El día 14 celebramos la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. Alrededor de esta fiesta -las tres próximas semanas- hablaré de la historia del lugar donde estuvo la Cruz del Señor, de la Basílica del Santo Sepulcro, que abarca tanto el lugar donde murió como el lugar donde resucitó. Durante los años siguientes a la muerte de Jesús los cristianos de la Iglesia madre de Jerusalén acudían a rezar a estos lugares. Pero enseguida comenzaron los problemas, pues en el año 70 Jerusalén fue sitiada y destruida por Tito. El Emperador Adriano sofocó otra revuelta más en el 135, y decidió demoler toda la ciudad de Jerusalén con el objeto de borrar los lugares que podrían ocasionar nuevos disturbios entre los judíos. Prohibió la presencia judía en la nueva ciudad y cambió su nombre por el de Aelia Capitolina. Una comunidad gentil-cristiana siguió viviendo en Jerusalén y aseguraron la continuidad, que luego fue clave para la identificación de los lugares sagrados. Adriano rellenó la cantera con inmundicias y escombros, niveló el terreno y construyó justo sobre el Calvario un templo a Venus diosa del amor. Escribe Eusebio de Cesarea (265-340): "Sucedió entonces que personas impías y ateas, pensaron retirar por completo de la vista de los hombres estos lugares. Suponían, dentro de su locura, que así podrían enterrar la verdad. Con ese fin trajeron una cantidad de desechos desde lejos y con mucho esfuerzo recubrieron totalmente el lugar; luego, habiendo llevado esto a una altura moderada, lo pavimentaron con piedras, escondiendo la cueva sagrada bajo el masivo montón. Después, como si su intento se hubiera llevado exitosamente a cabo, construyeron sobre esta base, un verdadero sepulcro de almas, mediante la construcción de un altar de ídolos sin vida para el espíritu impuro al cual llaman Venus". El Calvario y el Sepulcro permanecieron enterrados 180 años. Hasta que en 325, durante el primer concilio de Nicea, el obispo de Jerusalén, Macarios, pidió al Emperador Constantino que destruyera los templos paganos construidos encima de los lugares sagrados de la Ciudad. El Emperador, decretó la demolición de los templos paganos y ordenó profundizar hasta encontrar la roca del Calvario y el Sepulcro. Sigue escribiendo Eusebio de Cesarea: "Apenas la superficie original del piso, que estaba debajo de la tierra, apareció inmediata y contrariamente a todas las expectativas, el venerable y respetado monumento a la Resurrección de Nuestro Señor fue descubierto. Entonces realmente esta santísima cueva presentó una fiel similitud con Su regreso a la vida, en que después de haber yacido enterrado en la obscuridad, de nuevo emergió hacia la luz." La construcción de la Basílica Constantiniana significó un cambio completo en la topografía del lugar. Para ubicar este monumento los arquitectos aislaron la tumba del resto de la cantera en los flancos norte y oeste. Así, la tumba, que estaba en la fachada oeste de las murallas de la cantera, terminaba sosteniéndose libremente en el centro de un amplio espacio vacío.
Santa Elena fue a Jerusalén con los trabajadores que su hijo, el emperador Costantino, le proporcionó. Estuvo excavando en el sitio donde se hallaba el monte Calvario. Allí encontró la Cruz verdadera. Lo comprobó a través de una persona enferma que, al tocar el madero auténtico donde murió el Señor, quedó curada. En la imagen aparece la capilla de Santa Elena, que fue construida en los subterráneos de la Basílica constantiniana. En esta estrecha cavidad de la roca Santa Elena encontró también los clavos y el título de la condena (Jn 19,19-22).
Mas adelante, el peñasco del Gólgota fue recortado en los flancos norte y oeste para dar lugar a la nueva construcción. El 20 de mayo de 614, Jerusalén fue conquistada por los Persas. Según palabras recogidas por el Patriarca Eutichio en los Anales "Cosroe envió a su general Scharbaraz…, y quemó la iglesia del Calvario y del Sepulcro". Esto fue un tremendo golpe, casi todas las iglesias fueron arrasadas, todas las reliquias robadas y muchas personas muertas y enterradas en una cueva en Mamilla". Pero para el año 622 el emperador Heraclio ya había recobrado todo el territorio y forzado a los persas a devolver los trofeos de guerra entre los cuales estaba la reliquia de la Santa Cruz, que fue devuelta a la Iglesia del Santo Sepulcro el 20 de marzo del 630.
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