domingo, 24 de agosto de 2008

Diario de un peregrino. Día segundo.

Jueves, 1 de mayo. Recorrido por Jerusalén.

Jerusalén se muestra más real a la luz del sol. Bordeamos la muralla hasta la Puerta de Damasco y por ella entramos de nuevo a la ciudad, llena de vida legendaria, donde cientos, miles de musulmanes se afanan en el zoco con sus inagotables mercancías. Cada rincón está lleno de sonidos, colores, aromas… todos ellos embriagadores, que nos excitan y nos llevan a evocar el pasado lejano. Es fácil imaginar, sobre un trazado similar, el ir y venir de sus pobladores en tiempos de Jesucristo.
Pronto llegamos a una intersección con la Vía Dolorosa, y apenas somos capaces de reconocer los pasos que ayer dimos en absoluta soledad y silencio. Subimos por la calle santa desde la esquina donde se encuentra el Austrian Hospice, y al momento nos detenemos al paso de una procesión de peregrinos que se turnan para llevar a hombros una cruz, mientras salmodian y liberan su piedad y sus gestos de dolor. Continuamos hacia el comienzo de la Vía sin detener nuestros pasos. Más tarde haríamos el camino completo que hizo Cristo hasta el Calvario. La luz del día, y en cierto modo la multitud, parecen dar un aire de vulgaridad a lugar tan santo. Fue providencial el poder contemplarlo anoche transfigurado por la penumbra.
El ascenso por aquellas calzadas nos lleva a la Basílica de Santa Ana, donde se recuerda a los padres de la Virgen. Muy cerca pueden visitarse unos impresionantes restos arqueológicos, la Piscina Probática, cuyas ruinas esconden la veracidad y la historia del lugar: tallada en la roca; se muestran profundos estanques, plataformas y piletas, todo ello enmarcado o emergiendo entre vestigios de muros, arcos y columnas salpicados de vegetación salvaje. Esta cisterna abastecía de agua al Templo, fueron baños públicos de reconocidas propiedades curativas, y aquí es donde Jesús llevó a cabo la curación del paralítico.
La puerta de San Esteban abre la visión al valle de Josafat. ¡El valle de los muertos! Allí reposan cristianos, musulmanes y judíos; un lugar cerca del Cielo para todos ellos. Descendemos por la ladera hasta el fondo del barranco del torrente Cedrón. A partir de aquí se eleva el Monte de los Olivos.



En seguida llegaremos al Getsemaní, huerto donde se retirará Jesús con tres de sus apóstoles –Pedro, Santiago y Juan- y será prendido. Allá donde El se apartó como “un tiro de piedra” para orar, se levanta hoy la Basílica de la Agonía, de estilo bizantino, delante de cuyo altar se venera la losa de piedra sobre la que según parece el Señor oró en la víspera de su pasión. Ricos mosaicos celestes salpicados de puntos estrellados cubren sus cúpulas evocando la noche en que ocurrieron tales hechos. Los monjes franciscanos mantienen el recinto primorosamente cuidado, incluído un jardín con olivos milenarios que bien pudieran haber sido testigos excepcionales de aquella noche. Observando sus retorcidos y catedralicios troncos es difícil no concederles la gracia de su leyenda.
A partir de aquí no ascendemos más, sino que bajamos de nuevo al barranco con el propósito de seguir la muralla hacia el extremo sur, y hacer así el camino que Jesús el Nazareno recorrió maniatado desde el huerto, una vez preso de la patrulla romana y los guardias de los fariseos. Frente a nosotros tenemos ahora la Puerta Dorada – hoy tapiada por obra de albañilería sarracena -, aquella que sólo se abrirá en el fin del mundo, el día del Juicio Final. Los muertos que reposan en la ladera frente a ella ocuparán verdaderamente una posición excepcional al llegar tal acontecimiento. Nosotros no reparamos demasiado en ello.
Al atravesar el Cedrón y comenzar a subir hacia la muralla pasamos junto a la tumba del hijo del rey David – columna de Absalón –, la de Santiago el Menor y la del profeta Zacarías; vestigios del pasado remoto cincelados en la piedra. El sol es cegador mientras caminamos. Aquí, la imponente pared vuela sobre el valle haciendo que su ángulo, el llamado Pináculo, se distinga inaccesible para quien quisiera conquistarlo. Dicen que desde él tentó el Demonio a Jesucristo invitándole a saltar.
Continuamos bordeando la ciudad en busca del Cenáculo. Las callejuelas discurren flanqueadas por un mundo de piedra sin un trazado real. Un túnel, una puerta, una escalera te introduce en un nuevo espacio, quizás a otro nivel del suelo, a otra altura que te lleva a otros patios, que a su vez te conducirán hasta azoteas hermanadas con deslumbrantes cúpulas. Allá arriba descubrimos a un grupo de peregrinos que entonan a ese cielo milagroso sus cánticos gospel, lanzando también hacia arriba oscuros brazos y túnicas multicolores. El fervor se encuentra en cada lugar de esta ciudad.

