Las medidas de seguridad que se organizaron en Israel para la venida del Papa merecen una atención especial. Con unas breves anécdotas creo que los lectores se harán cargo del nivel de seguridad que llegamos a tener. El día 11 llegó el Papa a Jerusalén. Por la tarde, tendría lugar el encuentro en el auditorio de Notre Dame con instituciones que trabajan en labores ecuménicas. Notre Dame es un enorme albergue para peregrinos, construido por los franceses en 1888, que está al lado de donde vivo. El encuentro estaba programado para la 18.00. Pensábamos salir a la calle para saludar al Papa, pues pasaría al lado de nuestra casa. El día antes leí en la prensa que no se podría saludar al Papa, pero no lo creí, pues pensé que nadie me podría impedir asomarme a la calle que da a mi casa. Unas cuatro horas antes estaba viendo al Papa por televisión cuando llamó a la puerta un policía de dos metros vestido de negro, y acompañado por varios soldados. Seguramente sería agente del Shavak: centro de los servicios de inteligencia israelíes. Este es el cuerpo que se encarga de la seguridad nacional. ----"Buenos días, dijo, no les importaría que entráramos en su casa. Es por motivos de seguridad". Sacó a relucir un brillante pin en la solapa y una tarjeta con su foto colgando del cuello. Entró la comitiva militarizada y tres soldados se apostaron en las escaleras exteriores del edificio mientras el jefe iba entrando en todas las habitaciones que dan a Notre Dame. Mientras pasaba de una habitación a otra iba haciendo preguntas:
-"Qué es esto, quién vive aquí, allí, cuándo van a volver...
Otros soldados se apostaron en la terraza de la casa. Efectivamente nos confirmaron que no podríamos salir del edificio en ese momento. Cuando estaba ya a punto de pasar el Papa, uno de nosotros le preguntó al militar que estaba en la terraza si podía simplemente asomarse a la terraza que da a la calle para ver cómo pasaba el coche. El militar al principio contestó afirmativamente. Pero el que lo preguntaba insistió:
-"¿Y los guardias que están rodeando el edificio no me pegarán un tiro desde abajo si me asomo?" El militar contestó pensándolo mejor:
-"Es verdad, mejor no te asomes".
No se podía acceder a ninguna de las calles por la que iba a pasar el Papa: un policía cada 5 metros, un dirigible sobrevolando la zona con una cámara, francotiradores en las azoteas...
En la Misa con el Papa en Jerusalén, en el torrente Cedrón, había más policías que personas. Delante de los sacerdotes que concelebrábamos había una larga fila de policías mirándonos. Le pedimos al jefe que los apartara para poder concelebrar con cierta tranquilidad. Desde donde estábamos se divisaba el imponente muro del templo con sus almenas. Antes de la Misa, un sacerdote que estaba junto a mí, me hizo notar los militares que estaban apostados entre las almenas.
Antes de la Misa pude ver al Papa en el Patriarcado. En un momento dado decidí subir de la iglesia –donde tenía mi sitio reservado- al coro. Lo hice con cierto miedo de ser visto, pues la entrada estaba vigilada. A través de mis amigos seminaristas conseguí finalmente estar con ellos de pie en el coro antes de que llegara el Papa. Mientras me encontraba allí ya tranquilo, observé cómo se acercaban dos policías israelíes, una chica y un chico. Comprobé con horror cómo se acercaban a mí, y casi perdí el aliento. Pensé que se había acabado mi estancia en ese lugar privilegiado. Mi asombro fue grande cuando escuché su pregunta:
-"¿Nos podría decir qué hay que hacer para ser Cardenal?
Me quedé atónito. Siguieron haciéndome cantidad de preguntas, interesándose mucho por la Iglesia católica y por su jerarquía. Me agradecieron mucho las contestaciones que les dí, y luego -a la salida, cuando ya se había ido el Papa- uno de ellos volvió para darme de nuevo las gracias.
Antes de la Misa pude ver al Papa en el Patriarcado. En un momento dado decidí subir de la iglesia –donde tenía mi sitio reservado- al coro. Lo hice con cierto miedo de ser visto, pues la entrada estaba vigilada. A través de mis amigos seminaristas conseguí finalmente estar con ellos de pie en el coro antes de que llegara el Papa. Mientras me encontraba allí ya tranquilo, observé cómo se acercaban dos policías israelíes, una chica y un chico. Comprobé con horror cómo se acercaban a mí, y casi perdí el aliento. Pensé que se había acabado mi estancia en ese lugar privilegiado. Mi asombro fue grande cuando escuché su pregunta:
-"¿Nos podría decir qué hay que hacer para ser Cardenal?
Me quedé atónito. Siguieron haciéndome cantidad de preguntas, interesándose mucho por la Iglesia católica y por su jerarquía. Me agradecieron mucho las contestaciones que les dí, y luego -a la salida, cuando ya se había ido el Papa- uno de ellos volvió para darme de nuevo las gracias.
Se nota la sed de Dios que tiene la gente.
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