El día siguiente, 17 de marzo, jueves,
salimos de Nazareth a las 9 de la mañana y fuimos a Caná de Galilea, a visitar
la iglesia de las Bodas, donde leímos y meditamos el relato correspondiente del
Evangelio de San Juan. Seguimos para el Monte Tabor, donde celebramos la Santa
Misa a las 10,15, en la capilla de Moisés del Santuario. Antes, ya en el coche,
habíamos leído y meditatado los textos evangélicos de la Transfiguración del
Señor. Al bajar del Monte quiso don Álvaro que recogiéramos algunas flores
campestres de aquel lugar, para llevarlas a Roma.
Seguimos para Jerusalén por la
carretera del valle del Jordán. Antes de pasar por Jericó leímos los textos del
Evangelio de la curación del ciego (el “Domine, ut videam! Que tanto repitió
San Josemaría desde que notó la llamada del Señor) y el del encuentro con
Zaqueo. Precisamente nos paramos a la entrada de Jericó junto a un sicomoro que
allí había. Seguimos hacia Jerusalem y desde el coche divisamos el monte de las
tentaciones. Llegamos a la Ciudad Santa y por la tarde Don Álvaro quiso que
fuéramos a visitar y hacer oración en la Basílica del Santo Sepulcro. Don
Álvaro, conmovido de emoción, se arrodilló y colocó su frente sobre la piedra
del Santo Sepulcro. Fue un rato de prolongado silencio, absorto el Siervo de
Dios en el Misterio de la Muerte y Resurrección del Señor. Pasó a visitar el
lugar del Calvario y, a pesar de sus años y dificultades físicas, se arrodilló
y echó adelante su cabeza para besar y poner las manos en el agujero que la
tradición considera como el lugar donde estuvo clavada la Cruz de Jesucristo.
Después de este largo e intenso rato
de silenciosa contemplación, el Siervo de Dios fue a visitar los dos centros
del Opus Dei en Jerusalén. Primero fue a ver a sus hijas y a entregarles unos
regalos que les llevaba para la casa y estuvo contándoles sus visitas a los
Santos Lugares y hechos de la labor apostólica en varios países. Quería
manifestarles su afecto paterno a quienes habían ido a trabajar en Tierra Santa
en circunstancias, como se sabe, bien difíciles. Después fue al centro de sus
hijos. Era una pequeña casa alquilada, provisional.
Tuvo un buen rato de tertulia con ellos. Quiso, nada más llegar, llamar por
teléfono a Aníbal Díaz, para preguntarle por su salud y agradecerle los
detalles de afecto filial que le había manifestado desde su llegada a Tierra
Santa. Aníbal volvía a la Clínica Universitaria de Navarra el día 20, para ser
tratado médicamente. Don Álvaro conocía bien la gravedad de su estado. Por la
noche, desde el Hotel Hyatt, donde nos alojábamos porque en nuestra casa no
había sitio, don Álvaro llamó por teléfono a Roma, para hablar con su Vicario
Mons. Francisco Vives.
Deseo recordar aquí que este día 17 de
marzo, don Álvaro escribió varias postales, para mandar un recuerdo desde
Tierra Santa a sus hijas e hijos de Roma y a personas de la Santa Sede. Ese
mismo día y el siguiente echamos al correo las cartas. Mi sorpresa fue que al
día siguiente de llegar a Roma, cuando ya el Señor había llamado a don Álvaro a
la vida eterna, me di cuenta de que se me había quedado en la cartera, sin
echar al correo, una de las postales que escribió el 17: justo la que dirígía a
Mons. Stanislaw Dziwisz, para que le hiciera llegar al Santo Padre su constante
recuerdo y oraciones desde Jerusalén. La leí y que me quedé conmovido: don
Álvaro pedía a don Stanislaw que hiciera llegar al Papa el deseo de ser (lo
decía en plural) fideles usque ad mortem. No resistí a fotocopiar el texto,
antes de hacer llegar enseguida la postal a don Stanislaw. Fueron éstas las
últimas palabras que don Álvaro dirigió al Papa.
www.opusdei.org
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