El recinto donde se supone que Jesús celebró con los Apóstoles su última cena pascual judía es una sala sobria que invita al recogimiento. Me detengo tratando de imaginar la escena, la presencia, las palabras imborrables, las apariciones postreras…la dulzura del recuerdo tapiza estas paredes sencillas. La oración brota sincera.
Muy cerca, se llega a la Iglesia de la Dormición de la Virgen. Al descender a la cripta encuentras yaciente su figura de mármol como si fuera de cera. Una gran paz lo envuelve todo. Estaremos sentados a sus pies mientras nos dejen tranquilos.
Pasamos intramuros por la Puerta de Sión.
A primera hora de la tarde nos dirigimos a la Vía Dolorosa para rememorar, ¡para vivir!, la Pasión de Jesucristo. Es necesario abstraerse, pensar tan solo en cada estación lo que allí sucedió, dejar vagar el alma y las oraciones. A veces el gentío nos envuelve, pero tan sólo el lugar es trascendente. Jesús es condenado, carga su cruz, cae…capillas y rincones rememoran cada suceso. Todos los cristianos del mundo están aquí representados, como una pátina que cubriera estas losas superpuestas una y otra vez a las que pisó el Cristo, estas paredes que angostan el camino como provocando mayor contrición, y que te conducen bajo arcos y penosos ascensos hacia el Calvario. Atravesamos un convento copto, coloridas capillas abisinias y por una estrecha puerta salimos a un sombrío rincón ¡de la plaza por la que se accede al Santo Sepulcro! La oración y el recogimiento se disipan entre la muchedumbre y la sorpresa.
Ningún templo de la Cristiandad puede compararse a este. A través de los siglos, generaciones de creyentes han ido adosando santuarios, arcos, columnas, iglesias, túneles, escaleras que descienden a las entrañas del Gólgota, tumbas excavadas en la roca y escondidas en un mundo de caverna…
Traspasar la enorme puerta te conduce a un universo de arcaísmo, donde las profundidades envueltas en sombras comienzan en una especie de vestíbulo que alberga la losa de La Unción. Su autenticidad queda en entredicho, pero la Iglesia Ortodoxa Griega la venera con grandísima pidad, y así, sus fieles no cesan de postrarse ante ella, derramando lágrimas sobre el mármol rosado, besando y secándolo con sus pañuelos para llevarse éstos impregnados quizás de los aceites y perfumes que envolvieron al Señor. Un Patriarca se acerca rodeado de su séquito que le libra de la incomodidad de otros fieles, se inclina venerablemente y besa la brillante piedra. A continuación se dirigen a través de la penumbra hacia lo que se adivina una gran nave iluminada por miríadas de lámparas que cuelgan creando un ambiente de arcaico esplendor.
Seguimos el Vía Crucis casi trepando por una angosta escalera situada poco después de la entrada y que parece penetrar en el muro o en la montaña para conducirte hasta la cima del Calvario. ¡Qué lugar tan santo y lleno de devoción! En este nivel superior se encuentran dos capillas: una de la Iglesia Latina, custodiada por los Franciscanos, de exquisita sencillez, sobre cuyo altar un mosaico muestra a Jesús siendo crucificado junto a la imagen de la Dolorosa. Otra, propiedad de la ortodoxia griega, llena su espacio de lámparas de plata y oro, de iconos y paredes policromadas. Bajo el altar puede palparse el hueco de la roca que mantuvo la Cruz. El espíritu, al igual que los fieles, se agita, se postra ante este lugar santísimo y trata en vano de buscar el recogimiento sublime que quizás ha encontrado una figura de mujer, una sombra de ropas negras que se reduce así misma sobre un banco lateral.
