sábado, 5 de marzo de 2016

Guía una peregrinación al Santo Sepulcro

Los peregrinos a Tierra Santa se denominan peregrinos al santo Sepulcro. Esa iglesia es la meta última de la peregrinación. Por eso nada más llegar a Jerusalén y pasar por debajo de la puerta, nos dirigimos por las callejas de la ciudad vieja camino al Santo Sepulcro, cantando el Salmo: “Lauda Jerusalem, Dominum, lauda Deum tuum Sion”. Al llegar, sin preámbulos, sin explicaciones, dejo que los peregrinos queden impactados por el shock del Santo Sepulcro, su cacofonía, su mezcla de hábitos, peinados, sombreros, la confusión de la multitud de curiosos, devotos, extravagantes. 

Derechos vamos a la Anástasis, la rotonda alrededor del sepulcro, y entramos en silencio en la Tumba para besarla. “Venid a ver el lugar donde lo pusieron”. Más tarde otro día, más despacio volveremos para hacer la visita y para celebrar allí la Eucaristía, pero no quiero que los peregrinos duerman ni siquiera una noche en Jerusalén, sin haber visitado el Sepulcro.

La Iglesia del Santo Sepulcro, el lugar más santo de toda la Cristiandad, es actualmente una iglesia románica del tiempo de los cruzados (s. XII), construida sobre ruinas de la primera basílica, la de Santa Elena. En su interior se conservan el Calvario y el sepulcro de Jesús según una tradición con muy buenos fundamentos. Aunque hoy día la iglesia se encuentra dentro de la moderna muralla turca, sabemos que el lugar en la época de Jesús quedaba fuera de la segunda muralla romana, junto a una de sus puertas. Era entonces una antigua cantera abandonada que se había ido cubriendo de tierra y sedimentos dando lugar a un jardín. En el centro había quedado un espigón de roca rajada que era usada por los romanos para las ejecuciones, y en la pared norte de la roca había cuevas excavadas en la pared de la roca que eran utilizadas como tumbas. 

Una de las grandes sorpresas para muchos peregrinos es contemplar lo cerca que está el sepulcro del Calvario. Tan cerca, que caben los dos bajo un mismo techo. Y esa proximidad es causa de una cierta incertidumbre para el peregrino. Uno no sabe qué preferir: si permanecer en el Calvario o bajar al sepulcro. Por eso corretea de un lado para el otro sin saber dónde posarse. Muerte y resurrección están tan próximas... El dolor y la alegría están tan contiguos… Cuando uno está en el Calvario recuerda que allí a pocos pasos hay una tumba vacía. Y cuando se encuentra frente a la tumba ya vacía, recuerda que allí muy cerca están el sufrimiento y la cruz.

Juan Manuel Martín-Moreno, SJ.

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