Según los relatos, la estancia del peregrino en el Santo Sepulcro, hasta que ha sido liberalizada la entrada, se desarrollaba más o menos así. Los peregrinos, guiados por el Custodio, hacían el ingreso solemne en la Basílica. Besaban primero la Piedra de la Unción, se dirigían después hasta la Tumba de Cristo y allí eran recibidos oficialmente con palabras de bienvenida al lugar más sagrado para un cristiano, por parte del Custodio o su representante, quien ponía de manifiesto el significado profundo de la muerte y resurrección de Cristo para todos los hombres. Es lo que se hace hoy cuando hay "ingreso solemne" en el Santo Sepulcro.
Comenzaba después la procesión solemne, como se hace actualmente todas las tardes, con las mismas 14 estaciones, y se ha hecho durante siglos, aunque sólo estuvieran los frailes que moraban dentro del Santo Sepulcro, como sucede también hoy más de una vez. Terminada la procesión solemne, los peregrinos practicaban sus devociones recorriendo personalmente los lugares anteriores, pues quedaban encerrados toda la noche dentro de la Basílica; los guías franciscanos explicaban con más calma a los peregrinos todos los lugares-memoria de la Basílica para que pudieran revivir mejor este momento fundamental de sus vidas. Aprovechaban también para confesarse. A medianoche los sacerdotes peregrinos celebraban la Santa Misa, unos en el Calvario y otros en el Santo Sepulcro. Por la mañana, a la aurora, el Custodio de Tierra Santa celebraba la Misa en Tumba Vacía de Cristo. Todos los peregrinos comulgaban en esta Misa.
Era el momento del encuentro personal con Cristo crucificado, muerto y resucitado, el encuentro con el Calvario y el Sepulcro Vacío de Cristo, el encuentro con la Virgen Dolorosa, Madre de Jesús y Madre nuestra por decisión de su propio Hijo. Las gracias, las experiencias místicas, los sentimientos de cada peregrino están registrados sólo en sus almas y en sus corazones.
A partir del 1860, cuando el peregrino puede entrar, libremente y sin pagar, todas las veces que quiera, ha desaparecido un poco esa tensión que se veía en los peregrinos antiguos. Ha quedado sin embargo el deseo de estar a solas con el Señor en el Calvario o delante del Sepulcro Vacío de Cristo. Es lo que hacen tantos peregrinos que pasan una noche encerrados en la Basílica, adorando y meditando el misterio del amor de Dios: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16). Es un deseo al que los franciscanos atienden gustosos. El contacto directo con el Santo Sepulcro es más evidente en los fieles sencillos para quienes ver, tocar, rezar, besar el Sepulcro Vacío constituye el ápice de su peregrinación. Y a veces, nuestros sacristanes se las ven y se las desean para arrancarlos de la Tumba. La fe crece con la luz que da la certeza de que Cristo ha muerto "aquí" por nuestro amor y "aquí" ha resucitado para darnos una vida nueva.
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