Antes de bajar de aquella tribuna del sacrificio un balcón sobre el vestíbulo te sitúa entre decenas de lámparas colgantes, solas o en racimos, muestra de un sentido de la competencia entre latinos, griegos y armenios, que pugnan por elevar su autoridad y sus dominios en función de las luces que les son permitidas colocar, tras las cuales aparecen otros arcos, capiteles, pasajes, nuevas capillas como púlpitos…, confinado todo en una atmósfera de irreal arquitectura. Abajo, la Unción continúa atrayendo a mujeres de aspecto campesino que se arrodillan cubiertas sus cabezas con pañuelos y extienden sus brazos como queriendo abrazar el mármol pulido por los siglos y sus manos.
Una vez en el nivel principal de la Basílica, puede observarse la roca cruda y desnuda del Gólgota, la grieta que se abrió bajo la cruz, justo donde está situada la Capilla de Adán, debajo mismo de La Crucifixión. Y aún más abajo, como si de una caverna se tratara, se encuentra un altar en una pequeña nave no excavada, presente de forma natural en las entrañas mismas de la roca que le sirve de techumbre. El alma se encoge ante tanto peso espiritual. Un murmullo de rezos se extiende por doquier, avanzando por nuevos pasadizos, bajo arcadas de penumbra.
Se llega a una rotonda central iluminada en dorados por la luz celestial que llega desde su alta cúpula. Un templete gigante, escoltado por ciclópeos candelabros, guarda celosamente el Santo Sepulcro. Gentes de todas las razas, cristianos del mundo, se agolpan a su puerta deseosos de ver y tocar lo inefable. No dispongo más que de pocos segundos para encontrarme en tal lugar, suficientes para sentir como si de aquel angosto nicho, tenuemente iluminado, brotara toda la soledad del mundo, el silencio absoluto, la nada, el inicio de todo. La losa sobre la que reposó el cuerpo es de color y textura carnal. No puedo ver nada más, tan solo unas lucecitas que penden de las paredes remarcando quizás el tránsito que allí se siente: el paso de la muerte a la vida. En aquel espacio, Jesús se levantó, y yo siento cómo abrazo la fe y la esperanza que me enseñaron, sin resquicios ni dudas. He de salir. La orden taxativa del guardián no deja lugar a titubeos. Es un monje de la ortodoxia griega, de túnica oscura, bonete y largas barbas blancas.
En el lado opuesto a la entrada, incrustada en el arcaico monumento, existe una diminuta capilla en la que un ermitaño hace a su vez guardia eterna, ajeno a todos los que nos asomamos. Y muy cerca se accede a una cueva que también dará paso a extraños y remotos lugares a través de puertas cerradas. Al fondo, en aparente inexistencia, está la tumba de José de Arimatea, quien mandó prepararse ésta después de ceder la suya propia al Cristo para que pudiera ser enterrado antes del anochecer de aquel Viernes Santo, víspera de la Pascua judía. El mismo Herodes le dio permiso para que Jesús fuera descolgado y sepultado. Me invade la sensación de estar en el lugar de los hechos y ¡ay!, casi la de estar allí entonces, rodeado de huertos, a los pies del Gólgota, con un aire frío que mece las ramas de algún árbol, una luz crepuscular y el olor de la muerte y el fin. Juan abraza aún a María inmersos en el dolor, y saben que todo ha de ser arreglado.
Sólo los siglos han permanecido aquí, en este santísimo escenario, pacientemente enriqueciéndose de infinita fe.

