Una mujer que vive en Tierra Santa, y que asistió a la Santa Misa que el Papa celebró en Getsemaní, cuenta su acción de gracias al recibir la Sagrada Comunión en ese sitio tan especial.
"Jesús mío: ayer te vi. Te hiciste presente en el Torrente Cedrón en las manos de Pedro. 2000 mil años nada más nos separaban en el tiempo real. Tu Bendito Cuerpo, tu Sacratísima Sangre, todo Tú, en Cuerpo, Alma y Divinidad. Tú, Dios y Hombre verdadero. El único verdadero. Yo te vi ayer allí. Levantado en manos de tu Pastor-Vicario, ya anciano, Benedicto el Humilde. Te vi venir hacia mí, con amor, con deseo de poseer mi corazón, mi todo. Venías cantando de alegría por el encuentro presentido, en manos de un sacerdote pakistaní y bajo la sombra del paraguas blanco sostenido por un scout palestino. Yo te miraba venir hacia mí, creyendo en Ti. Sintiendo, sin saberlo todavía, todo esto que hoy sí soy capaz de decirte. Me arrodillé en la tierra oscura, gruesa, que se clavó en mis rodillas, porque Tú estabas en mi corazón, Tú y yo solos. No podía decirte todo esto que te digo hoy, pero Tú ya lo oías. Juntos, en ese entorno donde todo comenzó, una mañana de domingo, con una tumba vacía. Sólo fui capaz de decirte desde el fondo de mi corazón, arrodillada bajo la Puerta Hermosa, hoy tapiada en espera de tu vuelta: Señor, soy el tullido, otra vez a la entrada de esta Puerta del Templo, cúrame como hiciste hace dos milenios, a través de Pedro. Y dame, con la salud del alma, la fortaleza para ser testigo en la alegría. Amén".
"Jesús mío: ayer te vi. Te hiciste presente en el Torrente Cedrón en las manos de Pedro. 2000 mil años nada más nos separaban en el tiempo real. Tu Bendito Cuerpo, tu Sacratísima Sangre, todo Tú, en Cuerpo, Alma y Divinidad. Tú, Dios y Hombre verdadero. El único verdadero. Yo te vi ayer allí. Levantado en manos de tu Pastor-Vicario, ya anciano, Benedicto el Humilde. Te vi venir hacia mí, con amor, con deseo de poseer mi corazón, mi todo. Venías cantando de alegría por el encuentro presentido, en manos de un sacerdote pakistaní y bajo la sombra del paraguas blanco sostenido por un scout palestino. Yo te miraba venir hacia mí, creyendo en Ti. Sintiendo, sin saberlo todavía, todo esto que hoy sí soy capaz de decirte. Me arrodillé en la tierra oscura, gruesa, que se clavó en mis rodillas, porque Tú estabas en mi corazón, Tú y yo solos. No podía decirte todo esto que te digo hoy, pero Tú ya lo oías. Juntos, en ese entorno donde todo comenzó, una mañana de domingo, con una tumba vacía. Sólo fui capaz de decirte desde el fondo de mi corazón, arrodillada bajo la Puerta Hermosa, hoy tapiada en espera de tu vuelta: Señor, soy el tullido, otra vez a la entrada de esta Puerta del Templo, cúrame como hiciste hace dos milenios, a través de Pedro. Y dame, con la salud del alma, la fortaleza para ser testigo en la alegría. Amén".
No hay comentarios:
Publicar un comentario