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura.

Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña (...). Cada cristiano debe hacer presente a Cristo entre los hombres; debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi (cfr. 2 Cor 2, 15), el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro (Es Cristo que pasa, 105).

Pocos días después de empezar su pontificado, durante la Pascua, el papa Francisco se refirió a esa misión que corresponde a todo bautizado: «Cristo ha vencido el mal de modo pleno y definitivo, pero nos corresponde a nosotros, a los hombres de cada época, acoger esta victoria en nuestra vida y en las realidades concretas de la historia y de la sociedad. Por ello me parece importante poner de relieve lo que hoy pedimos a Dios en la liturgia: "Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron" (Oración Colecta del Lunes de la Octava de Pascua).

"Es verdad. Sí; el Bautismo que nos hace hijos de Dios, la Eucaristía que nos une a Cristo, tienen que llegar a ser vida, es decir, traducirse en actitudes, comportamientos, gestos, opciones. La gracia contenida en los Sacramentos pascuales es un potencial de renovación enorme para la existencia personal, para la vida de las familias, para las relaciones sociales. Pero todo esto pasa a través del corazón humano: si yo me dejo alcanzar por la gracia de Cristo resucitado, si le permito cambiarme en ese aspecto mío que no es bueno, que puede hacerme mal a mí y a los demás, permito que la victoria de Cristo se afirme en mi vida, que se ensanche su acción benéfica. ¡Este es el poder de la gracia! Sin la gracia no podemos hacer nada. ¡Sin la gracia no podemos hacer nada! Y con la gracia del Bautismo y de la Comunión eucarística puedo llegar a ser instrumento de la misericordia de Dios, de la bella misericordia de Dios" (Francisco, Regina coeli, Lunes de Pascua, 1-IV-2013).

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