domingo, 17 de agosto de 2008

Diario de un peregrino. Llegada, día primero.

Estuvieron aquí unos amigos hace unas semanas. Solo pudieron venir 3 días y parte de 2 días. Nos organizamos para ver los lugares santos más importantes. No sólo los de Jerusalén, sino también Belén y el norte del país. Ciertamente fue intenso, pero disfrutamos muchísimo. Uno de ellos publicó en su diario las vivencias e impresiones de estos días. Le pedí permiso para publicarlo en el blog, pues pienso que ayudará a mucha gente a plantearse viajar a Tierra Santa..., aunque sólo dispongan de 3 días. Y, por supuesto, no sólo por la belleza de los lugares que aquí se pueden contemplar, sino sobre todo por la huella interior tan grande que deja, como muestra tan acertadamente este peregrino en sus líneas. Utiliza un lenguaje poético que ayuda a saborear las vivencias en estos lugares tan especiales. Hoy sólo publicaré la llegada y primeras impresiones de la primera tarde noche en Jerusalén. Se trata de la visita al lugar central de la ciudad Santa: el templo. Y lo que queda del templo: el muro de los lamentos, con toda la carga espiritual que tiene para tantas religiones.





Miércoles, 30 de Abril. Llegada y primer día en Jerusalén.

"Llegamos a Tel Aviv por la tarde, esperanzados de ver Jerusalén con las últimas luces del día.
Nada más hospedarnos decidimos visitar el Muro de las Lamentaciones. Entramos a la vieja ciudad por la Puerta de Herodes sin saber muy bien qué dirección tomar, así que pronto nos sentimos inmersos y perdidos en un laberinto de callejuelas que nos engulle hasta lo más profundo del barrio musulmán. La sensación es de que todas las miradas de los que por allí se sientan, deambulan entre inmundicias a las puertas de comercios cerrados, se agrupan ya entrada la noche para ver la televisión… todas esas miradas parecen seguirnos. Nos vemos obligados a pedir ayuda, y así vagamos en la dificultad de hacernos comprender, sorprendidos de pronto por la certeza de estar en la misma Vía Dolorosa, fascinados por lo verosímil, por el encuentro casual de un pasadizo que sin lugar a dudas nos conducirá hasta el Muro.
Llegados a la plaza, decenas de figuras la cruzan con aire espectral mientras se aproximan a la pared milenaria, se postran ante ella, balancean su cuerpo hasta golpear con la frente las enormes piedras colocadas por el rey Herodes, en ocasiones convulsionan sus miembros como marionetas fuera de si. Es difícil comprender tal estado de posesión, tal exaltación. Sus vestimentas, sus signos de identidad, su mirada atávica, crean el temor hacia lo irracional, la desconfianza que sucede a lo incomprensible. Puñados de papeles masillan las grietas de la pared dejando constancia de un deseo, una voluntad que clama justicia incontestable.
Desde el extremo del Muro reservado para hombres se accede al túnel de los Asmoneos, reliquia del pasado y expresión misma del fanatismo hebreo, donde los fieles se entregan sin pudor a su éxtasis espiritual, solitarios o en grupo alrededor de un rabino que cuchichea y balancea sus salmos. Un murmullo entrecortado parece desprenderse de los rincones aislados, los anaqueles repletos de libros de la Torá o de la misma pared milenaria que soporta lo que un día fue la explanada del Templo de Salomón.
La noche avanza y un día más acaba para esta antigua y devota ciudad".

domingo, 10 de agosto de 2008

La Asunción de la Virgen María

Celebramos el día 15 de este mes la Solemnidad de la Asunción de la Virgen. Nuestra Madre que es llevada en cuerpo y alma a los cielos. En Jerusalén hay un lugar que conmemora este acontecimiento. Se trata de una iglesia que está en el monte Sión, muy cerca del lugar donde se encuentra el Cenáculo. La iglesia es preciosa. Al llegar se entrevé imponente entre altas paredes. Pero lo que más llama la atención –a mí al menos- es bajar a la cripta y encontrarse con la imagen de la Virgen durmiente, antes de ser llevada al cielo. Se encuentra en el centro de una estancia amplia. El lugar y la imagen invitan a rezar. Frecuentemente acudo con amigos a rezar el rosario ante esa imagen de nuestra Madre.

En este lugar originalmente había una Iglesia Bizantina conocida como la Santa Sión, la Madre de todas las Iglesias, pero fue destruida por los persas en el año 614. La actual iglesia fue construida entre los años 1901 y 1910 por los Padres Benedictinos. La Iglesia de la Dormición, también conocida como la Abadía de la Dormición, es uno de los hitos más destacados de Jerusalén. Construida en estilo románico, el sitio marca el lugar donde la Virgen María cayó en su "sueño eterno". El nombre latino de la iglesia es Dormitio Sanctae Mariae significando el adormecimiento de Santa María. Tiene un precioso mosaico del pavimento, en el centro del cual se insertan tres círculos, que simbolizan la Trinidad. Desde este punto central rayos irradian hacia el exterior en dos círculos concéntricos. El primero contiene los nombres de algunos profetas: Daniel, Isaías, Jeremías y Ezequiel; el segundo los nombres de los doce apóstoles. La bóveda del ábside es un mosaico de la Virgen y el Niño. La principal característica de la iglesia es la Capilla de la Dormición en la cripta situada en la parte inferior de una escalera en espiral. La estatua de tamaño real que retrata la Virgen María yacente tiene encima -en la cúpula- un mosaico que representa a Cristo recibiendo su alma.
Normalmente los peregrinos la visitan cuando van al monte Sión camino del Cenáculo. Vale la pena ir al rezar a la Virgen al lugar en el que la tradición dice que nuestra Señora fue llevada a los Cielos en cuerpo y alma por la Trinidad Beatísima.

