domingo, 17 de agosto de 2008

Diario de un peregrino. Llegada, día primero.

Estuvieron aquí unos amigos hace unas semanas. Solo pudieron venir 3 días y parte de 2 días. Nos organizamos para ver los lugares santos más importantes. No sólo los de Jerusalén, sino también Belén y el norte del país. Ciertamente fue intenso, pero disfrutamos muchísimo. Uno de ellos publicó en su diario las vivencias e impresiones de estos días. Le pedí permiso para publicarlo en el blog, pues pienso que ayudará a mucha gente a plantearse viajar a Tierra Santa..., aunque sólo dispongan de 3 días. Y, por supuesto, no sólo por la belleza de los lugares que aquí se pueden contemplar, sino sobre todo por la huella interior tan grande que deja, como muestra tan acertadamente este peregrino en sus líneas. Utiliza un lenguaje poético que ayuda a saborear las vivencias en estos lugares tan especiales. Hoy sólo publicaré la llegada y primeras impresiones de la primera tarde noche en Jerusalén. Se trata de la visita al lugar central de la ciudad Santa: el templo. Y lo que queda del templo: el muro de los lamentos, con toda la carga espiritual que tiene para tantas religiones.





Miércoles, 30 de Abril. Llegada y primer día en Jerusalén.

"Llegamos a Tel Aviv por la tarde, esperanzados de ver Jerusalén con las últimas luces del día.
Nada más hospedarnos decidimos visitar el Muro de las Lamentaciones. Entramos a la vieja ciudad por la Puerta de Herodes sin saber muy bien qué dirección tomar, así que pronto nos sentimos inmersos y perdidos en un laberinto de callejuelas que nos engulle hasta lo más profundo del barrio musulmán. La sensación es de que todas las miradas de los que por allí se sientan, deambulan entre inmundicias a las puertas de comercios cerrados, se agrupan ya entrada la noche para ver la televisión… todas esas miradas parecen seguirnos. Nos vemos obligados a pedir ayuda, y así vagamos en la dificultad de hacernos comprender, sorprendidos de pronto por la certeza de estar en la misma Vía Dolorosa, fascinados por lo verosímil, por el encuentro casual de un pasadizo que sin lugar a dudas nos conducirá hasta el Muro.
Llegados a la plaza, decenas de figuras la cruzan con aire espectral mientras se aproximan a la pared milenaria, se postran ante ella, balancean su cuerpo hasta golpear con la frente las enormes piedras colocadas por el rey Herodes, en ocasiones convulsionan sus miembros como marionetas fuera de si. Es difícil comprender tal estado de posesión, tal exaltación. Sus vestimentas, sus signos de identidad, su mirada atávica, crean el temor hacia lo irracional, la desconfianza que sucede a lo incomprensible. Puñados de papeles masillan las grietas de la pared dejando constancia de un deseo, una voluntad que clama justicia incontestable.
Desde el extremo del Muro reservado para hombres se accede al túnel de los Asmoneos, reliquia del pasado y expresión misma del fanatismo hebreo, donde los fieles se entregan sin pudor a su éxtasis espiritual, solitarios o en grupo alrededor de un rabino que cuchichea y balancea sus salmos. Un murmullo entrecortado parece desprenderse de los rincones aislados, los anaqueles repletos de libros de la Torá o de la misma pared milenaria que soporta lo que un día fue la explanada del Templo de Salomón.
La noche avanza y un día más acaba para esta antigua y devota ciudad".

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