El otro día estuve en Taybe, que antiguamente se llamaba Efraín, donde se piensa que estuvo el Señor días antes de la pasión. El sacerdote del lugar nos enseñó una casa tal y como estaba en la época del Señor. Una de los detalles que hoy quería referir es el del suelo. Las excavaciones arqueológicas muestran que los suelos de la época estaban hechos con piedras redondeadas e irregulares. Por eso en las junturas de las piedras se acumulaba la tierra. Así se entiende bien la parábola que contó el Señor sobre la moneda perdida en la casa.
-“Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 8-10).
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 8-10).
Resultaría muy difícil encontrar cualquier objeto pequeño que cayese al suelo, pues a veces sería fácil también que la misma tierra de las junturas lo enterrase.
El arqueólogo que dirigía la principal compañía de excavaciones en Cafarnaum, Virgilio Corbo, solía bromear con sus alumnos diciendo que la moneda que perdió la mujer, la encontré yo. Explicaba que al realizar las excavaciones y revisar con mucho cuidado lo que iba apareciendo entre las piedras y el polvo, encontraron -en los huecos del pavimento de varias casas- monedas y otros objetos pequeños, que sin duda habían extraviado sus dueños y que habían quedado ahí enterrados durante siglos.
Se entiende mejor la alegría que -según cuenta el Señor- tendría la mujer al encontrar la moneda. Y con esta imagen quiere expresar el gozo que habrá en el cielo por un pecador que se convierta.
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