domingo, 3 de agosto de 2008

La transfiguración en el monte Tabor

El monte Tabor está a 588 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí tuvo lugar la transfiguración del Señor delante de los tres apóstoles, y con la aparición de Elías y Moises. Este es el precioso mosaico que hay en el interior de la Iglesia católica del monte Tabor. Celebramos el próximo 6 de agosto la fiesta, y por eso quería incluir ahora esta entrada.
Antes de venirme a Tierra Santa hablando con un amigo en su casa, me decía:
-A mí lo que más ilusión me hace de Tierra Santa es poder visitar el monte Tabor.
Antes de dos años cumplió su sueño mi amigo, y no quedó defraudado. Ciertamente es un monte impresionante. Siempre lo he subido en coche, aunque haciendo el propósito de hacer la ascensión andando en cuanto tuviera oportunidad. Pero, por desgracia, siempre que visito el monte Tabor es con cierta prisa, pues acompaño a amigos en un día de excursión: venimos de estar en el mar de Galilea por la mañana, y nos queda todavía por ver Nazaret en lo que resta de tarde, para luego volver a Jerusalén por la noche. Recuerdo la primera vez que estuve: cómo me impresionó el lugar y la vista que hay desde la cima de todo el valle del Esdrelón. Se respira una paz asombrosa y se reza muy bien. Entiendo que el Señor quisiera mostrar su divinidad a los discípulos en ese lugar tan especial.

El monte Tabor ha sido siempre considerado un monte Santo. Desde el Antiguo Testamento ya lo llamaban así las tribus israelitas del norte. Existía ya un santuario cananeo cuyos restos son visibles aun hoy día en la cripta de la actual basílica. En el siglo III Antíoco III ocupó la cima donde estableció una tropa Siria. Más adelante, con la primera revuelta judía del año 66 fue fortificado por José Flavio, y desmantelado por Vespasiano. En el Evangelio no se nos dice el lugar donde tuvo lugar la Transfiguración del Señor. Hay una antigua tradición del s. II, que sitúa esta escena evangélica en el monte Tabor. El evangelio dice “los llevó a un monte alto” (Lc. 9,2), y san Pedro en su II Carta dice “monte Santo”.
Debajo de la cripta de la nueva basílica fue descubierta una gruta, lugar de culto de los judeo-cristianos. Parece ser que en el monte pudo haber también un grupo de eremitas. Estos mantenían vivo el culto aun hasta después de la conquista árabe. En la época cruzada parece que la situación mejoró mucho. Desde el siglo IV ya había un monumento erigido a la Transfiguración. En el siglo IX estaba confiado el culto a monjes benedictinos, que mejoraron mucho la Iglesia, pero en el 1200 el Sultán Malek Al-Adel queriendo fortificar el monte, hizo desaparecer la Iglesia, y realizó construcciones sarracenas cuyos vestigios aun hoy se pueden ver. En el siglo XIII llegarón los franciscanos con el fin de custodiar los lugares Santos. Hasta el siglo XVII no consiguieron la propiedad del monte Tabor, que se la concedió el emir Fakr-ed Din. Estaba todo en ruinas. Hasta 1924 no se construyó la actual basílica por el arquitecto Barluzzi. El mosaico que representa la transfiguración del Señor está en el ábside de la iglesia. Al entrar a la basílica a la izquierda está una capilla dedicada a Moisés, y a la derecha otra dedicada al profeta Elías.
De la primitiva basílica cruzada, además de la cripta y de algunos muros visibles debajo del muro reconstruido, forma parte también el altar que se encuentra en el centro mismo de la cripta. Y de la basílica de época bizantina el único elemento cierto es el pavimento en mosaico que puede apreciarse hoy yendo en dirección a la sacristía. También se conservan varios capiteles y fragmentos de columnas que pertenecieron a esta época. Además podemos encontrar, al norte de la basílica y debajo del pavimento del lugar identificado como el refectorio del monasterio medieval, una pequeña gruta excavada que contenía en la pared restos de inscripciones en griego y algunos monogramas con cruces, quizá resto del cementerio de los monjes bizantinos que habitaron la montaña.
Para visitar los monumentos de la zona septentrional de la cima del Tabor hay que volver a la Puerta del Viento y desviarse a la derecha, entrando así en lo que es la propiedad griego-ortodoxa. En el interior de la torre del nordeste, se puede visitar la gruta de Melquisedec y las ruinas de una iglesia cruzada excavada en gran parte de la roca de la montaña. Allí se conmemoraba el encuentro de Abraham con Melquisedec. Más allá se alza la iglesia y el monasterio de San Elías que tienen los monjes griego-ortodoxos, reconstruido sobre las ruinas de una antigua iglesia de la época cruzada.

