Contaba en la entrada del día de la Misa en Nazaret que no pude asistir a esa celebración. Una madre de familia me escribió contando su experiencia de cómo vivió esa Santa Misa, a la que acudió con sus tres hijos.
"Yo sí estuve en la Misa en Nazareth, y además con mis tres hijos, de 8, 9 y 12 años. Salimos de Tel Aviv a las 3 de la madrugada, nos hicieron aparcar nuestro bus en las cercanías de la ciudad para llevarnos en otros gratuitos hasta lo alto del Monte del Precipicio (Acabo de leer en Zenit que se llama así porque dice una tradición local que es el lugar desde el que quisieron despeñar a Jesús sus paisanos tras oirlo en la sinagoga, como cuenta Lucas). Sin importarnos la espera, el calor que ya se adivinaba, nos apresuramos con nuestro grupo de latinoamericanos y "nuestro" sacerdote, Fray Eduardo, a ocupar el mejor lugar posible. A la parroquia de San Anthony, a la que pertenecemos, por alguna misteriosa razón, el estado de israel decidió denegarle las entradas solicitadas para los feligreses. Gracias a los desvelos del párroco, Fray Tafic, se pudieron reunir algunos cientos, de las zonas B y C. Esto significa que vimos un Papa muy pequeñito. Pero no nos importaba porque lo acompañábamos igual. Y no parecía importarles tampoco a los miles de jóvenes del Camino que, venidos de España e Italia principalmente, nos rodeaban cantando y rezando. Allá en el gallinero se vivió la Santa Misa también con devoción y recogimiento, muchos extranjeros conectados a las emisoras locales que traducen en los diferentes idiomas. La gran pena fue cuando llegó la hora de la Comunión. Decenas de miles de personas no pudimos comulgar, y no exagero, porque la Comunión no llegó a las secciones B y C, que sumaban más de dos tercios del total. Tras la larga espera, la devoción con que se vivió la Misa, fue una pena no poder recibir al Señor. Ejemplo el que dieron todas las personas, miles, a nuestro alrededor, que no levantaron ni la más mínima sorpresa, muchos venidos sólo para esta ocasión. Continuamos atendiendo y despedimos al Papa con todo cariño y salimos ordenadamente por donde nos indicaron, por la cima del monte. No había autobuses esta vez, tuvimos que andar kilómetros, con los niños y las personas mayores, el calor, hasta llegar a los pies de la ciudad, donde se veían algunos autobuses, escasísimos a todas luces. Una odisea conseguir plaza para llegar a nuestros buses y volver a casa. Se hacía evidente que a la policía israelí, una vez que el Santo Padre había abandonado la zona, le daba más o menos igual lo que ocurriera a esos miles de personas. Como pudimos llegamos al bus del grupo. Con mal sabor de boca y pena, pero con la certeza de haber vivido un momento histórico: ver con nuestros propios ojos cómo hay decenas de miles de católicos que quisieron aquella mañana reunirse con el Vicario de Cristo para compartir con él sus sueños y esperanzas. Ojalá que la presencia de los cristianos en esta Bendita Tierra no siga disminuyendo y empiece, por el contrario, a fructificar lo sembrado por Benedicto XVI estos días. Por ello, nuestras oraciones".
"Yo sí estuve en la Misa en Nazareth, y además con mis tres hijos, de 8, 9 y 12 años. Salimos de Tel Aviv a las 3 de la madrugada, nos hicieron aparcar nuestro bus en las cercanías de la ciudad para llevarnos en otros gratuitos hasta lo alto del Monte del Precipicio (Acabo de leer en Zenit que se llama así porque dice una tradición local que es el lugar desde el que quisieron despeñar a Jesús sus paisanos tras oirlo en la sinagoga, como cuenta Lucas). Sin importarnos la espera, el calor que ya se adivinaba, nos apresuramos con nuestro grupo de latinoamericanos y "nuestro" sacerdote, Fray Eduardo, a ocupar el mejor lugar posible. A la parroquia de San Anthony, a la que pertenecemos, por alguna misteriosa razón, el estado de israel decidió denegarle las entradas solicitadas para los feligreses. Gracias a los desvelos del párroco, Fray Tafic, se pudieron reunir algunos cientos, de las zonas B y C. Esto significa que vimos un Papa muy pequeñito. Pero no nos importaba porque lo acompañábamos igual. Y no parecía importarles tampoco a los miles de jóvenes del Camino que, venidos de España e Italia principalmente, nos rodeaban cantando y rezando. Allá en el gallinero se vivió la Santa Misa también con devoción y recogimiento, muchos extranjeros conectados a las emisoras locales que traducen en los diferentes idiomas. La gran pena fue cuando llegó la hora de la Comunión. Decenas de miles de personas no pudimos comulgar, y no exagero, porque la Comunión no llegó a las secciones B y C, que sumaban más de dos tercios del total. Tras la larga espera, la devoción con que se vivió la Misa, fue una pena no poder recibir al Señor. Ejemplo el que dieron todas las personas, miles, a nuestro alrededor, que no levantaron ni la más mínima sorpresa, muchos venidos sólo para esta ocasión. Continuamos atendiendo y despedimos al Papa con todo cariño y salimos ordenadamente por donde nos indicaron, por la cima del monte. No había autobuses esta vez, tuvimos que andar kilómetros, con los niños y las personas mayores, el calor, hasta llegar a los pies de la ciudad, donde se veían algunos autobuses, escasísimos a todas luces. Una odisea conseguir plaza para llegar a nuestros buses y volver a casa. Se hacía evidente que a la policía israelí, una vez que el Santo Padre había abandonado la zona, le daba más o menos igual lo que ocurriera a esos miles de personas. Como pudimos llegamos al bus del grupo. Con mal sabor de boca y pena, pero con la certeza de haber vivido un momento histórico: ver con nuestros propios ojos cómo hay decenas de miles de católicos que quisieron aquella mañana reunirse con el Vicario de Cristo para compartir con él sus sueños y esperanzas. Ojalá que la presencia de los cristianos en esta Bendita Tierra no siga disminuyendo y empiece, por el contrario, a fructificar lo sembrado por Benedicto XVI estos días. Por ello, nuestras oraciones".
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