Para empezar el guía nos condujo a través de unas habitaciones dentro del edificio que situaban Tierra Santa en el mundo, y Nazaret dentro de Tierra Santa. Mostraban las fotografías ampliadas lo pequeña que era esa población –aldea de pocas casas en aquel entonces-, y nos hacía considerar la maravilla de que Dios eligiera ese lugar tan apartado para encarnarse y, después, para vivir la mayor parte de sus días en la tierra trabajando como artesano. También nos explicó con mapas la situación de la región. Nazaret era un sitio importante para el comercio, pues se trataba de un lugar de paso, para ir del norte al sur de Asia menor.
Nos enseñó una habitación donde se mostraba en una gran reproducción cómo eran los pozos de aquel entonces, con las distintas capas freáticas. De ahí se pasaba a otra sala que constaba de una puerta muy grande y -dentro de ella- otra pequeña, que es la que se solía abrir en tiempo de guerra. Desde ahí accedimos a una sala grande donde nos mostraron en primer lugar una escultura de un soldado romano, con su armadura, y su espada. El guía desenvainó la espada y nos hizo ver que tenía dos filos. Por eso Jesús en el Evangelio utiliza expresiones como: “La palabra es penetrante, más afilada que espada de dos filos”. En la misma sala, detrás de un cristal había una cruz: dos maderas cruzadas, de tamaño relativamente pequeño. Nos dijo que la gente tenía idea de que a los malhechores se les crucificaba en cruces grandes y altas, pero que en realidad no era así. Nos explicó que en verdad las cruces eran bajas y pequeñas. El ajusticiado estaba atado y encogido pues casi no cabía. Tenían un pequeño asiento que –según afirmaba- solo servía para prolongar el sufrimiento de los condenados.
Después nos mostraron otra habitación donde se veía cómo sería la habitación de trabajo de un artesano. Así podría haber sido la de San José en Nazaret. Se podía observar el taller, con los instrumentos propios de un carpintero. También al lado -supuestamente en la misma casa- había una habitación con una banqueta para rezar y un rollo de la Torá enrollado.
Nos enseñó una habitación donde se mostraba en una gran reproducción cómo eran los pozos de aquel entonces, con las distintas capas freáticas. De ahí se pasaba a otra sala que constaba de una puerta muy grande y -dentro de ella- otra pequeña, que es la que se solía abrir en tiempo de guerra. Desde ahí accedimos a una sala grande donde nos mostraron en primer lugar una escultura de un soldado romano, con su armadura, y su espada. El guía desenvainó la espada y nos hizo ver que tenía dos filos. Por eso Jesús en el Evangelio utiliza expresiones como: “La palabra es penetrante, más afilada que espada de dos filos”. En la misma sala, detrás de un cristal había una cruz: dos maderas cruzadas, de tamaño relativamente pequeño. Nos dijo que la gente tenía idea de que a los malhechores se les crucificaba en cruces grandes y altas, pero que en realidad no era así. Nos explicó que en verdad las cruces eran bajas y pequeñas. El ajusticiado estaba atado y encogido pues casi no cabía. Tenían un pequeño asiento que –según afirmaba- solo servía para prolongar el sufrimiento de los condenados.
Después nos mostraron otra habitación donde se veía cómo sería la habitación de trabajo de un artesano. Así podría haber sido la de San José en Nazaret. Se podía observar el taller, con los instrumentos propios de un carpintero. También al lado -supuestamente en la misma casa- había una habitación con una banqueta para rezar y un rollo de la Torá enrollado.
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