No sé si es el lugar más impresionante de Tierra Santa -eso ya depende de cada uno-, pero desde luego es un sitio que no deja indiferente, y que queda muy fuertemente impreso en la memoria.

lunes, 28 de julio de 2008

Ana y Joaquín, los abuelos de Jesús

Esta semana hemos celebrado en toda la Iglesia la memoria de los padres de la Virgen -y, por tanto, abuelos de Jesús- san Joaquín y santa Ana. La escultura de santa Ana -que adjuntamos- está a la entrada de la Iglesia dedicada a la santa, y es muy venerada en Jerusalén. Según la tradición, aunque Joaquín y Ana residían en Nazaret, se trasladaron a vivir a Jerusalén. La historia la cuentan algunos escritos “apócrifos”. Estos, aunque no son aceptados por la Iglesia como parte del canon de las Sagradas Escrituras -pues tienen muchos datos que no son fiables-, sí que contienen a su vez documentos históricos muy interesantes. Uno de estos textos es el llamado “Protoevangelium”. De él extraemos la siguiente historia:
"En Nazaret vivían Joaquín y Ana, que eran una pareja rica y piadosa, pero que no tenía hijos. Con motivo de una fiesta Joaquín se presentó para ofrecer un sacrificio en el Templo de Jerusalén, y fue rechazado bajo el pretexto de que los hombres sin descendencia no eran dignos de ser admitidos. Joaquín, cargado de pena, no volvió a su casa, sino que se fue a las montañas a presentarle a Dios su dolor, pasando un tiempo en la soledad de aquellos lugares. También Ana, conociendo la razón de la prolongada ausencia de su esposo, clamó al Señor pidiéndole que retirase de ella el oprobio de la esterilidad. Le prometió que si así lo hacía dedicarían su descendencia al servicio de Dios. Sus oraciones fueron escuchadas. Un ángel visitó a Ana y le dijo: “Ana, el Señor ha mirado tus lágrimas; concebirás y darás a luz y el fruto de tu vientre será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, quién volvió a donde su esposa. Ana dio a luz una hija a quien llamó Myriam (María)".
Según una tradición antigua, los padres de la Virgen María, siendo Galileos, se mudaron a Jerusalén. Y allí nació y se crió la Virgen Santísima. También en ese lugar murieron estos venerables santos.
Una iglesia, conocida en diferentes épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María en Probatica, Santa Probatica y Santa Ana, fue construida en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena (madre del emperador Constantino), sobre el lugar de la casa de San Joaquín y Ana. Sus tumbas fueron honradas hasta el final del siglo IX, cuando los invasores musulmanes conviertieron el lugar en una escuela. La cripta, que originalmente contenía las santas tumbas, fue descubierta el 18 de marzo de 1889. Se encuentra en el lado septentrional del Templo, en el barrio de Betzeta. Aquí se ambienta la narración evangélica de la curación de un enfermo que llevaba 38 años paralítico (Jn 5, 2-18). En este mismo lugar se encuentran diversas piscinas, entre las cuales está la probática (llamada también Betzata, Bethesda o Bethsaida). Las excavaciones arqueológicas iniciadas en el s. XIX trajeron a la luz los restos de la piscina, de los baños hebreos, de un santuario pagano de la época romana, de la basílica bizántina de santa María en la Probática –o casa de la familia de la Virgen-, y diversos monumentos de la época cruzada. Entre las obras de los cruzados destaca la Iglesia de Santa Ana construida allí, y dedicada a la memoria de la Natividad de la Virgen, y situada sobre el borde oriental de la segunda piscina. La iglesia de Santa Ana sobrevivió porque el conquistador de Jerusalén, Saladín, la dedicó de nuevo como escuela de derecho coránico de la corriente Shafiita. Una lápida de mármol inserida en la fachada, directamente sobre la puerta principal, recuerda este suceso. En esta cripta -que aquí se ve restaurada- los cristianos fueron capaces de mantener a lo largo de los siglos el recuerdo de la casa natal de la Virgen, incluso cuando la iglesia se encontraba en manos de los musulmanes

