Ocurrió aproximadamente hace diez años. Un diplomático que llevaba poco tiempo en Jerusalén, sentado en la sala de estar de una familia árabe comentó que tenía datos para prever una rápida solución al conflicto Palestino-Israelí. La señora más anciana de la casa se echó a reír sin conseguir controlarse, mostrando una mezcla de escepticismo y resignación, eso sí, con una buena dosis de sentido del humor. Hasta hoy, el tiempo le ha dado la razón.
Y es que la incomprensión entre las distintas partes enfrentadas, hace recordar el episodio de la torre de Babel, cuando los hombres dejaron de entender la lengua de su compañero y dejaron de construir su ciudad, símbolo del orgullo con el que querían escalar el cielo. Como en aquella catástrofe bíblica, también hoy reina la confusión en el Medio Oriente y nadie se explica cómo después de tanto tiempo, árabes y judíos siguen sin entenderse. Uno tiene la sensación de que un lado y otro mantienen líneas paralelas que se tocan… en el infinito. Llegará la paz, sí -no perdamos la esperanza-, pero ¿cuándo?, ¿de dónde puede venir un cambio?
No basta un diálogo vacío de contenido, en el que sólo participan los que ya están convencidos de que hace falta el diálogo. Para llegar a la comprensión entre personas de las distintas comunidades presentes es necesario vencer viejos prejuicios que impiden apreciar las cualidades de los demás y contribuir así a que no vean en el otro a un extraño.
¿Cómo contribuir a este cambio social? En el Instituto Polis de Jerusalén están convencidos de que nada es tan eficaz como compartir objetivos, afrontar proyectos comunes y trabajarlos juntos. Es verdad que Polis no nació para fomentar la paz, sino para desarrollar el estudio serio de las lenguas que están en la base de la cultura occidental y su relación con el Medio Oriente. Pero en la práctica trabajan juntos judíos, musulmanes, cristianos y drusos sin dar importancia a las diferencias. Gentes tan diversas tienen en común el deseo de paz, de honestidad, de solidaridad, un amor al trabajo bien hecho, una apertura a la trascendencia, etc., valores que llamamos cristianos porque el cristianismo los ha descubierto en la naturaleza humana y los ha formulado explícitamente. El clima resultante de comprensión y amistad que se ha formado en los menos de dos años de existencia del Instituto es prueba de que hay espacio para la esperanza.
José Enrique de Castro Manglano
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