domingo, 20 de julio de 2008

No sabía que eran santos, pero lo suponía

Hoy, si no fuera domingo, habría celebrado la Misa de san Elías, profeta. Y mañana, lunes, celebraré la de san Jeremías, profeta y martir. También -dentro de pocos días- el 29 de este mes, celebraremos aquí la Misa de san Lázaro y de sus hermanas, santa María y santa Marta.
Esta es una de las sorpresas de vivir en Tierra Santa: las Misas propias y tan especiales de estos lugares santos. Cuando vivía en Madrid o en Zaragoza, celebraba las Misas de santos locales, como san Isidro o san Valero. Pero los santos locales que aquí celebramos aparecen en el Antiguo y Nuevo Testamentos, y son muy conocidos en todo el mundo. Quizá no sabíamos que eran santos, aunque lo suponíamos. Por ejemplo los tres hermanos, amigos de Jesús, que acabo de mencionar. Me gustaría citar otros santos del Antiguo Testamento: san Moisés, legislador y profeta, el 4 de septiembre; san Isaías, profeta y martir, el 9 de marzo; san Eliseo, profeta, el 14 de junio; san David, rey, el 16 de diciembre; san Abraham, el 9 de octubre. También se celebra la memoria de los santos mártires Macabeos, el 3 de agosto.
Llama la atención también algunos santos que celebramos del Nuevo Testamento, como san José de Arimatea y san Nicodemo, el 31 de agosto. Da gusto celebrar el día de san buen ladrón, o más correctamente, el santo ladrón bueno, el 12 de octubre. O el día 16 del mismo mes la memoria de san Longínos, soldado y martir, que se convirtió al pie de la Cruz después de clavar la lanza en el costado del Señor.
Y es que en Tierra Santa uno se encuentra inmerso en la Bíblia con sólo abrir el calendario litúrgico.

domingo, 13 de julio de 2008

Mi primera predicación en árabe

Esta entrada también tiene que ver con los idiomas, en concreto con el árabe. Después de llevar más de un año estudiando, finalmente llegó el día de dar la primera charla en árabe. Fue en Nazaret. Empecé rezando el avemaría en árabe, como siempre, pero esta vez continuaría hablando en la misma lengua, y no en inglés como hacía habitualmente. Los chicos estaban boquiabiertos. No se lo esperaban. Normalmente les cuesta bastante prestar atención, juegan con los móviles, hablan, se mueven... Pero en cuanto empecé a hablar en su idioma se quedaron como petrificados. Al principio, casi después de cada idea que decía, les preguntaba en árabe: entendéis. Todos decían: a, a ..., que significa sí. Yo me iba entusiasmando por momentos, y hablaba más rápido. Tenía cada frase escrita con letra pequeña en inglés y, al lado, con letras más grandes, su frase correspondiente en árabe transliterado. La predicación duró unos quince minutos y, ante mi asombro y el de los mayores que estaban allí conmigo, comprobamos que habían entendido todo. Después de rezar el avemaría final se acercaban con curiosidad para observar qué tenía escrito en el papel. Vieron que era árabe transliterado, y se decían entre ellos:
-Escribe como nosotros cuando mandamos mensajes por el movil.
Después nos fuimos a jugar un partido de béisbol al bosque. Se ve que les había impactado lo del árabe, pues en medio de una jugada en la que me dirigí a uno en inglés, ante mi sorpresa, me contestó:
-A partir de ahora todo en árabe.